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Mirta Plá, la joya que jamás le faltó a la compañía

«El ballet era para Mirta su vida... Era muy tenaz y supo conducir una carrera exitosa muy bien pensada», afirma la maître Mijaela Tesleoanu sobre quien fuera una de las Cuatro Joyas del Ballet Nacional de Cuba

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

En 1968 el autorizado crítico inglés Arnold Haskell escribía: «Los nombres de Mirta Plá, Josefina Méndez, Aurora Bosch y Loipa Araújo fueron familiares para todos, no solo como bailarinas individuales, sino como representativas de una nueva escuela, una escuela cubana. De la noche a la mañana, con su baile se habían situado no solo en nuestros corazones, sino en la historia de siglos del ballet». Con ello, pasaban a la historia como las Cuatro Joyas del Ballet Nacional de Cuba (BNC), y se reconocía la existencia de un modo de danzar único, diferente; se admitía, sin tapujos, que tan sólida y valedera como las escuelas francesa, italiana, rusa, danesa e inglesa había nacido otra igualmente aportadora, en una pequeña Isla situada bien lejos de Europa.

Cuarenta y dos años después de la categórica afirmación, cuando se hace referencia a la Escuela Cubana de Ballet (ECB), junto al nombre de los Alonso siempre aparecen los de Mirta, Loipa, Josefina y Aurora, quienes, a decir de la maître Mijaela Tesleoanu, «además de bailarinas en grado superlativo, fueron notables creadoras de la escuela, de la metodología, al lado de los tres grandes (Alicia, Fernando y Alberto). Ellas, durante años, graduaron diferentes generaciones de bailarines porque enseñaban mientras bailaban. Esa fue la generación de la gran gloria que irrumpió sorpresivamente en un mundo que no nos conocía; una explosión que se mantendrá por los siglos de los siglos».

Casada con el afamado barítono Ramón Calzadilla, Mijaela acababa de llegar a Cuba proveniente de su natal Rumania cuando en el hoy teatro Karl Marx descubrió, en Giselle, que rodaba Enrique Pineda Barnet, a la reina de las willis de Mirta Plá, quien el pasado viernes hubiese cumplido 70 años.

Mijaela rememora los tantos momentos en que disfrutó de la amistad de Mirta. «De las Cuatro Joyas, ella fue la primera que ascendió a la cúspide. Es increíble, pero, que yo recuerde, Mirta jamás faltó a nada: ni a una clase, un ensayo o una función. Gozó de una excelente salud porque nunca se lastimó, ni se quejó por molestias en los tobillos, las rodillas o los brazos».

Si en la conversación de Mijaela con Juventud Rebelde hubiese estado Aurora como testigo, seguramente la Tesleoanu hubiera aprovechado para decir que la Bosch no la dejaría mentir, porque también la «bailarina coraje» le aseguraba a este diario: «A Mirta no le dolían ni los juanetes. Yo se lo decía: tú eres de hierro».

Al referirse a los personajes encarnados por Mirta, que permanecen frescos en la memoria colectiva, la europea devenida cubana enumera la agraciada Lisette de La fille mal gardée, «a quien le daba un toquecito encantador, entre divertida y un poco despistada; su Swanilda de Coppelia, su Odette-Odile de El lago de los cisnes, su espléndida Cerito del Grand pas de quatre; la figura principal junto a Orlando Salgado del pas de deux Conjugación, de Alberto Alonso; el Destino de Carmen... Mirta abarcó prácticamente todo el repertorio del BNC, y defendió cabalmente, tanto desde el punto de vista técnico como artístico, cada uno de los roles que representó.

«El ballet era para Mirta su vida, tanto, que cierro los ojos y la veo en El lago... con su tutucito apretadito porque estaba embarazada. Era muy tenaz y supo conducir una carrera exitosa muy bien pensada».

Sonrisa que ilumina

Aurora se remonta a 1951, cuando la Academia Alicia Alonso ofreció 30 becas. «Entramos Margarita, Ramona de Sáa y yo, pero muy pronto se unió a nosotras una muchacha más: era Mirta, muy delgadita y con un cuello muy largo, quien había comenzado sus estudios en el Conservatorio Municipal de La Habana.

«Era juguetona, con un espíritu muy alegre, mas eso no disminuía ni un ápice su entrega al trabajo. Cuando la compañía tenía funciones en las que no participábamos, por regla general nosotras no descansábamos. Veníamos a los salones a tomar clases, muchas veces con José Parés. “A ver, Mirtica, le decía él, la iniciación ya, con la cortina abierta. Aquí no hay repetición, te tiene que salir...”. Y allá iba Mirta... Siempre esforzándose para hacerlo lo mejor posible.

«En los últimos años hizo una labor muy meritoria en cuanto a dar a conocer la ECB en España. Era una profesora de mucho rigor. Muy metódica. Mirta acostumbraba a hacer anotaciones —aún existen sus apuntes de cuando fue con Alicia a montar La bella durmiente del bosque en la Scala de Milán, donde su quehacer fue muy minucioso. Estoy convencida de que su apoyo resultó esencial para Alicia en ese montaje».

Loipa, por su parte, no duda ni un segundo para responder con precisión cuando se le interroga sobre la cualidad que más presente tiene de Mirta, a quien conoció a partir de 1956, después de entrar al Ballet Alicia Alonso. «Pienso en ella, lo cual hago con frecuencia, y lo primero que me viene a la mente es su sonrisa.

«Se reía hasta en el momento que podía parecer más complicado, y ya todo se iluminaba. Nos contagiaba con su alegría, con esa actitud de tomar las cosas con un poco más de serenidad. “Sí, el problema está, me decía, pero vamos a reírnos un poco de él y después lo solventamos”.

«Entre nosotras había como una especie de emulación. Mirta en ciertos papeles era como un punto de referencia: en La bella durmiente del bosque, en Coppelia, Las Sílfides..., a los cuales les aportaba cierta dulzura, esa sonrisa. Hay ciertos bailarines que tienen una especie de aura cuando aparecen en el escenario. Y cuando Mirta salía era como si todo adquiriese un color rosado, tierno, dulce. Algo con lo cual se nace o no; algo que no se adquiere aferrado a una barra.

«Es difícil juzgarse uno mismo, pero mirando en la distancia después que hemos dejado de bailar, creo que fue determinante el hecho de que las cuatro tuviésemos personalidades tan diversas, lo que conllevaba a que las funciones fueran tremendamente interesantes. Aunque fuera el mismo Lago de los cisnes el público estaba consciente de que enfrentaría cuatro aproximaciones al rol completamente distintas.

«Aurora y yo lo hemos comentado en varias ocasiones: hoy la técnica se ha convertido en hacer mucho, en tratar de impactar, y no en poseer una personalidad definida y con ella adornar un rol e imbuirlo de esas características tuyas. Cuando se es un verdadero artista, uno se convierte en los roles, pero los roles tienen mucho de uno».

«Lo que sucedió, explica Aurora, es que nosotras fuimos educadas, preparadas para asumirlo todo. En el caso de Mirta pudiera pensarse que era la bailarina de los papeles delicados y dulces, pero hacía, por ejemplo, Exorcismo, de Ana Leontieva, y al mismo tiempo una Esfinge de mucha fuerza, o interpretaba magistralmente la reina de las willis o la Odile, independientemente de que su fuerte, por decirlo de alguna manera, eran las cosas suaves.

«También fuimos preparadas para analizarlo todo con seriedad; para hacer una valoración real de una función, por muchos que hubieran sido los aplausos, de modo que las cabezas no se nos pusieran grandes y colocáramos los pies en la tierra».

Por haber estado siempre tan próximas a Alicia, Fernando y Alberto, la Araújo está convencida de que pudieron convertirse también en la base, el cimiento firme sobre el que se construyó la compañía. «Por nuestra sangre corren todos los principios artísticos, estéticos, morales, cívicos, que ellos tenían y que esperaban que fueran patrimonio del BNC», recalca.

Eternamente viva

Cuenta Loipa que el título de Cuatro Joyas no llegó de golpe y asegura que ni siquiera se puede establecer un momento específico en que todo empezó a ocurrir. «Fue un proceso que se inició en el I Concurso Internacional de Varna, Bulgaria, de 1964, donde Mirta y Yuyi (Josefina) obtuvieron la medalla de plata y bronce, respectivamente. Entonces, se empezó a notar que las cubanas bailaban distinto.

«Al año siguiente participamos Auro, Yuyi y yo. Ellas ganaron plata, mientras yo recibí el oro (Mirta ya estaba embarazada). En el tercero, Auro alcanzó el oro y Mirta la plata... Y ello, claro está, no solo impresionó a Haskell, sino que nuestra llegada a Varna marcó un precedente.

«Antes, entre 1956 y 1959, éramos como conejillos de India con quienes Fernando probaba todo. Y a partir del 60 no dejamos de bailar («y lo mismo del lado derecho que del izquierdo», apunta Aurora). Para nosotras lo importante era estar en el escenario. No importaba si como cuerpo de baile o como solista. “Alguien debe entrar por mengana, ¿quién lo sabe?”, preguntaban, y ahí estábamos levantando las manos. En esa etapa interpretamos Grand pas de quatre hasta “morirnos”, pero también otros ballets, de manera que nuestro estilo, nuestra escuela, se fue forjando.

«Alicia y Fernando hicieron individualidades de nosotras, que, por otra parte, nos retroalimentábamos mirándonos», confiesa Loipa. «Siempre estuvimos muy pendientes unas de otras. No digo que haya sido un camino de rosas, pero poco más de seis décadas después de la fundación de la compañía, continuamos muy juntas, aunque Mirta y Yuyi no estén físicamente.

«Tanto Aurora como yo sentimos que Mirta y Yuyi están más presentes que nunca. Y que a través de nosotras permanecen aquí. A veces me agarro hablando o riéndome de la misma manera que lo hubiera hecho Josefina o Mirta. Es como si automáticamente estuviera tratando de hacerlas vivir».

Tal parece que, en esto último, todos se hubiesen puesto de acuerdo en el BNC, donde nadie olvida las palabras pronunciadas por Alicia cuando, pensando en Mirta, expresara: «No debemos recordarla con lágrimas, porque ella no nos abandona. Se llora a los que mueren, y ella, mientras existan el Ballet Nacional de Cuba y la Escuela Cubana de Ballet, seguirá viviendo en cada uno de los bailarines que continúen esa gloriosa tradición».

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