Acuse de recibo
Un viaje hacia la desdicha fue el que hizo Lázaro L. Sierra García (2da. No. 20706, entre Central y Cantera, Alturas de Luyanó, San Miguel del Padrón, La Habana) el pasado 22 de febrero por ferrocarril con destino a Las Tunas en el tren 11, Habana-Santiago, previa reservación.
El tren debía salir ese día a las 6:00 p.m. desde la terminal de La Coubre. Y a las 5:30 p.m. por los altavoces se informó que partiría con retraso, sin especificar el motivo. A las 6:25 p.m. llamaron para rectificar los pasajes, y al fin el 11 salió a las 9:30 p.m. Con tres horas y media de retraso.
Todos los coches iban sin luz. En Ciego de Ávila hizo una estancia de 45 minutos, y continuaron viaje. En Camagüey estuvieron detenidos cinco horas. Llegaron a Las Tunas a las 5:20 de la tarde del siguiente día.
El retraso, precisa, se hacía más insoportable en esos coches que no tienen condiciones mínimas para viaje tan largo. Los niños iban intranquilos, pidiendo agua y comida a sus padres, quejándose del calor… Entre los ancianos, había personas con las piernas hinchadas por estar tanto tiempo sentadas.
El día antes del retorno a La Habana él y sus acompañantes se apuntaron en la lista de espera de la terminal ferroviaria de Las Tunas. Al fin, el 25 de febrero, a las 12:10 p.m. estaban en la terminal para rectificar pasajes a la 1:00 p.m. Y sucedió algo parecido: el Tren 16 Guantánamo-Habana salió con problemas. Debían haber abordado el mismo a las 2:30 p.m., y finalmente pudieron montarse a las 7:00 p.m. Y en Camagüey estuvo detenido cuatro horas.
Lo inadmisible para Lázaro son las pésimas condiciones de los coches y la falta de higiene. Los baños, insoportables, al extremo de que de una punta a otra se respiraba el mal olor. Y durante todo el viaje fue matando cucarachas de las llamadas «alemanas», de todos los tamaños. «Menos mal que en este retorno los coches traían iluminación, señala, y uno podía ver las cucarachitas, las que terminan viajando en los maletines hacia los hogares de los pasajeros».
Lo otro lamentable son los alimentos que se venden en el tren por la propia tripulación. Según Lázaro, son «inventos»: pan con picadillo de pollo, con un pan muy viejo y el picadillo ácido. Los bombones hechos con una harina que carraspeaba la garganta... Al final, tuvo que botarlos.
Eso sí, en todas las paradas, suben vendedores a hacer su agosto, y si no estás a la viva, en algunos casos se llevan lo que se les presente ante sus ojos.
Lázaro conoce las dificultades económicas y de recursos del país, pero considera que la limpieza y el esmero no están reñidos con la pobreza. Son, en su consideración, problemas internos del Ferrocarril, que piden a gritos medidas de rigor y de respeto.
«El pueblo es quien paga las consecuencias de todo esto, refiere; con un poco de esfuerzo, de gestión y de deseos, el transporte ferroviario puede cambiar y mientras tanto hacer una inversión y mejorar el confort de los coches, como mismo hay pasajeros inconscientes que hacen cosas indebidas, y hay que multarlos».
De la experiencia de Lázaro y de otros viajeros en nuestros trenes, uno puede deducir que, cuando se modernice nuestro lacerado ferrocarril y podamos viajar con confort y cierta dignidad, si para entonces no se han resuelto los problemas de la desidia y la indolencia sobre rieles, seguirán descarrilándose la decencia y el rigor que alguna vez tuvieron los trenes en Cuba.
Carlos Manuel Benedicto García (Braulio Peña No. 316, reparto Garrido, Camagüey) percibe con tristeza que el círculo social de ese barrio, con la amplitud y condiciones que tiene, está completamente subutilizado.
«Hace mucho tiempo se ha convertido en aglomeración de bebedores, pues solo venden allí bebidas y cigarros, y algún que otro alimento ligero».
Insiste Carlos Manuel que los jóvenes, niños y adultos de Guernica merecen que se rescate esa instalación, con opciones diversas y sanas que aprovechen el sitio de manera fructífera.
La desidia va degradando al ser humano si no se le ofrecen alternativas edificantes, que lo dignifiquen. Hace falta una carga contra todo lo feo y sucio. Un antídoto contra todas las parálisis y los olvidos.