En Un completo desconocido, Chalamet se desdobla en Bob Dylan. Autor: Fotograma de la cinta Publicado: 19/03/2025 | 06:55 pm
Por estos días las carteleras cinematográficas cubanas se engalanaron con dos biografías cuando menos polémicas. Algunos críticos dilapidaron elogios sobre Un completo desconocido y María, respectivos retratos del cantautor norteamericano Bob Dylan y de la diva de la ópera de origen griego María Callas. La primera, concentrada en el inicio de la carrera de un creador imprescindible en los terrenos de la música folk y rock, un poeta irreverente y filosófico; y la segunda, en torno a los últimos días de la diva, cuando la voz había casi desaparecido y solo quedaba el recuerdo del clamor que antes la acompañara.
Dirigida por James Mangold, que cuenta con notable experiencia dirigiendo los más diversos géneros (entre otros el buen biopic musical que fue Walk the Line), la biografía de Bob Dylan se diferencia de otros musicales biográficos más pretenciosos y descontrolados (Bohemian Rhapsody, Elvis), en tanto cubre un corto período de tiempo en la vida y la obra del biografiado, porque al parecer el director (coautor del guion junto con Jay Cocks) consideró suficiente tomar un fragmento pequeño para representar el todo descomunal, y rendirle homenaje a Dylan, pero sin intentar develar las claves de su misterio.
La trama comienza con el arribo a Nueva York de un Dylan de 19 años procedente de Minnesota. Muy pronto conoce a los gurúes de la música norteamericana de esa época (Pete Seeger, Joan Baez), y súbitamente, sin demasiado esfuerzo, llega a convertirse en estrella. El cuento concluye en 1965, cuando, en el Festival de música folk de Newport, el novel artista incurre en la apostasía de enriquecer lo acústico con instrumentos electrónicos. Y que nadie me acuse de contar la película, porque todo ello es información que aparece en la más elemental Wikipedia. Siempre correcto, y casi nunca apasionante, el filme transparenta la imposibilidad perentoria de fijar la esencia espiritual e intelectual de un creador elusivo hasta la categoría de enigma, y entonces los creadores optan por presentarnos al Dylan irreverente, desaliñado, de voz nasal y gafas oscuras, en un tratamiento ciertamente externo y monocorde.
De todos, Mangold y sus correligionarios renuncian por suerte a la visión laudatoria o lastimera que predomina en este tipo de películas, y nos permite el milagro de transcurrir un par de horas y 20 minutos en compañía de un genio totalmente inmerso en su creación. Puntos extras para la banda sonora y para la actuación de Thimothée Chalamet, que vuelve a poner a prueba su versatilidad después de consagrarse en el papel de adolescente enamorado en Llámame por tu nombre (2017), de adolescente drogadicto en Beautiful Boy (2018), de adolescente en plan héroe del futuro en Dune (2021) y Dune: Parte Dos (2024), y de muy joven mago-chocolatero en Wonka (2023). Ojalá que Un completo desconocido marque un parteaguas en la filmografía de un actor joven, que cumplirá 30 años en 2025, y deje atrás el postureo de mozalbete imberbe con aires de símbolo sexual e ícono de la moda.
Chalamet se ha prodigado demasiado últimamente, pero debe reconocerse su habilidad para copiar con absoluta exactitud la voz y los gestos de Dylan. Pero al cine, al buen cine, uno pudiera pedirle mucho más, porque para imitaciones perfectas están los shows televisivos de talento que abundan en las televisoras extranjeras, en la cuerda del español Tu cara me suena.
Mucho más cercano al registro emocional y sicológico, en el relato de una gran artista en sus horas finales y más sombrías, se ubican el realizador chileno Pablo Larraín y la actriz Angelina Jolie con María, cuya narrativa de pausada progresión alcanza los 124 minutos. Aunque el escenario principal es el lujoso apartamento que en París tenía la diva, ya retirada de la escena, hay numerosas, tal vez demasiadas, retrospectivas que se suman a los recuerdos que la matan, a las alucinaciones y fantasías resultado de los fuertes medicamentos, y a la pérdida de la memoria que acompañaron los días finales de la prima donna.
Con María, Angelina Jolie firmó una de sus mejores actuaciones. Fotograma de la película
Permeada de nostalgia y abatimiento, esta es una película difícil de ver, sobre todo porque el espectador muchas veces es incapaz de discernir, porque no le ofrecen pistas de interpretación, si lo que está viendo es real o procede de la imaginación del personaje, es decir, de los guionistas. Lo que sí no puede negarse, porque está a la vista, y es el principal as de la película, que Angelina Jolie nos entrega la mejor actuación de su carrera, pues incluso ocasionalmente canta, aunque mayormente dobla, y además es verista, francamente conmovedora, su encarnación de una artista en doble retirada, del mundo y de la escena, que para ella constituyen una sola y única experiencia.
Y como el filme aspira a informarnos sobre los grandes traumas de un personaje más grande que la vida, son numerosas las escenas donde brilla Angelina hasta borrar en nuestros recuerdos toda traza de la intérprete mundialmente famosa por exitazos como Tomb Raider, la saga de Maléfica o Eternals, y demostrar su enorme potencialidad para la tragedia y el melodrama, además de su innegable ductilidad para hacer personajes que oscilen entre las heroínas de acción y una artista tan compleja como María Callas, complejidad debida también al guion coescrito por Larraín y el escritor británico Steven Knight.
Como es una película de autor, el relato de una diva enfrentada a su decadencia y al declive de su inflada autoestima, tiene poco que ver con la filmografía anterior de Angelina Jolie (a quien injustamente despojaron de la nominación al Oscar este año), pero expresa varios temas, códigos estéticos y situaciones dramáticas presentes en las dos biografías femeninas que acometió antes Larraín: Jackie (2016), que gira en torno a la primera dama de Estados Unidos Jacqueline Kennedy, en el momento posterior al magnicidio de Dallas; y Spencer (2021), que relata las decisiones tomadas por Lady Di, princesa de Gales, cuando se aprestaba a terminar su matrimonio con el príncipe Carlos y renunciar a la familia real británica.
Tanto Jackie, como Spencer y María hablan de mujeres famosas caídas en desgracia, pero desde una empatía y un patetismo que escapan al resumen obligatorio y aburridor, con la narrativa de la cuna a la tumba, de tanta biografía cinematográfica al uso. La profundidad sicológica, y la gravedad en el tratamiento de lo histórico (al fin y al cabo Larraín, antes de su periplo internacional, dirigió en Chile, las muy notables Tony Manero, Post mortem y No) convierten a María en una de las más hermosas y desconsoladas biografías fílmicas que hemos visto recientemente.
Como dice María Callas en uno de los muy pomposos aforismos que desgrana a lo largo del filme: «La música nace del sufrimiento, la felicidad nunca ha producido una melodía bella». Larraín y Jolie parecen convencidos de que el mejor cine también nace del sufrimiento, y apenas se preocupan por los espectadores que tengan una opinión contraria. Queda dicho entonces que esta no es una película para espectadores perezosos, en busca insaciable de alegría y esparcimiento.