Lo dijo un delegado de la reciente Asamblea de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) en Santiago de Cuba: se está imponiendo la «cultura del Rápido», de cerveza, pollo y reguetón. El joven intelectual relacionaba dicha explosión con manquedades del sistema institucional de la cultura.
De todo hay a la hora de explicar el fenómeno, pero este también guarda mucha relación con los tiempos, las nuevas «costumbres» y la entronización, en la perspectiva nacional, de modelos acordes con el pensamiento neoliberal.
Cuando hubo un perdedor en la Guerra Fría y Nuestra América —de momento desesperanzada, sin muchas brújulas y cartas de navegación en mares ideológicos tomados por la reacción— se llenó de «democracias» neoliberales a la orden del FMI, Hollywood, el mercado discográfico y los dioses del consumo, el escritor uruguayo Mario Benedetti emitió un alerta.
Habló entonces en torno a la paulatina inserción de lo light en la nervadura social de la región que, de entonces a acá, ha ganado considerable terreno. El planeta light (planeta porque lo abarca en realidad todo) desdeña el funcionamiento neuronal, la diferencia, la diversidad cultural. Santifica la omnipotencia de lo borreguil.
Basta no más mirar cada semana en los periódicos de Latinoamérica las listas de éxito en la música, las películas más taquilleras, las telenovelas más vistas, los best sellers, para confirmar la dura realidad.
La maldita circunstancia del agua, y otras tantas que no son malditas ni circunstanciales, para bien o para mal nos tuvieron a buen recaudo por un tiempo de las embestidas de la vacuidad intelectual al uso, del reino de lo frívolo.
Pero pasó el tiempo y pasaron águilas sobre los mares, y cayó, con esa fuerza más, sobre la sufrida espalda de la Isla, siempre dispuesta a asumir, en tiempos de castigo económico, de período especial, otro más, de mayores perjuicios morales y efectos ostensibles a largo plazo.
Hubo gente aquí, por fortuna bastante, que se mantuvo incólume, o casi, ante los virus contra la inteligencia y los valores, en tiempos de vacas flacas —donde la lucha por la subsistencia y el triunfo de los antivalores se imponían como consecuencia de ese mismo combate—, de manera que continuó educando de forma correcta a sus hijos.
Esos vástagos no tuvieron que renunciar a saber del buen arte; a discernir, a justipreciar. Otros no contaron con semejantes progenitores, pero supieron aprovechar en cambio las bondades de un sistema educacional que, ni en los peores momentos, se eclipsó.
Sin embargo, no pocos pasaron por alto esa benéfica sombra, o quizá no lograron explicarse contradicciones socio-económicas no siempre fáciles de entender, y se dejaron ganar, algunos incluso a su pesar, por el triunfo de lo light.
La «cultura del Rápido» es hija directa de estos últimos padres. Para los «nuevos triunfadores» la pelea mencionada es el sustento de la enseñanza para su prole, son sus nuevas tablas de la ley.
Reynaldo Taladrid, persona culta además de comunicador excepcional, afirmaba en su entrevista para el programa Entre tú y yo, del sábado 11 de abril, que «no todo puede ser ron y reguetón». Recordaba cómo sus padres le enseñaron a conocer sobre cine, pintura, béisbol... lo placentero que puede resultar, por ejemplo, una tarde de sábado en el Museo de Bellas Artes, apreciando El rapto de las mulatas.
Pero, hoy día —duele decirlo mas no cabe otro remedio—, un paseo familiar, romántico, o de cualquier otro tipo, amparado en estrategias similares resulta ya, cuando menos, poco usual. Y no toda la culpa está en la falta de variantes culturales, no.
Sucede que triunfa el enlatado mental, la decisión clonada. Alrededor de esto subyace, y mucho, cuanto se haya dejado envolver cada quien por esa máquina de fabricar conductas en serie, a la manera del modelo en boga de pensamiento único, ese que piensa por los demás para que los otros no lo hagan.
Igual debe decirse que la «cultura del Rápido» ciertamente no promoverá las pinturas de Carlos Enríquez, mas concibe, eso sí, un servicio en el terreno gastronómico que, en calidad y eficiencia, suele estar muy por arriba de la competencia en moneda nacional.
Y... nuestras instituciones culturales y gastronomía son un matrimonio majadero. Pero, dejemos esto para otro comentario.