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La maraña de la prensa miamense

Con la labor mercenaria de periodistas pagados por Washington se cumplió el objetivo de «hacer» culpables a los Cinco

Autor:

Nyliam Vázquez García

Primero fue el contrato extendido por el Gobierno de EE.UU. Ahí están las firmas. Luego, los miles en el bolsillo, y después los ríos de tinta para hacer el trabajo sucio. Era necesario crear un clima de histeria, condenar de antemano a Gerardo, René, Antonio, Fernando y Ramón, y en ese propósito se emplearon a fondo un grupo de «periodistas» de Miami. Tras el arresto, antes y después del juicio, ellos se encargaron de llevar adelante una poderosa operación de propaganda.

Miles de horas de emisión por radio y televisión, con gran cantidad de artículos, se convirtieron en poderosa arma.

Con los soldados de la desinformación en Miami, una ciudad donde el tema Cuba despierta pasiones —máxime cuando medio siglo después del triunfo de la Revolución se sueña y se actúa para destruirla—, ni siquiera hacía falta un juicio contra los Cinco. Ellos fueron declarados «culpables» mucho antes de que aquel tribunal asediado e intimidado lo hiciera.

Más de una década después del arresto, del juicio y luego de toda la cadena de injusticias de que han sido víctimas estos compatriotas, se sabe con certeza y con pruebas documentales que el Gobierno estadounidense contrató a un grupo de periodistas «independientes», muy especialmente para mentir e influir en la opinión pública.

Más de 2 200 páginas de esos contratos, obtenidos y publicados en un esfuerzo conjunto del Comité Nacional para la Libertad de los Cinco cubanos, la Sociedad para la Fundación de la Justicia Civil, y el periódico Liberation, prueban que a la pregonada independencia de los reporteros le pesan muchos signos de interrogación.

Lo cierto es que a cambio de los dólares —cifras importantes que en algunos casos ascendieron a muchos miles— los empleados del Gobierno de EE.UU. hicieron exactamente lo que les fue contratado.

Volver a algunos fragmentos de lo publicado entonces permite constatar, en blanco y negro, lo que se ha dicho desde el inicio de la batalla por la verdad: a nuestros Cinco, cuyo único delito fue defender a su pueblo y al estadounidense contra el terrorismo, les fue negado el derecho a un juicio justo.

Con cada minuto de emisión en la radio, en la televisión; con cada oración impresa, lo mismo en El Nuevo Herald, La Voz de América o en cualquier otro periódico, varios nombres, algunos con historia de apoyo a los ataques con armas contra Cuba, adelantaban la sentencia. El jurado solo se encargó de confirmarla.

La mentira impune

El 16 de septiembre de 1998, cuatro días después del arresto de los Cinco, el periodista Pablo Alfonso publicó en El Nuevo Herald un artículo titulado Posible alianza con el terrorismo, en el que, tal como recoge un resumen de las pruebas obtenidas y publicadas íntegramente en el sitio web Reporters for Hire (Reporteros por contrato), llega hasta a vincular a Cuba con el terrorismo internacional.

«La sorprendente ofensiva contra una supuesta red de espías cubanos en Miami podría ser una acción destinada a prevenir una posible colaboración del Gobierno de Cuba con países involucrados en acciones terroristas contra Estados Unidos, según expresaron expertos en asuntos militares y de inteligencia a El Nuevo Herald».

Vale destacar que este sujeto recibió, solo en el período entre el 1ro. de noviembre de 1999 y el 3 de diciembre de 2001, justo durante el proceso de acusación a los Cinco, unos 58 600 dólares como pago del Buró de Radiotransmisiones del Gobierno (BBG). Y según un reporte firmado por Gloria La Riva, presidenta del Comité Nacional por la liberación de los cubanos, hasta el 22 de agosto de 2007 le pagaron un total de 252 325 dólares.

No podía ser más manipulador y malintencionado uno de los titulares publicados por El Nuevo Herald el 4 de junio de 2001, precisamente el día que el jurado iba a comenzar las deliberaciones: «Cuba usó alucinógenos al adiestrar a sus espías».

«Cuba experimentó con técnicas de hipnosis y alucinógenos para “modificar el comportamiento” de numerosos agentes, que fueron enviados al extranjero (…) Entre estos alucinógenos estaban el psilocybin y el LSD».

Varios días después del arresto de los antiterroristas, el 21 de septiembre de 1998, en una entrevista del mismo diario a Enrique Encinosa, otro de los empleados de Washington citado como un experto en Inteligencia, este declaró que los arrestos tuvieron lugar porque la inteligencia de EE.UU. tal vez detectó o tuvo indicios de que «esta información (la supuestamente recopilada por los Cinco en EE.UU.) está transitando por organizaciones terroristas fuera de Estados Unidos».

El veneno también desborda cada línea en el artículo de Julio Estorino publicado el 14 de mayo de 1999 en el Diario Las Américas, bajo el titular Premeditación y alevosía.

«El Gobierno de Estados Unidos ha acusado formalmente a varios agentes de la dictadura castrista que actuaban en el sur de la Florida, de conspiración para asesinar, con motivo del derribo de los aviones de Hermanos al Rescate y su trágico saldo de cuatro muertos, el 24 de febrero de 1996.

«Todo esto debe ser probado y no debe ser muy difícil hacerlo», escribió el sujeto, cuando se sabe que el Gobierno estadounidense declaró que no tenía argumentos para demostrar ese cargo en particular. Aún más, 13 años después ese Gobierno se niega a mostrar las imágenes de satélite que supuestamente prueban su tesis. ¿Qué sentido tiene no sacarlas a la luz, entonces? ¿No es obvio que hay gato encerrado?

Otro ejemplo que ilustra la manipulación del proceso contra los Cinco con total claridad es el artículo de Alberto Muller para Diario Las Américas, publicado el 20 de febrero de 2001 bajo el título Asesinos. ¿Hace falta más?

Cuando René González acaba de dejar la prisión donde ha pasado los últimos 13 años de su vida, los antecedentes demuestran que Miami no es una ciudad segura para ser un héroe cubano.

Los «independientes» periodistas nunca están, sin embargo, detrás de las actividades de los terroristas, aquellos que el Gobierno estadounidense sabe dónde están y los lugares que frecuentan. Los mismos terroristas a los que, por una orden especial y bajo la libertad supervisada, nuestro René no puede osar molestar. Ya lo escribió Galeano: El mundo patas arriba.

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