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¿La niña que nunca crecerá?

Brooke Greenberg es una muchacha de casi 20 años atrapada en el esqueleto de una criatura pequeñita. Sobre este caso, único en el planeta, científicos consideran que podría ser la enigmática clave para intentar detener el proceso de envejecimiento

Autor:

Luis Hernández Serrano

Brooke Greenberg cumple este 8 de enero 18 años y es el único ser humano que no crece más. Parece tener un año y medio o dos de nacida, no articula ni una sola palabra, no camina, no come por sí misma y los científicos pretenden desentrañar el misterio del envejecimiento humano a partir de su genoma.

Nació a las 36 semanas de gestación en el útero de su madre en 1993, en el Hospital Sinaí, de Baltimore, Estados Unidos; pesó 1,84 kilogramos y presentaba una dislocación en la cadera que fue necesario corregir quirúrgicamente.

Su enfermedad no tiene nombre, no se reporta otro caso igual en todo el planeta y parece haberse detenido en el tiempo por una causa que los médicos no han podido determinar todavía.

«No hay diagnóstico. En verdad no sabemos qué le está sucediendo, qué resortes desconocidos se mueven en su organismo; no hay ningún otro niño en el mundo como ella y cuando los demás galenos la ven piensan enseguida que se trata de una discapacitada de dos años», ha dicho el doctor Lawrence Pakula, su pediatra.

Los periodistas que aluden a la pequeña y los científicos que intentan descubrir qué ocurre en su genoma, coinciden en comentar que es una muestra de los misterios que siempre aparecen en el universo.

Llama la atención el hecho probado de que mientras su cuerpo no logra envejecer, su organismo ha tenido etapas riesgosas de deterioro físico. Ha presentado severos problemas respiratorios, derrames cerebrales, úlceras estomacales sangrantes e incluso un tumor que fue tratado con éxito.

Sus padres, Howard y Melani Greenberg, quienes aún no rebasan los 50 años, viven atentos al desenvolvimiento del organismo de su hija, quien ríe nerviosamente, reconoce a sus familiares allegados y gusta de que le hagan cosquillas. Brooke tiene que ser vigilada constantemente por una enfermera que la atiende diariamente, asiste a una escuela para niños con necesidades especiales y se alimenta con frecuencia a través de un tubo.

La extraña muchachita, quien adora a sus tres hermanas, Caitlin, Emily y Carly, aprendió poco a poco a gatear, a emplear una especie de andador adaptado especialmente para ella y a sonreírle a quien identifica, aunque no pronuncia ni un solo vocablo.

Algunos científicos piensan que esta criatura, cuya enfermedad es todo un rompecabezas, podría vivir muchos años, incluso más de cien, pero aseguran que lo hará encerrada irremediablemente en el cuerpo de una bebé.

La hija de los Greenberg mantiene los dientes «de leche» y en ella solo crecen perceptiblemente sus cabellos y sus uñas.

«Nadie sabe realmente qué le deparará el porvenir, y a veces pensamos que nunca crecerá», comentó un médico.

La joven-niña que no crece es en realidad una muchacha de casi 20 años, atrapada en el esqueleto de una criatura pequeñita, y algunos científicos consideran que podría ser la enigmática clave para detener el proceso de envejecimiento.

La Brooke tiene la edad mental de una niña de dos años y no llega a pesar diez kilogramos.

Los médicos inicialmente denominaron su condición —única en la historia de la medicina mundial— como el Síndrome X. Los estudios de su ADN sugieren que su falta de desarrollo podría estar vinculada estrechamente con defectos genéticos responsables de su triste situación.

«Ella nos da la oportunidad única para entender el fenómeno de por qué los hombres y mujeres envejecen», ha declarado Richard Walter, profesor de la Universidad de Medicina de Florida del Sur. Y sentenció: «Creemos que tiene una mutación en los genes que controlan el envejecimiento y al parecer está congelada en el tiempo».

Científicos reconocidos mundialmente han debatido el caso de esta «personita» que no puede explicarle a la ciencia lo que piensa de sí misma, no sabe bien lo que es el amor, el sexo, nunca se ha enamorado, ni bailó el vals de los 15 años, ni experimentó el placer de los «dulces 16», pero a veces da la impresión de que está pensando más profundamente de lo que uno se imagina.

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