Los recientes movimientos telúricos en América Latina son tema de preocupación para todos. Autor: Internet Publicado: 21/09/2017 | 04:52 pm
Madrid, noviembre 21.- Los científicos que sostienen que la vida en Marte es inconcebible tienen argumentos de peso. La superficie del planeta rojo es un desierto de óxidos de hierro congelado por temperaturas inferiores a 120 grados bajo cero y achicharrado por una radiación ultravioleta desbocada en un planeta sin capa de ozono. Sin embargo, los creyentes arguyen que las pruebas que apoyan la existencia de vida en Marte no están muy lejos. Están en la Tierra.
El Instituto Smithsonian, una organización estadounidense que posee una treintena de museos y centros de investigación, acaba de publicar una lista de diez lugares en los que la vida no debería existir, pero existe. Las condiciones extremas en las que se han encontrado microorganismos y animales superiores en nuestro planeta apuntan, para algunos, que la pregunta no es si se hallará vida en Marte, sino cuándo. En el top ten de la institución aparecen los hábitats «más improbables, inhospitalarios y absurdos de la Tierra», pero con vida.
La lista incluye ardillas árticas con la temperatura de la sangre bajo cero, mejillones en volcanes submarinos y virus que viven dentro de bacterias que a su vez habitan en aguas muy ácidas y en ebullición. Los lectores de la web del Smithsonian solo han echado de menos un lugar: el interior del reactor número 4 de la central nuclear de Chernóbil.
En 1999, un robot enviado al corazón de la planta atómica ucraniana, que en 1986 sufrió el peor accidente nuclear de la historia, regresó con extrañas muestras de hongos. Según el microbiólogo Arturo Casadevall, de la Universidad de Yeshiva, en Nueva York, el hongo utiliza la radiación para obtener la energía que necesita.
La vida dentro del reactor de Chernóbil sorprendió a la opinión pública, pero no a los científicos. El geólogo estadounidense Dale Griffin encontró en 2004 varios hongos y bacterias en la estratosfera, a 20 kilómetros de altitud. «Si miras, ellos siempre están ahí, incluso en las condiciones más extremas», dijo entonces Griffin.
Ártico. Acurrucados contra el frío.
Hasta hace pocos años, los científicos se devanaban los sesos para solucionar el enigma del eider de anteojos, una especie de pato oriundo de Alaska y Siberia. El ave necesita aguas abiertas para obtener su alimento, lo cual se convierte en un grave contratiempo en estas regiones árticas, transformadas en un manto de hielo durante el invierno. Ahora, explica el Instituto Smithsonian, el secreto de este pato se ha descubierto. Cuando arrecia el frío, las aves se apiñan para compartir su calor junto a pequeñas grietas en el hielo. Para comer, se turnan para sumergirse en el agua y capturar almejas, agitando continuamente el líquido, según algunos científicos, para evitar que se congele.
Alaska. Miles de años dormidas.
Algunos microbios pueden sobrevivir a la radiactividad, a la radiación ultravioleta, a la carencia absoluta de alimento y agua, a las temperaturas extremas e incluso a los desinfectantes creados para aniquilarlos. Ciertas bacterias logran este prodigio al cambiar de estado y transformarse en esporas, como las tortugas cuando se esconden dentro de su caparazón. Gracias a esta estrategia pueden sobrevivir en condiciones hostiles durante miles de años, como las esporas de la bacteria Carnobacterium pleistocenium, halladas en Alaska en 2005 y resucitadas en laboratorio tras 32.000 años dormidas. Algunos científicos dicen haber revivido esporas de 250 millones de años.
Yellowstone. Bacterias escalfadas.
Hay hábitats que parecen diseñados para matar seres vivos, como los manantiales termales del Parque Nacional de Yellowstone, en el noroeste de EEUU. La temperatura de sus aguas está cercana al punto de ebullición y su acidez es tan extrema que podría disolver incluso un clavo. Sin embargo, hay vida. El más conocido de los inquilinos microscópicos del parque es la bacteria Thermus aquaticus, utilizada en los laboratorios de genética para hacer copias de fragmentos de ADN. Pero hay muchos más microorganismos en estas fuentes calientes, como demuestran sus vívidos colores, fruto de los pigmentos bacterianos. Para rizar el rizo, un virus es capaz de vivir dentro de estos microbios.
Valle de la Muerte. Peces en el desierto.
El Valle de la Muerte, en el suroeste de California, es la región más árida y tórrida de EEUU. No parece el mejor lugar para un pez. Pero los hay. En un acuífero subterráneo solamente accesible a través de una estrecha fisura en la roca existe apenas un centenar de peces conocidos como cachorritos del Agujero del Diablo, una de las especies en mayor peligro de extinción del planeta. Desde 1967, los científicos pelean para evitar la desaparición de este reducto de fauna acuática en medio del desierto. Su existencia demuestra el húmedo pasado del Valle de la Muerte. Los cachorritos del Agujero del Diablo son los últimos supervivientes de unos lagos que se evaporaron hace más de 10.000 años.
Fondo marino. Chorros de agua ardiente.
Las fuentes hidrotermales son heridas en los fondos oceánicos. La capa superficial del planeta es como un puzle, en el que cada pieza es una placa tectónica. Allí donde dos placas colisionan, se generan terremotos o actividad volcánica. Pero cuando se separan, el agua marina se desliza por la rendija, se caldea y vuelve a salir a borbotones, ahora cargada de minerales. Estas inhóspitas fumarolas, no obstante, son la única morada de centenares de especies, como algunos tipos de camarones, percebes y mejillones. La base de la cadena alimentaria está formada por microbios que obtienen su energía de sustancias como el ácido sulfhídrico, responsable del olor de los huevos podridos.
Estratosfera. A 20.000 metros de altitud.
En 2004, investigadores del Servicio Geológico de EEUU tomaron una muestra de aire a 20 kilómetros de altitud. El análisis de aquel ínfimo fragmento de estratosfera les dejó boquiabiertos. Aparecieron cuatro colonias de Penicillium, el mismo hongo que prolifera en los alimentos olvidados en la cocina durante días y es un ingrediente fundamental del queso Camembert. Y también surgieron 70 colonias de Bacillus sphaericus, una bacteria que se emplea para matar las larvas de algunos mosquitos. Los microbios, según los autores del estudio, llegaron a la estratosfera a partir de las violentas tormentas de arena originadas en el desierto del Sáhara.
Galápagos. Unas islas esterilizadas.
Las islas Galápagos, pertenecientes a Ecuador, son la demostración de que la vida consigue llegar a cualquier rincón. Surgieron hace millones de años en el medio del océano Pacífico, gracias a la erupción de lava de volcanes activos. Es decir, fueron brutalmente esterilizadas desde su nacimiento. Y, sin embargo, ahora son una explosión de biodiversidad. La vida llegó a las islas recorriendo cientos de kilómetros a través del mar, como los pingüinos de las Galápagos, la única especie de su género que habita en Ecuador. Las tortugas del archipiélago pisaron tierra tras surcar el océano a bordo de balsas. Y las semillas de las plantas llegaron por el aire.
Three Mile Island. El hongo nuclear.
En la primavera de 1979, un fallo eléctrico provocó una fusión parcial del núcleo de un reactor de la central atómica de Three Mile Island, cerca de Harrisburg (EEUU). Más de 30 años después, sigue siendo uno de los peores accidentes nucleares de la historia. Eliminar la contaminación radiactiva costó años y, durante las tareas de limpieza, los científicos se toparon con un fenómeno inesperado. El agua cercana al núcleo del reactor estaba turbia. Una próspera comunidad microbiana vivía en el líquido pese a los elevados niveles de radiactividad. Y el año pasado, científicos de EEUU hallaron en el interior del reactor de Chernóbil un hongo capaz de emplear la radiación en su propio beneficio.
Siberia. Sangre bajo cero.
La ardilla ártica es un milagro de la naturaleza. Este animalillo, de apenas un kilogramo, es capaz de sobrevivir a los inviernos de Alaska y Siberia, cuando su sangre pasa de una temperatura de unos 37 grados hasta los tres grados bajo cero. Sin embargo, sus venas no se congelan. Su secreto es la sobrefusión, un proceso que permite que un líquido se enfríe por debajo de su punto de congelación sin solidificarse. El metabolismo de la ardilla elimina cualquier sustancia que pudiera facilitar la formación de cristales de hielo. En otros casos, como el de la rana de bosque de Canadá, más de la mitad se su cuerpo se congela en invierno. Y, cuando las temperaturas suben en primavera, el animal resucita.
Suráfrica. Soledad absoluta.
Sólo la bacteria Candidatus desulforudis sabe lo que es la soledad absoluta. Como reseña el Instituto Smithsonian, un parásito necesita un hospedador para vivir. Una planta requiere abejas para polinizar sus flores. Y un ser humano necesita un filete o una ensalada encima de la mesa. Candidatus desulforudis no necesita a nadie. Científicos del Instituto de Astrobiología de la NASA encontraron hace tres años una comunidad de estos microbios en una mina de oro surafricana, a casi tres kilómetros de profundidad, sin oxígeno ni luz y a 60 grados de temperatura. No hallaron más vida: es el primer ecosistema de una sola especie descubierto en la Tierra.
Tomado de Público.es