Con uniforme de capitán del Ejército Rebelde, uno de los médicos de la Columna del Che, el doctor Fernández Adán, (a la derecha) acompaña a su jefe, hace 50 años. «—Oye, para allá va el Che con un tiro en la cabeza.
«Eso es lo único que me dice. La tremenda mala noticia me la da José “Pepito” Argibay, segundo jefe militar de Pinar del Río en ese momento.
«—¡Coño, Pepito, no me jodas! ¡Con el Che no se juega!
«—Mira, lo que te comunico es muy en serio, y al mismo tiempo estoy dándote una orden que tienes que cumplir inmediatamente. ¿Tú sabes con quién estás hablando?
«—Sí...
«—Entonces toma con urgencia las medidas de seguridad necesarias y prepárate para salvarle la vida.
«Corro rumbo a Consolación del Sur, donde se encuentra instalado el Puesto de Mando. Allí sé que al Comandante Guevara lo han trasladado hacia el Hospital Provincial de Pinar del Río.
«Se me afloja el cuerpo, y el alma se me va un poco para las piernas, que me tiemblan. ¡Me siento triste, desesperado, muy incómodo. Porque el Che es mi jefe y además, mi colega.
«Como todo el mundo, yo lo admiro, le tengo afecto. Pero, además, es ya como un entrañable amigo. Me voy para allá, a millón, con un anestesista. No recuerdo su nombre ahora. Se queja de que “corro” mucho en mi carro, y dice que nunca más se montará conmigo.
«Es muy buen anestesista, pero no comprende en ese momento a quién vamos a atender de urgencia. Claro que yo nunca cometería otra vez esa locura de “correr” tanto. Pero no actuaba como el chofer, sino como alguien que acaba de recibir una orden trascendental y se vuelve como loco con un timón en sus manos».
La pistola se me cayóEl doctor Orlando Fernández Adán evoca aquellos días en que cuidó al Che, cuando un plomo de su propia pistola le hirió en la cara. (Foto: Calixto N. Llanes) «Al llegar pregunto dónde está el Che. Me dicen que en el salón de operaciones. Y allí dentro hay como 20 personas, médicos, militares... Entre ellos, después supe que estaban los doctores Pérez Lavín y Ángel García, y la enfermera Olga Alarcón.
«El Che está acostado en la mesa de operaciones, sin camisa. Cuando me ve llegar noto que me mira con mucha confianza, como diciéndome: Ya hay aquí uno de los míos.
«El Che, por supuesto, médico al fin, confía en los demás facultativos, pero a mí ya me conoce de instantes pasados, también tensos.
«Enseguida llamo a uno de sus escoltas históricos, Harry Villegas. Le pido de favor que vacíe aquel salón repleto de personal en ese instante, que deje solo a los médicos y que él no se vaya de allí.
«Al llegar al lado del Comandante, le pregunto: Che, ¿qué te ha ocurrido? Me dijeron que estás herido. ¿Cómo fue eso? (todavía no me percato de su herida, porque es pequeña). Me mira con la misma profundidad de siempre y me contesta: “Sí. No sé cómo pudo pasar, pero la pistola se me cayó y se disparó, esa es la verdad...”.
«Recuerdo muy bien que la entrada del plomo provocó una herida similar a una quemadura de cigarro en la mejilla izquierda.
«Veo a un médico con sus guantes y el tapaboca puestos, ya listo, con el bisturí en la mano, como para operar. Y enseguida le pregunto: ¿No le han hecho una placa? Y el colega me responde: “Sí, pero, es tan reciente que está aún muy mojada”. Entonces le puntualizo (yo estaba muy alterado realmente): ¡Pero usted sabe, como yo, que las placas de urgencia, para no perder tiempo, se miran mojadas! Y le pregunto si sabe cuál es el orificio de salida, mientras yo mismo lo busco y lo hallo de inmediato con un rápido examen visual.
«El médico aquel me dice que no tiene orificio de salida y eso me motiva a preguntarle cómo es posible un balazo en la cara sin orificio de salida. ¿Dónde está entonces el plomo?
«Confieso que yo, cirujano al fin, por primera vez me siento nervioso al ver al médico aquel, que continúa con el bisturí en la mano. Me dice que va a explorar la herida. Pero, por suerte, no es necesario hacerlo. No hay problema ninguno, le digo al médico. Pero no obstante, le preciso: La herida de bala no se explora, sino que por los síntomas, se deduce qué posible gravedad existe, qué probable trayecto tomó el proyectil. En general las heridas punzantes no se exploran. Y ya yo sé que la bala salió.
«Mire, toque aquí, le sugiero, y le llevo la mano a la zona detrás de la oreja izquierda. Aquí no está la bala. Mire el orificio: entró y salió. Y no hay lesión del nervio facial, porque no hay parálisis. La comisura labial no está caída. Lo comento, además, con la intención de que el Che escuche y se sienta mucho más tranquilo.
«Le pido al Comandante que mueva los brazos y las piernas. Todo lo hace bien, sin signos de trastorno neurológico alguno.
«Sé que ha sido una bala de nueve milímetros, de una pistola Stechkin, soviética. Y enseguida le pido a Guevara: A ver, Che, ríete. Se sonríe. Pero él no es de frecuentes sonrisas, y mucho menos en esas circunstancias. Hace una especie de mueca-sonrisa, pero basta para constatar que el nervio facial está trabajando bien, y se aprecia perfectamente.
«El plomo tampoco ha comprometido el conducto que lleva la saliva de la glándula parótida hacia la boca. Y le explico al personal médico que ni siquiera el maxilar ha sido tocado».
Fidel pregunta constantemente cómo está«Como cirujano puedo decir que la bala, al salir, siempre hace un orificio mayor. Aquella que hirió al Che le penetró por la mejilla izquierda, recorrió un pequeño tramo por dentro de la cara, atravesó el pabellón de la oreja y tropezó con el hueso mastoide, quizá el más duro del organismo. Lo aprecio así porque veo una pequeña magulladura en esa región ósea.
«Afortunadamente el proyectil no interesó ninguna arteria, ni órgano del cuello o de la garganta, ni mucho menos el cerebro.
«Cuando hablamos de inyectarle un suero antitetánico, el propio Che, comenta: “Soy muy alérgico, y un asmático crónico. Ese suero me puede hacer daño.”
«Es verdad que se le inflama mucho la cara y que le cuesta trabajo hablar. Por eso enseguida preparo las condiciones para una posible traqueotomía, pero en realidad no se presenta tal peligro.
«No obstante, le ponemos el suero. No olvido que llegan tres médicos de La Habana para trasladarlo hacia la capital. Pero el Comandante Guevara decide quedarse.
«La compañera Celia Sánchez me llama cuatro o cinco veces. Fidel, aun en medio de la tensión de los días de la invasión mercenaria, pregunta constantemente cómo está. Los tres médicos que envían desde La Habana viajaron en un helicóptero. Uno de ellos después fue Viceministro de Salud. Ya el Che se siente mejor, pero no es bueno ese traslado. Radio Swan, como siempre, propala falsedades y calumnias. Dice constantemente que Fidel lo ha matado y por eso no está presente en Girón.
«No puedo omitir que la inflamación del hematoma propio del balazo le oprime al Che el nervio facial. Es algo muy lógico, pero no grave. Por esa situación nueva yo no voy a intervenirlo quirúrgicamente.
«Un miércoles trasladamos al Che para la casa de Pepito Argibay, donde está mucho más cómodo y con mayor privacidad. Pero el jueves el Comandante se va para Girón. ¿Quién puede impedirlo? Únicamente Fidel o Raúl. A mí no me pregunta absolutamente nada. Yo no le he dado el alta; se va porque sí. Actúa como jefe y como médico.
«A los dos o tres meses Aleida March me dijo que el Che le confesó a un compañero que le había gustado mi actuación profesional en el caso de su accidente. Que manejé muy bien aquello, y que estaba agradecido de mi ayuda.
«Entonces le pregunté, sonriente, a Aleida: Chica, ¿y por qué el Che no me lo dijo a mí? Aleida se rió y me respondió: “Adán, porque si él te dice eso, si te elogia personalmente, deja de ser el Che. ¿Tú no crees?”».
El doctor Adán
Quien relató este testimonio prácticamente desconocido del Che en los días de la agresión de Playa Girón es el doctor Orlando Fernández Adán. Este galeno se alzó contra la tiranía batistiana en diciembre de 1958 en el Escambray, y allí se unió a las tropas del Comandante Guevara en cuanto este llegó a territorio villareño. Nació en La Habana, en la calle 10, entre 23 y 21, el 29 de abril de 1928. Es 15 días mayor que el Che solamente. Un día le dijo a su jefe —en broma— que por eso tenía que respetarlo.
El 3 de enero de 1959, por la madrugada, llegó junto al Che y su columna a La Cabaña como uno de sus médicos. Al día siguiente le quitó los tres puntos de una herida en el arco superciliar derecho que sufrió al caerse durante la toma de Cabaiguán, cuando también se hizo una fisura en un brazo.