Acuse de recibo
No me cansaré de decir que el alcance de un problema no radica en la mayor o menor cantidad de personas que lo sufren. Lo que asfixia la vida de una pequeña comunidad rural es tan importante como el flagelo de la gran ciudad. En materia de necesidades, la lógica numérica no lo resume todo.
Reflexiono así ante cartas de cubanos residentes en esos pequeños asentamientos de campo, bateyes o caseríos que, con las desarticulaciones del período especial, quedaron aislados tanto por los aún no superados déficit de medios de transporte, como por los tampoco resueltos deterioros viales de estos años, algunos verdaderamente dramáticos.
Marlenys Roque Hernández me escribe desde el asentamiento de Seibabo, en San Antonio de Las Vegas, municipio habanero de San José de las Lajas. Ella refiere que los pobladores de ese y de otros caseríos cercanos, hace más de un año que no tienen cómo transportarse. Los niños no pueden ir a la escuela en ocasiones, y cuando lo hacen, se montan en lo que aparezca, con el consiguiente peligro. En esa misma situación están quienes intentan llegar a sus trabajos, a asuntos médicos y trámites que deben hacerse en la cabecera municipal.
La causa es el pésimo estado de la carretera. El ómnibus que transitaba antes dos o tres veces al día, decidieron retirarlo. Incluso camiones particulares, que cobraban mucho más, ya tampoco pasan. «Estamos olvidados», dice Marlenys.
Algo similar cuenta Yasuay Castañeda, vecina del caserío Menocal, ubicado a 12 kilómetros de San Antonio de Las Vegas, donde se encuentran la escuela primaria y la secundaria básica. Ochenta y seis niños de Menocal deben trasladarse diariamente a sus clases, pero el estado de la carretera lo impide. Nadie se aventura por allí.
Refiere Yasuay que un grupo de madres se personaron infructuosamente en el Gobierno del municipio y hasta en el provincial, y la respuesta es que el territorio no tiene presupuesto para arreglar el tramo más crítico, unos siete kilómetros.
Los muchachos se aventuran todos los días para llegar a clase: camiones, tractores o lo que aparezca en aquella soledad, sin las mínimas condiciones: se van a las 5 y 30 de la mañana y regresan a las 7 de la noche. Eso, cuando pueden, porque hay días en que viran para sus casas frustrados.
En igual sentido se pronuncia Federico Valdés, en nombre de los padres que residen en la comunidad Finca Samy, y tienen la escuela de sus hijos a 11 kilómetros: en Río Hondo, Bejucal. Son 39 niños que a diario viven la incertidumbre de cómo trasladarse a clases. El personal de transporte escolar alega con razón el estado «crítico y deplorable» de la carretera: huecos profundos que obligan a hacer maromas muy peligrosas. Y cuando llueve es peor.
Ya no entra ningún transporte, y los que pretendan sortear la distancia, deben ir a pie.
Lo han planteado en asambleas de rendición de cuentas y no hay recursos. Los electores siguen esperando porque, como habían acordado, los funcionarios del territorio vayan allí a dar una respuesta convincente.
Cierto es que son muchos los problemas acumulados en el país. Pero ahora que comienzan a aparecer algunos recursos, bien vale que, como siempre ha obrado la Revolución, se atiendan esas comunidades totalmente aisladas.