La Sacra Catedral Ortodoxa Rusa de Nuestra Señora de Kazán erigida en La Habana. Autor: Abel Rojas Barallobre Publicado: 21/09/2017 | 06:26 pm
Difícilmente el médico Fiódor Karzharin, quien vivió en La Habana entre 1782 y 1784, se percataría de que era el primer ruso que tocaba tierras cubanas y mucho menos de que su estancia en estas tierras iniciaría la amplia senda de vínculos, en los dos sentidos, entre su pueblo y el nuestro.
A partir de entonces, primero a cuentagotas y luego con frecuencia creciente, los contactos continuarían. Tan interesante como la historia de Karzharin —quien aquí no solo ejerció la medicina, sino que también enseñó idiomas y, tras su marcha, describió en periódicos de su país estampas cubanas y denunció la crueldad de la trata esclavista colonial— es la de Piotr, Evstafi y Nikolai, los tres mambises rusos.
En efecto, las palmas fueron testigos de que el grito de «¡Viva Cuba Libre!» se escuchó en la manigua también con acento ruso. Piotr Streltsov, Evstafi Konstantinovich y Nikolai Meléntiev llegaron a nuestras costas en 1896 en una expedición mambisa y pelearon como tales en la zona de Pinar del Río, donde conocieron al mismísimo Titán de Bronce, a solo unos meses de su caída. Y no fue el azar, fueron ellos quienes decidieron hacer el viaje en un barco repleto de patriotas —¡otro más!— con un nombre ideal para honrar su gesto: Three Friends.
Tres amigos, y muchos más…
Cuando se repasan las anécdotas y se recuerda que en sublime crónica nuestro Martí, todo emoción, calificó a Alexander Pushkin como «apóstol y poeta», cual si se asomara a un espejo de dos honras nacionales, se comprende mejor que hechos como la visita de Su Santidad Kirill, Patriarca de Moscú y de Toda Rusia, están tan directamente conectados con hitos anteriores como pueden estar en la distancia oceánica un moscovita y un habanero de ahora.
Mucho abrazo, mucho sudor, genes y sangre intercambiados han marcado por decenios un vínculo que vivió su esplendor en la segunda mitad del siglo XX, pero que en el actual XXI toma nuevos aires. Y en ese impulso, la construcción en La Habana de la Sacra Catedral Ortodoxa Rusa de Nuestra Señora de Kazán, consagrada el 19 de octubre del 2008, es un capítulo especial.
Un templo como una casa
Fue precisamente la personalidad que hoy nos visita por cuarta vez quien —entonces como Metropolita de Smolensk y Kaliningrado, titular del Departamento de Relaciones Eclesiásticas Internacionales de la Iglesia Ortodoxa Rusa del Patriarcado de Moscú— ofició la ceremonia de consagración del nuevo templo, a la que asistió el Presidente Raúl Castro. Antes, en noviembre del 2004, tras un cálido diálogo con el líder cubano, Fidel Castro, el propio Kirill había colocado la primera piedra en el sitio donde los dos países levantarían el hermoso inmueble que representa a la Iglesia Ortodoxa Rusa en toda la región caribeña.
A sazón de la apertura, Fidel escribió en una de sus Reflexiones que nuestra capital se enriquecía con un templo de la «prestigiosa Iglesia Ortodoxa Rusa» y recordó que, cuando la URSS se desintegró, el imperialismo no tuvo en ella un aliado. Un detalle del texto destaca por el humanismo que rememora: «En ella se colocó —nos reveló el Comandante en Jefe— tierra del lugar en que reposan los restos de los soldados soviéticos que murieron en nuestro país durante las decenas de años que prestaron aquí sus servicios». Si no abundaran otros, ese sería, por sí solo, motivo más que suficiente para que los cubanos respetáramos esta Iglesia.
El templo se construyó como se levanta una casa, en este caso de la familia ruso-cubana: el autor del proyecto fue el arquitecto moscovita Alexei Vorontsov, en estrecha comunicación con especialistas de nuestra Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, que cedió el terreno, preparó la documentación técnica y puso la mano de obra calificada. De Rusia llegaron las cúpulas, los objetos sagrados, los muebles y el material para el piso. Fue esta obra otra vía para reciprocar la honda solidaridad recibida desde Moscú. El entusiasmo fue a partes iguales.
No asombró entonces que, en sus palabras después del servicio religioso de consagración, Kirill afirmara que «con esta iglesia se abre una nueva página en las relaciones ruso-cubanas» y agregara que «las puertas de este templo siempre permanecerán abiertas para todos: rusos, ucranianos, oriundos de otros países de la antigua Unión Soviética y, por supuesto, para nuestros hermanos y hermanas de Cuba».
A tal punto calaron sus palabras que en los bautismos, bodas y otras ceremonias guiadas por varios padres llegados desde Moscú no ha faltado en estos años la presencia de cubanos.
Dentro y fuera del templo habanero-ruso los lazos han sido fuertes. A nombre de la Iglesia Ortodoxa Rusa, en ese 2008 relevante para sus relaciones con Cuba correspondió al propio Kirill traer a La Habana la Orden de Honor y Gloria, para Fidel y Raúl, por contribuir a la consolidación de la paz y la amistad entre los pueblos.