En diálogo con JR, este director de cine cuenta los pormenores de su más reciente creación, La anunciación
Del camino hacia la creación me habló Enrique Pineda Barnet, cuando me abrió las puertas de su casa y de su pensamiento, para compartir criterios acerca de su más reciente película, La anunciación.
Con la charla amena de quien cuenta una historia sin preocuparse del tiempo, el autor de La bella del Alhambra, me hizo partícipe de ese sendero luminoso y oscuro a la vez, donde anida la «idea»; semilla primera que persigue todo artista, que además la pretende única, propia y sugerente.
«El génesis de una película u obra de arte, empieza por cualquier lugar insospechado, sea este una sombra, una mancha, una sonoridad, un personaje, o una situación dramática. Se puede comenzar por cualquier parte, y en el caso de La anunciación, sucedió por varios lugares y momentos», me dice, dando paso a la pregunta inevitable.
—¿Cuáles fueron esos elementos por donde comenzó esta historia?
—La esencia nació en 1997, en Puerto Rico, donde hice un poema que se fue convirtiendo poco a poco en un monólogo teatral, y que yo interpreté en un restaurante en San Juan, en el cual me pidieron que dijera poemas, interpretara cosas mías, incluso que cantara».
—¿Y cantó?
—Sí, canté. Me acompañó un gran guitarrista amigo mío, Luis Enrique Juliá, y junto a él interpreté, entre otras cosas, la Canción triste, de Carlos Fariñas, cuya letra compuse cuando trabajaba como guionista de Soy Cuba, de Mijaíl Kalatozov, y que Fariñas musicalizó.
«Entonces, en esa presentación compartí el texto de un poema que había escrito y que da origen ahora, al cabo de siete años, a la película. El texto fue hecho para un performance teatral que es, al mismo tiempo, una instalación plástica.
«Se trata de un personaje —tomado de la imagen de José Martí en la foto de Jamaica, pero con un sombrero de paño, al estilo de Humphrey Bogart en Casablanca—, que se mete en un cuadro de un basurero de Tomás Sánchez en el que se topa con un espejo. Y entonces comienza el diálogo. El tema del poema es la culpa, y salió un monólogo muy fuerte que se titula First. El hombre representa la cubanía pero tiene todas las dualidades habidas y por haber, y finalmente termina rompiendo el espejo y abrazado a él.
«Esta experiencia teatral se convirtió posteriormente en un cortometraje, protagonizado por Héctor Noas, y fue a la vez mi primer trabajo con el formato digital».
—¿Y cuál es el otro evento que influyó a la hora de conformar el argumento?
—Fue una vivencia que tuve cuando, en el año 1993, me encontraba impartiendo un taller para administradores de las salas de cine en la capital. Uno de mis alumnos se llamaba Gilberto, y era un hombre flaco que todos los días iba, desde su casa en Vento, en bicicleta hasta el cine Yara, donde trabajaba.
«Este muchacho, en un ejercicio de creatividad, armó toda una historia a partir de diez fotografías de lugares preferidos de La Habana, que él mismo había tomado. Su relato contaba el encuentro de dos fotógrafos que coincidían en una galería e intercambiaban opiniones sobre sus cámaras, la de uno muy buena, la del otro no tanto. Finalmente el primero desaparece, dejándole a su colega no solo la magnífica cámara sino también las diez instantáneas, y una agenda que tenía dibujada, en la fecha correspondiente a ese día, una balsa.
«Sucedió que, un año después, en la crisis de los balseros, Gilberto se va del país, y me deja con su mamá una carta, en la que me explica sus razones personales y económicas para tomar tal decisión. Y resulta que, cuando estoy filmando la película en 23 y 12, se aparece él, 14 años después, y es quien me hace personalmente las diez imágenes que utilizo para la película, porque todos esos elementos de su historia están presentes de alguna manera en La Anunciación.
—¿Existen otras coincidencias no «anunciadas»?
—Estas cosas parecen muy rebuscadas pero es la vida, donde también se mezcla la fantasía con la realidad. Así mismo Héctor Eduardo, personaje principal de la película, es interpretado por el propio Noas, quien a menudo cita directamente a First en la película. Lo mismo podríamos decir que sucede con Verónica Lynn, quien fue la madre en La Bella... y Luz Marina en Aire Frío, la primera cinta que realicé cuando entré al ICAIC.
«Estos son enigmas para que el público los pueda descifrar, cosas secretas que resulta hermoso para mí ver cómo la vida te las revela».
—¿Qué enigma esconde el haber utilizado su propia imagen para el personaje de Octavio, el padre muerto?
—La foto del padre soy yo, pero no hay en ello afán ninguno de aparecer o sobresalir. Este personaje del viejo me gustaba mucho, y en un principio para construirlo utilicé fotos del papá de una amiga mía, que yo había conocido antes de que falleciera. Pero como necesitaba manejar su imagen a veces de soslayo, y también batuquearlo, o hasta inculparlo; me convencí de que no tenía más remedio que hacerlo yo mismo, pues no tenía derecho de andar insultando a este señor, ni tampoco hacerlo con ninguna otra persona».
—¿Por qué decide cambiarle el título a la película?
—Al principio se llamaba Te espero en la eternidad, como la canción de Adolfo Guzmán, por todo el vínculo que establece la vieja con su esposo muerto. Pero finalmente me pareció muy «picúo», muy cursi. Y me puse a buscar un título, que encontré de repente en el cuadro La anunciación, de Antonia Eiriz. Cuando lo vi me dije: Esta es la atmósfera, con este verde oscuro, y estos monstruos de Goya. Además estamos usando una cámara de ángulos anchos que deforman un poco las imágenes, dándole este mismo carácter esperpéntico de la pintura. Son cosas que normalmente no me gustan pero que en este caso sí, y me pareció realmente un hallazgo encontrar en Antonia todo esto.
—23 y 12 es la locación principal de la película. ¿A qué responde tal determinación?
—A saltar los obstáculos en el camino. Me habían dicho que no había transporte para hacer la película y por eso me dije «la voy a hacer entonces allá al frente». Y comencé a sortear dificultades como un ejercicio creativo, donde se conjugan cosas imposibles. La creatividad no puede ser pasiva, no es esperar que la paloma se te pose en el hombro.
«Por otra parte está la importancia misma de la calle. Por esa esquina han pasado el carnaval, la guerra, lo fúnebre, los personajes de la calle, los militares. En esa esquina está metida desde la sonoridad de una conga, hasta la voz de Germán Pinelli, Rita Montaner, Eduardo Chibás, Fidel Castro, Benny Moré, y la de Bola de Nieve. Anuncios, pregones... es como una síntesis de la sonoridad cultural del país.
«Todas esas imágenes de la calle es un cuadro de Tomás Sánchez, son los circos expresionistas de Tomás. Pero también hay homenajes a películas cubanas de compañeros de todas las épocas como Titón, Fausto Canel, Jesús Díaz, Humberto Padrón, entre otros que menciono en una larga lista en los créditos».
—¿Cuando trabaja piensa en complacer al público?
—No puedo permitir que pensamientos ajenos se metan en mi creación, se vuelvan mi censura. Esos son fantasmas. En la película está dicho todo, con todo mi corazón y con toda mi alma. Yo formo parte de ellos. Y a veces ellos hablan y no se entienden a sí mismos o no han profundizado demasiado en lo que piensan.
—¿Y pretende traducirlos?
—Mi pretensión es decir, o al menos dejarles decir.
—¿Entonces cuál es la función de su cine?
—Yo estoy en contra de la idea de que el cine y el arte están en la obligación de dar un mensaje o de enseñar. No tienen por qué hacerlo. El cine es para mí principalmente un acto de creación. Yo soy maestro y me gusta mucho esta vocación que descubrí casi a la mitad de mi vida, pero el cine no lo considero mi medio directo para enseñar. Creo que soy mejor maestro que cineasta, y cada día en las aulas me doy cuenta de que aprendo mucho de mis alumnos.