¿Es mala la violencia masculina en la formación y evolución de una familia joven?
Desde el comienzo de la historia humana, al hombre se le atribuye un carácter violento, asociado al rol de salir a cazar y proveer, y en muchos casos a pelear guerras para defender territorios o por la supervivencia del grupo.
Sin duda alguna, existe una base biológica y hormonal para dicho comportamiento: la testosterona. Esa hormona garantiza el empujón de arranque, los recursos físicos y síquicos para salir a enfrentar lo percibido como una amenaza o desafío.
Un hombre con una masculinidad compensada usaría ese impulso en el seno de su familia para el bienestar y desarrollo de sus miembros, en su culturalmente asignado rol de líder del hogar, el cual se expresaría en su sentido de protección del clan familiar ante los diferentes desafíos que se presentan y se asumen como riesgos para la integridad del grupo que representa. También se validaría en la responsabilidad de proveer para satisfacer necesidades físicas, emocionales, educacionales y espirituales de su familia.
Un varón que desempeña su masculinidad de forma negativa influye de forma nefasta en la formación de una familia joven. La masculinidad mal compensada se muestra como tiranía. Se violan los límites de los derechos del resto en función de la voluntad del macho dominante, y eso genera violencia física, emocional, sexual y patrimonial.
Los niños, dominados más por su mente inconsciente que por su mente racional, tienen una personalidad muy moldeable. Es muy fácil programarlos; a través de las palabras, pero sobre todo del comportamiento, pues aprenden por imitación.
Un ejemplo de adulto sano y compensado dará como resultado una generación de ciudadanos equilibrados, productivos y proactivos, que respeten reglas y límites propios y ajenos; personas que ante el menor indicio de disfunción identifican el patrón inarmónico.
La otra cara de la moneda producirá una forma defectuosa a nivel celular. Los comportamientos violentos se graban en nuestro ADN, y se proyectan en futuros victimarios o víctimas, que aprenden a normalizar la violencia y pisotear la dignidad y los derechos, propios o ajenos. Las personalidades resilientes trabajarán para revertir el trauma, pero la herida mostrará su cicatriz siempre.
Procuremos que nuestra conducta ante los hijos ahora sea la base de lo que queremos ver en el futuro, porque toda oportunidad de cambio está en el presente.
Mireya Beltrán Piloto, licenciada en Sicología de la Salud