Bioantropólogos estudiaron, desde tribus precolombinas hasta poblaciones urbanas europeas del siglo XX, para encontrar un vínculo entre rasgos y agresividad. Autor: Tomada de gestión.pe Publicado: 21/09/2017 | 05:41 pm
¿Se ha preguntado alguna vez por qué las personas tienen rostros diferentes entre sí? Aunque la respuesta parecería obvia: «por una cuestión genética», no fue hasta hace muy poco que un equipo de científicos determinó las regiones específicas del ADN que influyen en la apariencia de nuestra cara.
Los responsables del hallazgo, del Joint Genome Institute, de Estados Unidos, identificaron más de 4 000 pequeñas regiones del ADN de ratones, a las que bautizaron como «potenciadores», y crearon un mapa genético donde localizaron exactamente esas secuencias.
«Estamos intentando descubrir cómo se insertan estas instrucciones en el ADN para construir el rostro humano. En alguna parte debe estar esa instrucción que define cómo luce nuestra cara», expresó a la revista Science el profesor Axel Visel, uno de los miembros del estudio.
Estas secuencias cortas de ADN actúan como interruptores que activan y desactivan los genes, según los autores de la investigación, publicada en la revista Science. Los expertos identificaron cómo y dónde trabajan 200 de estos en el desarrollo de los ratones.
«En los embriones de ratón podemos ver dónde se activa exactamente el gen que controla al rostro cuando este se desarrolla», dijo Visel.
Para comprender mejor los cambios que tienen lugar en la cara durante la gestación, y cómo las modificaciones en el material genético pueden alterar sutilmente su forma, los científicos retiraron tres de estos interruptores genéticos en los animales.
Tras ocho semanas de gestación, observaron los embriones de los ratones alterados genéticamente a través de una microtomografía computarizada. Los resultados mostraron que los roedores alterados poseían unos cambios muy sutiles en la cabeza y el conjunto maxilofacial.
«Esto nos indica que este interruptor en particular también desempeña un papel en el desarrollo del cráneo y puede afectar la apariencia exacta del mismo», indicó el profesor Visel.
Si bien la investigación se hizo con animales, los expertos aclaran que es muy probable que la cara de los seres humanos se desarrolle de la misma manera.
«La razón de utilizar ratones es por su similitud genética con nosotros y porque los cráneos de ambos son muy parecidos. Además, tanto los genes como los potenciadores que regulan el desarrollo de la cara en ambas especies son similares», explicó.
Al decir de Alex Visel, comprender cómo funciona el desarrollo del rostro puede ayudar a definir por qué y cuándo algo va mal en el progreso de los embriones dentro del útero materno.
«Hay muchos tipos de defectos craneofaciales; la hendidura del labio y paladar son los más comunes. Y esto tiene severas implicaciones en los niños. Les afecta en la alimentación, el habla, la respiración… Pueden necesitar de muchas cirugías y tienen implicaciones psicológicas.
«Los resultados nos ayudarán a entender mejor cómo se codifican las instrucciones para la construcción de la cara en el ADN humano, es decir, cómo una simple secuencia se puede traducir en una estructura tridimensional compleja», subrayó.
El experto precisó que los científicos solo están empezando a entender el proceso de formación del rostro, que es extremadamente complejo, y aclaró que es poco probable que se pueda usar el ADN para predecir la apariencia exacta de una persona, o para que los padres puedan alterar material genético a fin de cambiar el aspecto de su bebé.
CARAS ANCHAS, ¿MÁS AGRESIVOS?
En los últimos años han salido a la luz múltiples investigaciones que sugieren que la forma de la cara y la personalidad están estrechamente vinculadas. Incluso no son pocos los que afirman a toda voz que los hombres con caras más anchas tienden a ser más agresivos.
Por ello un grupo de bioantropólogos de Brasil, España, México y Argentina se propuso comprobar si estas afirmaciones tenían un fundamento antropológico.
Con este propósito los investigadores analizaron restos óseos de unas 5 000 personas que habitaron en diversas partes del planeta en los últimos seis siglos. En otras palabras, estudiaron la fisonomía de 94 sociedades humanas que vivieron en épocas, lugares y contextos muy diferentes.
Luego compararon la muestra seleccionada con un grupo de 190 presidiarios mexicanos condenados por homicidio o robo en el siglo pasado.
El coordinador del proyecto, el argentino Rolando González-José, del Centro Nacional Patagónico (Cenpat), reveló en una entrevista a la revista científica Plos One que los resultados fueron concluyentes: «No existe relación alguna entre la forma de la cara y el comportamiento».
En opinión de González-José, los estudios que buscan relacionar la apariencia física y el carácter, tradicionalmente han cometido varios errores de procedimiento. Y es que muchas de las investigaciones modernas —dijo— utilizan fotografías para medir los rasgos, en lugar de hacerlo con las personas de carne y hueso.
«En una foto es difícil que el sujeto tenga su cabeza perfectamente derecha. Si está levemente inclinada hacia arriba o hacia abajo será imperceptible a la vista, pero sí afectará las mediciones», sostuvo.
De ahí que su equipo empleara un sistema más riguroso, que consistió en efectuar las mediciones directamente en los cráneos de las personas.
Otro problema detectado por el científico es el tamaño de la muestra seleccionada por estudios precedentes. «Muchas investigaciones universitarias se basan en estudios pequeños, que no alcanzan a ser representativos de la sociedad», criticó.
Por este motivo, González-José y su equipo intentaron ser lo más abarcadores e incluyeron una amplia gama de sociedades, desde tribus precolombinas hasta poblaciones urbanas europeas del siglo XX.
Asumir que la personalidad de un individuo está determinada genéticamente y que esos caracteres se reflejan en la forma del rostro puede acarrear varios peligros, según alertó Claiton Bau, otro miembro de la investigación y especialista del departamento de Genética de la Universidad Federal de Río Grande do Sul, en Brasil.
«Aplicar esos falsos “indicadores faciales” podría llevar a una suerte de estigma negativo en cuestiones que van desde una entrevista laboral o el ingreso a la Universidad hasta un juicio por tribunal», planteó Claiton Bau.
«Lo que demuestra nuestro estudio es que el contexto social y cultural es mucho más determinante para explicar un comportamiento que lo genético», aseveró González-José.
NUESTRAS «PINOCHADAS»
La historia de Pinocho que nos contaron de pequeños, aquel muñeco de madera al que le creció la nariz por mentir, podría no estar muy lejos de ser real.
Al menos así lo aseguran los investigadores Emilio Gómez y Elvira Salazar, de la Universidad de Granada, España, quienes demostraron que cuando una persona no dice la verdad se producen cambios térmicos en la nariz.
Para arribar a tales resultados, los especialistas aplicaron una técnica conocida como termografía, que permite detectar la temperatura de los cuerpos.
«Si realizamos un gran esfuerzo mental, como enfrentarnos a tareas difíciles, desciende la temperatura en nuestra nariz, y ante un ataque de ansiedad, al ser evaluado o al mentir sobre hechos, tiene lugar una subida de la temperatura», explicaron en su informe los autores del hallazgo.
Además de las variaciones térmicas, cuando decimos o no la verdad también se generan efectos cerebrales, aseguraron los científicos.
«La ínsula, que es un área cerebral vinculada a nuestro “yo” más auténtico, se activa cuando estamos hablando de manera cierta sobre nuestros sentimientos. Sin embargo, cuando no hay sentimientos reales, esta no se activa», afirmó Salazar. Los investigadores reconocieron que todavía es muy pronto para pensar en una aplicación concreta de su estudio.
La temperatura corporal no solo cambia cuando mentimos. El ejercicio aeróbico y distintos tipos de baile muestran sus propias huellas térmicas, es decir, patrones corporales específicos de cambio de temperatura, subrayaron.