El compositor cubano Pedro Junco, autor de numerosas canciones famosas, como Nosotros. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:05 pm
A esa hora, el silencio se acentuaba en el Vedado. Sobre las 11 de la noche del 25 de abril de 1943, en la habitación que Pedro Junco ocupaba en la clínica Damas de la Covadonga, en 17 número 253, esquina a J, en el Vedado, se oía suavemente Soy como soy en la voz de René Cabel, que la estrenaba, de acuerdo con el dato de amigos muy cercanos. El enfermo acababa de quedarse solo. La frecuencia respiratoria había aumentado: el tórax del enfermo subía y bajaba velozmente. María Antonia, su hermana, salió a buscar al facultativo de guardia. De pronto, la música continuó sonando en el cuarto ya vacío… Pedrito falleció casi silenciosamente, como dispersándose en el aire tras las notas de la canción que él mismo había compuesto.
Desde entonces, prensa y biógrafos han descrito la muerte de Pedro Junco Redondas como la de un paciente aquejado de tuberculosis, incurable todavía en aquellos días: «Entre lágrimas, toses y vómitos de sangre». El mito, que envuelve la breve vida del autor de Nosotros, también adulteró el instante de su muerte. ¿No parece una coincidencia excesivamente oportuna el minuto de su deceso y el estreno radial de una de sus mejores canciones —Soy como soy—, que aparentemente lo define como artista y persona?, ¿no parece un artilugio escenográfico, un aderezo de la fantasía para introducir al ídolo, al joven querido y prometedor, en la gruta del Olimpo? ¿De qué otro mal podía alimentarse el mito de Nosotros incluso, qué otra enfermedad podría afectar los pulmones de quien falleció «consumido por fiebres de amor»? Resulta un deceso excesivamente aparatoso; casi fílmico o propio de una ópera. Pero quién negaría que funciona dentro del patetismo con que se ha aderezado el mito de Pedro Junco y su bolero Nosotros.
Pedro Junco se enfermó por primera vez en septiembre de 1942; los médicos le recomendaron reposar por unos tres meses. Pero no parece haber sido un asunto excesivamente público. Hasta algunos amigos ignoraban sus dolencias. ¿Quién podría saberlo? «En Pedrito no podías presumir la tuberculosis. No mostraba el genotipo del tísico. Tenía la piel rosada, los labios rojos, un aspecto sano, buena dentadura. Nadaba mucho» (1).
Pedrito tuvo la certeza —testimoniada por su prima Teresita Junco— de que iba a morir cuando enfermó gravemente en septiembre de 1942. Sus familiares y algunos de los amigos más íntimos pudieron creer por un tiempo que padecía de tuberculosis, considerando, además, según se afirmaba, que Pedro Junco, padre, presentaba antecedentes del bacilo de Koch. El doctor Pedro González Batlle, médico y amigo de la familia Junco Redondas en Pinar del Río, al menos, no creyó que fuese tuberculosis, porque nunca pudo detectar el bacilo de Koch en la saliva de Pedro Junco, aunque la radiografía revelaba «una sombra» pulmonar. Y fiel a su principio de no atender a ningún paciente de quien él no hubiese podido emitir un diagnóstico preciso —según nos relató su hijo Pedro González Márquez— aconsejó el traslado hacia La Habana, para que especialistas de la capital intentaran un diagnóstico exacto de una enfermedad cuya naturaleza no le resultaba clara a su ciencia y experiencia.
No hemos de dudar de la competencia del doctor González Batlle. El periódico Defensa Social le dedicó un editorial el 17 de marzo de 1944. Entre sus párrafos, decía: «Ya en La Habana se sabe que en Pinar del Río (…) contamos con un tisiólogo de probada capacidad y profundos conocimientos cuyas opiniones pesan en el Consejo Nacional de Tuberculosis (...)».
El 10 de octubre de 1942, Vocero Occidental publicó un nota redactada por Juan P. González Clemente, director y propietario del periódico. Con este suelto, confirmamos que la primera enfermedad del autor de Me lo dijo el mar le sobrevino en septiembre de ese año, y probablemente la nota haya sido difundida luego de regresar el paciente de su primer internamiento en la clínica Damas de la Covadonga. Fíjense, sin embargo, que lo atinente a cualquier afección pulmonar se trataba en esos años con cautela. «Desde hace varios días guarda cama en su lujosa residencia de la calle Maceo, “víctima de un fuerte ataque gripal” (subrayado de los autores), Pedrito Junco, mi dilecto amigo. Porque pronto se halle completamente restablecido el valioso compositor y músico pinareño hago fervientes votos al Altísimo».
El 14 de febrero de 1943, el propio Pedro Junco niega la posibilidad de que la tuberculosis fuera el mal que lo aquejaba. Fue enfático. Se encargó de sugerirlo con los eufemismos con que la lengua corriente se refería a la tuberculosis, en una carta a la poetisa Eduvita Barroso del Valle, que se había dirigido al director de Vocero Occidental, alarmada por los rumores de que el popular compositor, conocido y querido por sus comprovincianos, había estado enfermo. Clemente le pasó la misiva a Pedrito. Y de primera mano tenemos una prueba que anula lo que aún se sigue creyendo y dramatizando entre sábanas humedecidas por las hemotisis.
Repasemos los detalles antes de reproducir la misiva. En esos días ha terminado su convalecencia y ha viajado a La Habana. Y en la capital «me ocupé bastante de la música». Al regresar a su ciudad natal, dejó —ese es el verbo que utiliza en una carta a Rosa América Cohalla— varias canciones en el aire. En radio Lavín, a las tres de la tarde, difundían más números de Pedrito según su popularidad se intensificaba. René Cabel le estrenó otra pieza, y el llamado Tenor de las Antillas le prometió montar algunas más. Ese viaje a la capital estaba previsto desde el 30 de diciembre de 1942. Una carta del cantante Mario Fernández Porta reconoce también que la salud de Pedrito mejora y sobre todo confirma el ascenso de la obra del músico pinareño en los medios de difusión. «Yo siempre pregunto por tu salud y según tengo entendido estás mucho mejor. ¡Dios quiera que pronto estés bien, para que puedas venir a esta a reunirte un rato con nosotros…».
En consecuencia, la respuesta de Pedro Junco a Eduvita Barroso del Valle, vecina del poblado de Alonso Rojas, está signada por los colores más vivos del optimismo que generan esos aciertos artísticos y el restablecimiento de su salud. La paz que pinta de blanco el presente de Pedrito, no admite asumirla como una pose, o una esquiva de la verdad:
«Debo decirle que yo, hace unos meses, estuve bastante mal “por causa de una congestión pulmonar” (subrayado de los autores) que me retuvo dos meses y pico haciendo reposo. Pero ya, gracias a Dios, desde diciembre estoy completamente bien. Nunca supe antes lo que era estar enfermo, por eso me sorprendió enormemente cuando por órdenes del médico me indicaron lo que tenía y que debía acostarme. Lo motivó algún disparate mío que aún no recuerdo. Al principio estuve algo pesimista pero después me halagó mucho ver lo favorable que fue la reacción hasta que desapareció todo. No sé qué le habrán informado de lo que yo tuve. Aunque cuando el asunto es de pulmones cada uno dice lo que cree, pensando tal vez que “el enfermo no quiere decir lo que tiene” (subrayado de los autores). Yo tuve lo que antes le dije, sin más ni menos. Creo que nadie podía haber aclarado esto mejor que yo, ¿no?».
También el 14 de febrero de 1943 le advierte a Rosa América Cohalla: «Yo sigo perfectamente, gracias a Dios. (…) No me será fácil ir a Colón, no precisamente por mi salud». Pero, de pronto, Pedrito se enfermó nuevamente, tal vez a finales de febrero o a principios de marzo. Antes, el 25 de febrero, Rosa América le ha escrito invitándolo a una fiesta, puesto que ya la salud de su amante no era una preocupación. Y Gladys, otra de las mujeres que lo amó insistentemente, le envió una carta el 18 de marzo de 1943: «Vida mía, me ha dado mucha alegría saber que estás bien, con el favor de Dios pronto te levantarás…».
¿Qué ha pasado? ¿Otro disparate, como aquel de 1942 que él no recordaba y que los amigos más cercanos atribuyen a haber permanecido bajo un aguacero en la azotea de su casa, cuando realizaban ejercicios físicos? Ahora, en la recaída, sucedió lo mismo. Alguien lo ha visto andar bajo la lluvia una noche de esos meses iniciales de 1943. Delante de un grupo de muchachas, caminaba un joven, alto, elegantemente vestido. Una de ellas, que lo reconoce, comenta: «Si la familia se entera: ¡mojándose con lo enfermo que ha estado!». Otra, que no sabe de quién se trata, preguntó, y le respondieron: «Muchacha, ese es Pedrito Junco, el compositor…» (2)
Si acaso faltara una prueba máxima para descartar la tuberculosis como la enfermedad que ultimó a Pedrito Junco; si faltare para despejar dudas, fantasías, aportes ficticios, el certificado de defunción nunca considerado para hablar o escribir sobre la muerte del autor de Nosotros, dice en una copia en poder de los autores: «Pedro Junco Redondas, natural de Cuba, de veinticuatro años de edad (exactamente 23, nota de los autores) hijo de Pedro y María Regla, ocupación estudiante, de estado soltero, falleció en diecisiete número doscientos cincuenta y uno en el día de ayer a las once y cincuenta y ocho de la noche a consecuencia de Anoxemia, Bronconeumonía según resulta del Certificado Médico y su cadáver habrá de recibir sepultura en el cementerio de Pinar del Río…».
Tal vez saber la causa de su muerte no suprima el perfil mítico que envuelve la vida de Pedro Junco. Quizá la clarifique y lo admiremos, más que desde la leyenda, desde la verdad.
(Resumen de un capítulo del libro inédito, de próxima aparición, Nosotros, que nos queremos tanto, escrito por los autores de esta página).
Nosotros
Autor: Pedro Junco
Atiéndeme, quiero decirte algo
que quizás no esperes
doloroso tal vez.
Escúchame, aunque me duela el alma
yo necesito hablarte
y así lo haré.
Nosotros,
que fuimos tan sinceros,
que desde que nos vimos
amándonos estamos.
Nosotros,
que del amor hicimos
un sol maravilloso,
romance tan divino.
Nosotros,
que nos queremos tanto,
debemos separarnos
no me preguntes más...
No es falta de cariño
te quiero con el alma,
te juro que te adoro,
y en nombre de este amor
y por tu bien
te digo adiós.
__________
(1) Testimonio de Raúl García y Antonio Alonso.
(2) Testimonio de la señora Melba Hernández, citado por Amado Martínez-Malo, en Pedro Junco, viaje a la memoria, Ediciones Vitral, Pinar del Río, 2000.