Por dos años la ucraniana Iryna Husieva fue la obsesión de Dalidaivis. Autor: Rafael Burza / IBSA Sport Publicado: 21/09/2017 | 06:39 pm
Colorado Springs, Estados Unidos, 5 de septiembre de 2014. Final de la división de los 63 kilogramos de la Copa del Mundo de Judo para Ciegos y Débiles Visuales (IBSA). El árbitro declara victoriosa a Iryna Husieva, de Ucrania. Del otro lado, la cubana Dalidaivis Rodríguez Clark «acepta» la derrota.
Mira a la europea, que le saca casi una cuarta de estatura, y la sentencia para sus adentros. «¡Te salaste, flaca!».
La criolla sabe que puede superarla, pero ese no era su día. Peleó convaleciente de un resfriado que la mantuvo en cama por 72 horas. Ya en el tatami olvidó el malestar y a puro ippon se deshizo de la sueca Nicolina Pernheim, la finlandesa Paivi Tolppanen y la china Tong Zhou. Mas, en el último minuto, no tuvo fuerzas para revertir el yuko de Husieva. La plata no la satisface y, desde entonces, solo quiere el desquite.
Pensando en los Juegos Paralímpicos de Río de Janeiro, Dalidaivis tiene la certeza de que volverá a medirse con la atleta ucraniana. Por eso, de vuelta a La Habana busca a «la doble» de Iryna Husieva.
En Londres 2012 a la cubana le basto 17 segundos para coronarse por ippon ante la atleta china Tong Zhou. Foto: Judophotos.com/ David Finch
La campeona paralímpica de Londres 2012 padece de keratocono, una enfermedad que progresivamente disminuye su visión. Suele entrenar junto a las atletas convencionales de la selección nacional de judo y lo hace sin lentes ni espejuelos, como será en las competencias reales.
Entre las 30 muchachas que en el Cerro Pelado se preparan, Arnay Odelín se asemeja bastante a Husieva: posee buena técnica, es alta, delgada y derecha. En lo adelante, Odelín será clave para su desarrollo hacia los Juegos.
Como una especie de aparición, Husieva se le presenta a diario. La repetición de una técnica con Odelín o la preparación física la hace pensando en la ucraniana. Si trabaja con ligas, para desarrollar la fuerza, imagina que es la chaqueta de ella la que tiene entre sus manos. Por eso sujeta fuerte el implemento y tira con furia hacia sí, para librarse del kumi kata (agarre) de su contraria.
La revancha
Río de Janeiro, Brasil, 9 de septiembre de 2016. Son siete las atletas en la división de los 63 kilogramos, y entre ellas está Dalidaivis. Hace dos días, en el desfile inaugural de los Juegos Paralímpicos, ella recorrió el estadio Maracaná con la bandera cubana, al frente de los 23 representantes de la Isla.
Su condición de titular en Londres la beneficia en el sorteo y queda sembrada en semifinales. Con solo dos victorias tendrá otra vez el título.
Un combate sumamente táctico fue librado en semifinal con la sudcoreana Songlee Jin. Foto: Rafael Burza/ IBSA Sport
La suya es la segunda semifinal de la división. La sudcoreana Songlee Jin es una rival fuerte y en menos de 20 segundos ganó en 2015 la Copa del Mundo de Hungría. Dalidaivis lo ha visto en un video que le ha servido para estudiarla.
Aunque ellas pueden divisarse, el árbitro solo dará la voz de hajime (a pelear) cuando las atletas, auxiliadas por él, estén agarradas. Así lo dicta el reglamento, para facilitar y hacer más justo el combate entre ciegas (B1) y débiles visuales (B2 y B3).
La sudcoreana no responde a la arremetida de ataques de la criolla y es amonestada por pasividad: un shido definidor.
Horas después llega la final tan esperada. Husieva y Rodríguez vuelven a enfrentarse en el tatami. Desde que inicia el combate la habanera sujeta fuerte la chaqueta de la europea. El agarre es intenso, quiere que sepa que en la Arena Carioca III manda Cuba. El público corea a su favor y eso le da fuerzas.
El desquite. Foto: Rafael Burza /IBSA Sport
Desde la esquina la entrenadora Ibis Dueñas le recuerda: «Controla el brazo», «¡Muévela!», «¡Tranquila!». Transcurridos 2:08 minutos, marca el primer wazari a su favor, a los 2:23 suma otro y con él la victoria por ippon. El título sigue con Dalidaivis, quien ríe y llora a la vez, mientras se abraza a su oponente. Venció con una técnica sumamente entrenada: el kozoto, con la que la derriba para inmovilizarla.
El Abrazo. Foto: Rafael Burza/ IBSA Sport
Tokio 2020, ¿quién sabe?
En la zona 10 del capitalino reparto Alamar, vive la doble monarca paralímpica. Su apartamento está en un cuarto piso, desde donde se puede contemplar el mar. Muy cerca del rincón donde atesora sus triunfos, nos hemos sentado a conversar.
—¿Cómo llegas al combate?
—Con la mente despejada y el cuerpo caliente. Voy sudando. Caliento fuerte, para sentirme como si estuviera a mitad de entrenamiento, con mucha energía y ganas de fajarme.
—¿La preparación cómo se planifica?
—En cada ciclo olímpico busco atletas que se asemejen a las características de mis rivales. En el cuatrienio pasado mis principales oponentes fueron zurdas, y me acomodé a ellas. En este tuve que especializarme en las derechas. Me costó trabajo dominarlas a la perfección. La ucraniana era mi mayor preocupación, por haberme vencido antes.
—La presión de la competencia, ¿pesa?
—Sí, cuando acabó todo me sentí más liviana. Fue así que me di cuenta de que ya estaba acostumbrada a esa carga.
«En estos, mis segundos Juegos, sentí más presión. Como antes había ganado oro, nadie esperaba una medalla diferente de mí. Ser la abanderada me comprometió más. Me angustiaba al pensar que algo pudiera salir mal.
«Para alejar esos pensamientos mis sicólogos Laura Rojas, Anelín Rodríguez y Abel Yañez me enseñaron a restarle importancia a la presión y a enfocarme en aspectos como la disciplina en el entrenamiento, las técnicas de relajación y el descanso».
—Entonces, ¿no se le debe pedir un resultado al atleta?
—Depende. No todos reaccionamos igual. Hay momentos en que prefiero que no me atosiguen con una presión adicional. En otros, por el contrario, es muy bueno saber que muchas personas esperan algo grande de mí.
Junto a entrenadora Ibis Dueñas festeja la victoria. Foto: Screenshote
—Los entrenadores son fundamentales en los logros de sus atletas. Entre Ibis Dueñas y tú se nota mucha sintonía…
—Sí, somos muy unidas. En las competencias a veces se excita y se tensiona más que yo, solo le falta ponerse el judogui y subir al tatami conmigo. Previo a la competencia, hace los mismos sacrificios que yo. Si me regulo el peso y no voy a comer, ella también hace dieta (risas). Ya en la esquina del combate, sus consejos son de gran utilidad. Diferencio su voz por encima de muchas. Ibis me alerta de un posible ataque o defensa, me informa del tiempo que resta y hasta cuida de mi recuperación.
—¿Por qué hasta con ventaja sigues atacando?
—Soy una atacadora nata, yo impongo el ritmo de la pelea. Trato de ser efectiva en los ataques, para evitar desgastarme o que me contraataquen. El maestro (Ronaldo) Veitía me enseñó que por cada ataque de mi contraria debo responder con al menos tres.
—¿Qué representa Veitía para ti?
—Es como un padre. Sus palabras son sabias, también sus silencios. A veces sus enseñanzas llegan a través de un comentario o inducidas por la lectura. Me presta libros. Muchos. Por el descubrí El Padrino, de Mario Puzo. Es celoso con sus libros, fija el plazo de la devolución, y a diario me hace preguntas para comprobar que los leo.
«Él me enseñó que el triunfo es posible, si soy disciplinada y constante. En las judocas cubanas implantó la costumbre de regresar al colchón después de almuerzo y descansar allí. Antes recogía los teléfonos y todo aquello que pudiera disociarnos. Luego obligaba a cerrar los ojos y dormir unas horas. Con esto conseguía tenernos listas para el entrenamiento de la tarde».
—En tu niñez y adolescencia estuviste vinculada al alto rendimiento por el judo, ¿cómo describes el regreso a este, cuando en 2009 eres llamada a integrar la selección nacional de atletas discapacitados?
—Fue muy difícil. Entonces estaba en el último año de la licenciatura en Imagenología. Y debía llevar el deporte y el estudio a la par. Me levantaba a las cuatro de la madrugada para estar a las siete en el Cerro Pelado. Tenía que montar en las guaguas como fuera, porque si llegaba tarde debía pagar en vueltas a la pista cada minuto de retrazo. Del entrenamiento salía para mis prácticas en hospitales. Regresaba a casa de noche, exhausta, directo a preparar la mochila para el próximo día y dormir. Estos han sido años de mucha dedicación al deporte.
—Luego de dos títulos paralímpicos, ¿qué viene?
—No lo sé. Ahora solo quiero descansar y sentir la libertad de elegir qué hacer con mi tiempo. ¿Y quién sabe si para mí habrá un Tokio 2020?
Podio de los 63 kilogramos de Rio 2016.
¡La maté!
Le bastó con ver la técnica de estrangulación por la ventana del gimnasio para aprenderla. Nadie le enseñó cómo hacer el koshi jime, que le dio su primera medalla de oro en la categoría infantil y la corona de los Juegos Paralímpicos de Londres 2012.
Dalidaivis tiene 11 años y practica judo a espaldas de la madre. Cuando en clase intentó aplicar la nueva técnica, el profe la frenó: «No, todavía no vas por ahí». A los días sale de casa con permiso para ir a estudiar, pero en realidad se va a una competencia en Marianao.
Poco sabe de judo, su postura es la de un boxeador, pero muestra su garra. Su rival la supera en experiencia, es de la EIDE, pero ella usa el koshi jime «prohibido» y es efectiva. Se asusta al ver a la niña sin conocimiento. Le aterra pensar que la mató, y no comprende por qué en un momento tan dramático su entrenador, eufórico, la carga. La niña ya ha vuelto en sí, y ella respira tranquila.
Ese debut espectacular es suficiente para convencer a la madre de que su hija será judoca. Comienza en la EIDE, de donde pasa a la ESPA y conquista triunfos en las categorías escolar y juvenil. Su calidad como atleta le permite ser invitada a la selección nacional, donde están ancladas en su misma división las estelares Driulis González y Yurisleidis Lupetey.