Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¡Ahí sí hay problemas!

Autor:

Luis Sexto

La anécdota que enseguida contaré posee las sugerencias de una parábola. Es real. Recientemente, una clienta de cierto puesto de viandas y vegetales preguntó si había coles en mejor forma que las de las tarimas. Estaban resecas, reducidas, marcadas por pintas negras. Uno de los dependientes, que limpiaba el piso, dijo a su colega: Anda, busca las que están en el almacén. El aludido se molestó. Y ripostó: Yo sé cuándo tengo que sacarlas; primero hay que vender las que están afuera...

¿Es o no es una parábola de nuestra vida? Así lo veo yo. No importa que la mercancía esté en mal estado; ha de venderse aunque el comprador tenga que llevarse lo que usualmente merece ir a los recipientes del Plan Porcino. Desde luego, el hecho no clasifica como novedoso. Ese es el concepto de calidad que en nuestro comercio abunda: irrespetar al cliente, en el trato o en la oferta. De ello hemos hablado. ¿Y pretendo acaso volver a repetir la misma denuncia de semanas y meses atrás?

Si he contado la historieta es porque pienso construir una parábola: es decir, extraer de la anécdota una verdad, un concepto aleccionador. Evidentemente, algunos en nuestra sociedad tienen que aprender a respetar a las personas. Fíjense, resulta contradictorio que las instituciones tiendan a educar y a preservar la salud de los ciudadanos sin distinguir entre el bueno y el malo, y que por otro lado tratemos a la gente con tanto desgano que la individualidad se diluya en el montón y se quede sin aquello que está en el almacén guardado. Para... cuándo, para qué.

Ese detalle es lo primordial de esta parábola que pretendo interpretar desde una perspectiva generalizadora. Hasta cuándo seguirán ciertas obligaciones ocultas debajo de un sombrero portentoso, presuntuosamente seguro de que cuando alguien introduzca la mano saldrán certeramente a la luz.

No me voy a hacer un enredo buscando atajos para decir cuánto me preocupa hoy nuestro presente y nuestro futuro. Me parece, hablando claramente, que tenemos que apren-der a mirar con rectitud los problemas y no ir tirando con lo que aparece en tarimas y vidrieras, para luego, cuando los hayamos vendido todos, abrir la puerta de los almacenes y sacar lo nuevo y bueno... Recuerdo que al principio del período especial alguien sugirió recoger toda la mercadería de las tiendas, incluidas las máquinas de coser, con el propósito de mantenerlas en la reserva, y las cosas empezaron a ser más difíciles para el dinero: perdió valor al carecer del necesario respaldo en objetos de consumo. Claro, en vez de ir usando los precios como reguladores. Después, nunca más vi esas máquinas, al menos esas.

Comencé hablando de agromercados, y pregunto: ¿no notan que los productos escasean? ¿Se les ha escapado acaso la percepción de que ahora afrontamos más problemas para comprar? A simple vista, se aprecian menos productos. Hace poco visité cierto lugar de la geografía nacional, y lo único que vi en los expendios era aguacate... Santo y bueno, pero ¿habremos de vivir a base de aguacate? Como dice el hombre o la mujer en la calle: no hay que exagerar.

Creo, pues, que estamos guardando lo mejor para los «almacenes». Y lo digo en el sentido de que la agricultura necesita rápidamente una readecuación de las formas organizativas, de modo que facilite a la tierra —la ociosa que el marabú protege y la cultivada por debajo de su potencialidad— a colmar las necesidades alimentarias del país.

Esto digo, por último, como moraleja de mi historieta sobre las coles y una tardanza comercial: guardar en los almacenes, es decir, demorarse en sacar los frutos a la venta, en particular los frágiles, implica un peligro: que se echen a perder bajo los efectos del clima, los insectos, y que cuando debuten en el mercado estén tan podridos y sean tan ineficaces como los que van a reemplazar. Es decir, sin tapujos: en la vida —personal, social, política— una fruta y una decisión necesitan de un requisito: llegar a tiempo.

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