La actual Primera Bailarina del Royal Ballet, que actuará junto a su compañía en julio próximo, en La Habana, asegura en exclusiva para JR que no ve la hora de llegar a Cuba
No veo la hora de llegar a Cuba, escribe la soberbia bailarina española Tamara Rojo al responder por vía electrónica, con la gentileza que la distingue, el cuestionario que le hiciera llegar Juventud Rebelde, a solo un mes de su presencia en la Isla, como integrante de la compañía inglesa Royal Ballet, entre las más emblemáticas del mundo, y en cuya nómina aparece como una de sus más rutilantes estrellas internacionales.
Archiconocida en los cuatro puntos cardinales, esta bella muchacha nacida en Montreal —es hija de padres españoles y se crió en Madrid—, sin embargo, aseguraba días después de recibir el Premio Príncipe de Asturias de las Artes 2005, que «no bailo para ser famosa, bailo porque no puedo vivir sin ello, es lo que más me llena. Cuando bailo soy más yo». Por ello no es difícil descubrir que la magnífica intérprete de clásicos como Giselle, Romeo y Julieta, El lago de los cisnes, Don Quijote o La bella durmiente, es una artista auténtica, de sensibilidad superior, distante de cualquier estereotipo. Pero también muy exigente consigo misma. Esa es la razón por la cual no se cansa de repetir: «No he alcanzado todavía mi máximo desarrollo. Creo que nunca se puede decir eso. A bailar siempre se está aprendiendo».
Amante confesa de esta Isla, Tamara estrenará en Cuba la afamada Manon, de Kenneth MacMillan, acompañada por el gran Carlos Acosta, el venidero 17 de julio en el Complejo Cultural Karl Marx —al día siguiente la responsabilidad recaerá en la rumana Alina Cojocaru y el danés Johan Kobborg—. Y se siente dichosa de que así sea, pues jamás ha escondido su admiración por el alto nivel de la danza en esta tierra («la última gran compañía defensora de una escuela, que ha surgido en el mundo, es el Ballet de Cuba», ha dicho) y por la probada calidad de nuestros bailarines, «muy difícil de encontrar en otras compañías, desde el cuerpo de baile hasta los primeros bailarines».
—¿Cómo se lleva, a los 20 años, recibir la medalla de oro del Concurso Internacional de Danza de París?
—Muy bien. Significó la confirmación de una proyección profesional que, hasta entonces, estaba llena de dudas. También supuso ampliar mis horizontes artísticos, ver y comprender otras maneras de ensayar, otros estilos de bailar y mejores maneras de relacionarse profesionalmente.
—¿Qué le dicen los siguientes nombres: el español Víctor Ullate, y las cubanas Karemia Moreno y Loipa Araújo?
—Víctor: ambición y tesón. Karemia fue quien me dio el primer voto de confianza, mientras que Loipa encarna el rigor técnico, la generosidad y la pasión por el arte de la danza.
—Tuvo una formación muy ecléctica. ¿Favoreció ese hecho a la bailarina que es hoy Tamara Rojo?
—Creo que sí. Poder bailar varios estilos, incluso muy distantes en tiempo y estética, como por ejemplo de Bournonville a Mats Ek, me ha enriquecido mucho, tanto en la parte interpretativa como en la del conocimiento de la diversidad de estilos que hoy podemos bailar.
—Ha sido integrante del English National Ballet y ha actuado como artista invitada en el Ballet de la Ópera de Niza, en el Scottish Ballet, en el Ballet Nacional de Cuba y en la Ópera de Berlín... ¿Qué le han aportado esas compañías?
—Cada una de las compañías que mencionas tiene su propio estilo, su manera de hacer, su carácter. En todas he aprendido mucho: desde la profundidad interpretativa y la sobriedad estética del ballet británico hasta el júbilo brillante del cubano. La experiencia de bailar con varias compañías me ha enriquecido mucho como bailarina. Pienso que, tan necesario como afianzarse en un estilo, hoy es conveniente tener buena capacidad de adaptación.
—¿Fue difícil entrar al Royal? ¿Ve a esa compañía como su última casa?
—No puedo decir que fuera difícil, pero constituyó la consecución de una meta. Para mí, en estos momentos, en el Royal me encuentro como en mi casa.
—¿Considera importante haber empezado por Giselle en el Royal?
—Era importante empezar con un clásico porque, hoy en día, sigue siendo la prueba de fuego para una bailarina. Además, Giselle es una obra significativa en mi carrera: fue el primer clásico que defendí en Madrid; y antes de interpretarlo en el Royal, lo había bailado con el Ballet Nacional de Cuba y con el English National Ballet.
—Ha asegurado que vive uno de los mejores momentos de su carrera. ¿Por qué? ¿Qué le han ofrecido los nueve años que lleva como Primera Bailarina del Royal Ballet?
—Creo que he madurado como bailarina y como intérprete. La mayoría de los roles me gustan, los disfruto buscándoles nuevos matices cada día, y desde hace un par de años estoy ampliando mis perspectivas como creadora. Durante este tiempo ha crecido mi perspectiva sobre la Danza; ya no solo la contemplo como bailarina, sino que trato de profundizar en todos los aspectos de cada obra, por ejemplo: la producción, la dirección escénica, las luces, la escenografía, etc.
La Rojo y Acosta presentarán por primera vez en la Isla la versión completa de Manon. Foto: Dee Conway
—Con frecuencia, el cubano Carlos Acosta es su partenaire en la compañía. ¿A qué se debe: seguridad, comodidad, química...?—A todo eso y algo más. Carlos es un gran bailarín, un magnífico partenaire y bailamos con mucha compenetración.
—Tendrá la oportunidad de estrenar Manon en Cuba, junto a Acosta. ¿Qué significación tiene este ballet para usted? ¿Le exigen un extra el personaje central y sus pas de deux fabulosos?
—Bailar el repertorio de uno de los mejores coreógrafos del siglo XX: Kenneth MacMillan, ha sido una de las aportaciones que me ha dado el Royal. Manon es una de sus obras maestras, pues tiene una fuerza dramática indescriptible, que exige todo de la bailarina: técnica e interpretación.
«El libreto corresponde a una tragedia romántica llena de realismo, que conecta con la actualidad fácilmente. Puedo decirte, además, que la capacidad narrativa de la coreografía de MacMillan es impresionante».
—Chroma será otra de las piezas que el Royal pondrá también a consideración de los cubanos. ¿Cómo fue trabajar en el montaje de esta con su autor, el inglés Wayne McGregor? ¿Ha sucedido con frecuencia en su carrera que importantes coreógrafos decidan crear para usted?
—Wayne McGregor es intuitivo y rápido, por lo que sus coreografías son frescas y trepidantes. Me gusta colaborar con los coreógrafos, tanto creando nuevas obras como reponiéndolas. Por ejemplo, con Derek Deane he tenido el privilegio de recrear los roles clásicos de Clara de Cascanueces, Julieta..., pero, además, participar en nuevas piezas suyas para el espectáculo que concibió en homenaje a los hermanos Gershwin, Strictly Gershwin, y donde aparecen obras como Un americano en París y Rhapsody in Blue.
«También con Goyo Montero colaboré en sus Vasos comunicantes y, el año pasado, ideó para mí un solo precioso para la ceremonia de clausura de Expo Zaragoza: Ella es agua. Con Liam Scarlett, un joven y muy prometedor coreógrafo, bailarín del Royal Ballet, y con quien tengo la esperanza de volver a trabajar en el futuro próximo, hice Consolations & Liebestraum.
«Existe, asimismo, un proyecto con Kim Brandstrup, que se estrenará en el Linbury, un pequeño teatro dentro del Royal Opera House, el venidero septiembre, mientras sigo buscando nuevos creadores con los que trabajar. Guardo también, como un tesoro, el haber podido compartir este año con Mats Ek, para la reposición de Carmen en el Royal. Ek es un coreógrafo a quien profeso una gran admiración. Me encanta su manera de crear. Algún día me encantaría poder interpretar La Casa de Bernarda Alba o involucrarme en alguna nueva propuesta para el Royal».
—Vino por primera vez a La Habana con 16 años, como miembro del cuerpo de baile de la compañía de Víctor Ullate. Y después, a diferentes festivales. ¿Qué espera de su reencuentro con el público cubano?
—El entusiasmo de siempre y su sabia consideración. Cuba tiene un público de danza conocedor y, por tanto, reconocedor. Me gusta mucho bailar en Cuba y tengo muy buenos amigos en la Isla.
—¿Por qué una bailarina de su talla se interesa por impartir clases?
—Por al menos dos razones. La primera, porque me place dar clases; y la segunda, por considerar que debo transmitir mis conocimientos a los que comienzan, que de poco servirían si me los guardara para mí sola.
—¿Qué representó para usted recibir reconocimientos como el Premio Príncipe de Asturias de las Artes 2005, junto a una leyenda como Maya Plitseskaya; y el Benois de la Danza al lado del maestro Fernando Alonso?
—¡Imagínate! El Premio Príncipe de Asturias tiene un gran prestigio y lo otorgan jurados muy amplios, compuestos por personalidades de diversas ramas del Arte y la Cultura. Fue una magnífica sorpresa y me siento muy honrada por detentarlo.
«El Benois es diferente, se trata de un reconocimiento dentro de la profesión y, por ello, mucha gente los considera el Oscar de la danza. Son dos premiazos».
—¿Continúa manteniendo el sueño de establecer una librería pequeñita cuando se retire?
—Ahora no lo tengo tan claro. Me gustan los libros y la atmósfera que aún conservan algunas librerías, pero, lógicamente, mi futuro lo veo vinculado a la danza.
—Se dice que los bailarines españoles deben salir fuera de su país para triunfar. ¿Qué sucedió con el proyecto que presentó en el 2006 para crear el Ballet Real de España? ¿Cuál es su papel en la futura compañía del Instituto Superior de Danza Alicia Alonso?
—Los bailarines españoles que quisimos bailar clásico nos tuvimos que marchar. Y hoy, la inmensa mayoría, tienen que seguir marchándose por falta de oportunidades serias. Tampoco los que bailan estilos más modernos lo tienen fácil en España. Esta es la realidad, y aunque algunos tachen su denuncia como victimismo, lo cierto es que faltan empleos y al público español se le niega la oportunidad de conocer con profundidad el arte de la danza y a buena parte de sus artistas.
«Se lleva años hablando de planes para la danza, de instaurar una gran compañía de amplio repertorio, etc., etc. Casi todo se queda en grandes declaraciones que, después, no se plasman en realidades palpables o se diluyen con el tiempo.
«Mi papel en la Compañía de Cámara del Instituto Alicia Alonso es de apoyo. Se trata de una compañía de prácticas para que los alumnos avanzados puedan probarse en escenarios y con público».
—Ha manifestado: Suelo contestar a quien no debo, decir lo que no debo... Soy poco políticamente correcta. ¿Algo la ha hecho cambiar?
—Sigo siendo un poco rebelde, hay cosas en el mundo de la danza que podrían ser mejores de lo que son. Me es difícil callarme cuando compruebo despropósitos palpables y creo que a este arte le iría un poco mejor si la gente se mordiera menos la lengua.