Foto: Roberto Meriño General de Ejército Raúl Castro Ruz, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros
Compañeros de la dirección del Partido y el Gobierno
Compañeras y compañeros
El mundo celebra el 80 cumpleaños de un hombre universal. Una vida, un carácter, han devenido ejemplo y guía, ícono y mito, para pueblos de unos y otros continentes.
Su paso fue tan breve como intenso; la vida que se inicia en Argentina, sería incierto afirmar que concluye en Bolivia. Ernesto Guevara, el Che, ocupa desde entonces corazones y plazas, ha inspirado a combatientes y poetas, ha continuado su quehacer mediante textos imprescindibles y un legado ético de vigencia acrecentada.
Su excepcional entrega a la Revolución Cubana nos confiere un lugar especial en esta conmemoración. No es posible aislar al Che de Cuba, como lo demuestra la presencia que en todas las latitudes comparten su imagen y nuestra bandera, como símbolos de las luchas y de la esperanza de los pueblos.
Para nuestros niños, en cada colectivo y hogar cubano, la fecha del 14 de junio resulta familiar, y al aniversario del Che se une el natalicio del Generalísimo Antonio Maceo, síntesis de la más raigal cubanía.
Ese día de 1845 vino al mundo, en Santiago de Cuba, Antonio Maceo y Grajales, hijo de león y leona, como diría el Apóstol. Diecinueve peleadores por la independencia engendraron Marcos y Mariana.
Fue Antonio el joven arriero que con 23 años se unió a la Revolución de Yara como un simple soldado, y transcurrido un año, por méritos de guerra, ostentaba el grado de teniente coronel. Bajo las órdenes de Máximo Gómez, entre las balas que zumbaban en sus oídos, salvó a su hermano José, gravemente herido. Una leyenda de titán invencible crecía después de cada combate.
Cuando la Guerra de los Diez Años flaqueaba y se había firmado el Pacto del Zanjón, Maceo no dejó caer su espada, y en excepcional ejemplo de intransigencia revolucionaria protesta en Mangos de Baraguá marcando para siempre la vida de todos los cubanos.
Al dirigir sus tropas hasta los confines de Pinar del Río, durante la Guerra del 95, el nombre de Antonio Maceo recorrería el mundo, como protagonista de una de las más grandes epopeyas militares del siglo XIX.
Tenía tanta fuerza en la mente como en el brazo, dijo Martí. Fue Antonio Maceo de pluma sagaz, fina cultura autodidacta y profundidad de pensamiento.
En 1890, un joven señaló en su presencia que Cuba, por fatalidad geográfica, habría de ser algún día una estrella más en la constelación estadounidense; Maceo, relampagueante, replicó: «Creo, joven, aunque me parece imposible, que ese sería el único caso en que tal vez estaría yo del lado de los españoles».
De Antonio Maceo son estas frases que lo revelan y nos ordenan:
«Cuando Cuba sea independiente solicitaré del Gobierno que se constituya, permiso para hacer la libertad de Puerto Rico, pues no me gustaría entregar la espada dejando esclava esa porción de América». «Siempre estaré por la salvación de mi Patria sobre el triunfo de mis individuales intereses». «¿Para qué queremos la vida sin el honor de saber morir por la Patria?». «Muévenos la idea de hacer de nuestro pueblo dueño de su destino, para cuyo fin necesita ser unido y compacto».
Un 14 de junio nació otro gigante del pensamiento y la acción, en otro siglo y otras tierras del mundo: Ernesto Guevara, argentino, hijo también de Cuba.
Fue el Che aquel joven, que padeciendo un asma cruenta, despertaba admiración por su voluntad indoblegable, y su espíritu emprendedor e impetuoso. A los 23 años realiza un largo recorrido por Latinoamérica, se gradúa de médico y, de paso por México, resulta junto a Raúl, los primeros seleccionados por Fidel para integrar la expedición del Granma. Uno de aquellos intensos y palpitantes días, en julio de 1955, los reunió a los tres.
Desde su incorporación a la causa cubana, el Che se distinguió por su lealtad y un valor por momentos temerario. La Sierra, la Invasión, la Batalla de Santa Clara, fueron escenarios de sus hazañas.
Una extraordinaria sensibilidad humana y un carácter de acero lo acompañaron siempre. Él mismo diría: «el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor. Es imposible pensar en un revolucionario auténtico sin esta cualidad. Quizás sea uno de los grandes dramas del dirigente; debe unir a un espíritu apasionado una mente fría y tomar decisiones dolorosas sin que se le contraiga un músculo».
Innumerables enseñanzas nos dejó durante su desempeño como Presidente del Banco Nacional de Cuba y como Ministro de Industrias.
Intransigente ante las indisciplinas y lo mal hecho, se destacó como marxista-leninista consagrado y creador, pulverizador de dogmatismos y burocracias, incapaz de hacer la más mínima concesión al enemigo y crítico severo de todo lo que pudiera afectar a la Revolución.
Ante los ojos de las generaciones de cubanos que ya no lo conocimos, están las imágenes del Che levantando un muro, cortando caña, manejando una combinada, sin camisa en un trabajo voluntario, jugando ajedrez, ejemplo elevado del líder que no se separa jamás de la masa que representa y guía.
Guerrillero Heroico, estadista brillante, ejemplar padre de familia, fue el Che realmente un hombre dispuesto a contender siempre, hasta la victoria. De esto resultaron testigos los combatientes cubanos que lucharon junto a él. Cuando en octubre de 1965, el Che se reunió con los militantes del Partido Comunista cubano, en el Congo, y preguntó quiénes todavía creían en la posibilidad del éxito, sólo cuatro levantaron la mano, pero cuando preguntó quiénes estaban dispuestos a seguirlo hasta la muerte, todos la levantaron.
Conmovía su intachable ejemplo personal, su autoridad moral y su fe inquebrantable en la victoria. Ante los que pudieron considerarlo un aventurero, se les anticipó y dijo que lo era, pero de un tipo diferente, de los que ponen el pellejo para demostrar sus verdades.
Asesinado en La Higuera, en el corazón mismo de Nuestra América, pareciera crecer con el tiempo, expandirse su legado y confirmarse sus verdades.
En la vida y el pensamiento de Maceo y del Che, encontramos los más sagrados valores por los que luchamos hoy, las más admirables virtudes que son razón y anhelo de nuestra Revolución Socialista.
Casi 50 años de bloqueo, guerras, terrorismo, campañas mediáticas, calumnias y todo cuanto ha sido posible imaginar, no ha sido suficiente para rendir a la Revolución Cubana. Nuestra mo-
ral es hoy la de nuestros cinco hermanos en cárceles de los Estados Unidos, cinco Guevaras erguidos en las entrañas del monstruo, prueba irrefutable del odio y la crueldad de que es capaz el imperio y del coraje y valor de los revolucionarios cubanos.
Diez largos años de injusto y cruel encarcelamiento, sometidos a inhumanos castigos, privados de las visitas regulares de sus familiares no han podido quebrar ni sus principios ni sus sonrisas.
Ante la más reciente canallada del sistema judicial y el Gobierno de los Estados Unidos, seguiremos denunciando el crimen y luchando por su liberación hasta que regresen a la Patria.
La décima administración estadounidense se va sin cumplir la promesa de doblegarnos. En las últimas semanas nuevos candidatos repiten, con unas palabras u otras, similares promesas.
Es usual —y últimamente aun con más frecuencia— que el Gobierno de los Estados Unidos y su propio Presidente hablen sobre Cuba.
No se refieren a la mafiosa relación entre el propio Gobierno norteamericano, terroristas y mercenarios internos; por cierto, la contrarrevolución más cara del mundo en consumo de dólares por mercenario y la menos eficiente, si se considera la nulidad de sus actos.
Es una gran suerte de todas formas que opinen, porque sirve para orientarnos. El día que el Gobierno imperialista, hegemónico y terrorista de la actual administración de los Estados Unidos, reconozca algo de la Revolución Cubana o pronuncie una palabra que pueda parecernos amable, o simplemente decente, debemos revisarnos y rectificar nuestro rumbo.
Hemos vivido duros años de período especial; y una profunda batalla de ideas, que se inició en una etapa crucial de la Revolución, ha dejado grandes enseñanzas. Conocemos nuestros errores e insuficiencias, y contamos con la unidad y la experiencia para encararlos y trabajar hasta su erradicación. Libramos nuestra batalla en un mundo «neoliberalmente» globalizado y convulso, amenazado de guerras, cambios climáticos y agotamiento de los combustibles fósiles. Son ya inaccesibles los precios de los alimentos y del petróleo.
El orden internacional irracional, descontrolado e insostenible que nos ha tocado vivir, impone a los países subdesarrollados crecientes obstáculos.
Pese a las agresiones del imperio, la hipocresía y el egoísmo de los poderosos, frente a los cantos de sirena del capitalismo, en un mundo de exclusión y humillantes desigualdades, los revolucionarios cubanos, martianos y fidelistas, no renunciaremos a nuestros sueños, continuaremos la obra sin vacilaciones ni descansos, no sólo por el futuro de nuestra Patria, sino también de América Latina y el Caribe y de todos los pueblos del mundo.
La nuestra, es una alternativa a la sociedad que promueve el egoísmo, la avaricia, lo superfluo y la irresponsabilidad. El camino que hemos recorrido en este medio siglo, ha sido acompañado por la solidaridad y la esperanza de millones de hombres y mujeres que en todo el mundo confían en que no les fallaremos jamás, que la Revolución de Fidel, Raúl y el Che, el Primer Territorio Libre de América, construirá irreversiblemente el Socialismo.
Tenemos la capacidad, la fuerza y el valor para vencer; y conocemos que para lograrlo son imprescindibles la unidad del pueblo, la consagración al trabajo y el ejemplo de los dirigentes.
Cuidemos la unidad de los revolucionarios cubanos como la niña de los ojos. Nuestra historia nos ha enseñado de manera inequívoca, en más de una ocasión, que si se pierde la unidad, se pierde la independencia y peligra la propia nacionalidad cubana.
Hagamos valer la moral de la Revolución con nuestras conductas, contribuyamos cada uno de los cubanos a la solución de nuestros propios problemas y al desarrollo de nuestra sociedad; empleemos nuestras energías, nuestros conocimientos, en hacer avanzar la Revolución.
Los que ocupamos responsabilidades, cualquiera que sea, asumimos deberes adicionales.
En una Revolución como la nuestra un error de uno de nosotros, una falta de un cuadro en el más apartado rincón del país, muchas veces se percibe por el pueblo como un error del Estado. El jefe autoritario, el que no participa en los trabajos voluntarios, o en las tareas de la defensa, el que pasa y no recoge a nadie, el que no sabe escuchar, el que mira y vive distante del pueblo, ese no puede ser un cuadro de esta Revolución; ese que no ha sabido, o simplemente no es capaz de impregnarse del ejemplo sembrado por el Che, no puede ser un cuadro de esta Revolución.
No renunciaremos a nuestros ideales. Sabemos de la infinita capacidad de sacrificio, de las reservas morales, de los nobles sentimientos que atesora el ser humano, y en ellos confiamos para construir una sociedad mejor.
Razones sobran para el optimismo, la confianza, la fe en la victoria y en el futuro de nuestro pueblo.
No se trata de ignorar al enemigo, de desconocer los desafíos ideológicos, de cerrar los ojos ante el reto del inevitable relevo de la generación que hizo la Revolución y la conduce valerosamente, se trata de la convicción más profunda de la justeza de las ideas que defendemos y de la fuerza invencible de un pueblo unido.
Seguimos al Che que está presente en nuestro pueblo, en los indios, en los hombres y mujeres humildes de la Tierra, con quienes nuestros médicos y maestros comparten jornadas de luz en lejanos parajes de Nuestra América y el mundo.
¡Hasta la victoria siempre!
¡Patria o muerte!
¡Venceremos!