D.R.: Después de 30 años de casada, en un matrimonio feliz y con nuestros hijos crecidos, mi esposo me confiesa que está enamorado de otra mujer y quiere iniciar una relación con ella. Agradezco su sinceridad, pero es tan grande el dolor que siento una opresión en el pecho.
El dolor y el desconsuelo en pérdidas como esta son parte indisoluble del cierre del vínculo. Eso que parece insoportable, conforma el proceso de aceptación de lo real de la pérdida que reaviva la falta que una vez nos llevó a buscar ese vínculo como otros en la vida. Y en ese sentido, es valioso darse tiempo para analizar qué duele tanto, hasta lograr encargarnos de solucionar cada problema que nos presenta la separación.
Una ruptura matrimonial de calidad conlleva muchas pérdidas a la vez: el amor, el erotismo, las costumbres, el modo de aliviar tensiones, las vías de solucionar la subsistencia… Cuando se pierde un amor, se rompen esos modos de satisfacer con una mirada, un modo de besar, una voz, un decir, pequeñas sutilezas que enlazan.
Advertirlo es la oportunidad de ir cerrando lo que se despide detrás de cada herida, y la oportunidad de movimiento y encuentro con otros modos de volver a vivir. Otras personas, actividades y fantasías pueden llegar a alegrarnos.
Separarse implica tomar distancia de la creencia de que esa persona es todo, o lo único. Cada uno de nosotros en su forma de enlazarse a quienes ama, da lugar a esas alegrías que suplen la falta propia de la existencia. En ese sentido, quedan abiertas las posibilidades de volver a amar.
Mariela Rodríguez Méndez, máster en Sicología clínica