Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Pregunte sin pena

Las rupturas amorosas son difíciles pero sabias, pues a pesar de todo, los lados salen más fortalecidos y experimentados

Autor:

Mariela Rodríguez Méndez

L. M.: Me casé cuando tenía 17 años con un muchacho dos años menor que yo. Tuvimos nuestras peleas y rupturas como cualquier pareja de ahora, pero él siempre me demostraba que yo era el amor de su vida; y el mismo día que cumplíamos cinco años se decidió a dejarme. Me dolió tanto, que ya hace un año estamos separados. El problema es que cada vez que lo veo creo que nunca lo dejaré de querer. Pero no quiero regresar con él. En realidad no sé lo que siento. Y lo más triste es que no logro conseguir pareja. ¿Qué me pueden aconsejar? Tengo 23 años.

Lo primero es esclarecer lo que sientes. Luego valdría valorar si estás dispuesta a retornar solo porque lo quieres tú.

Según refieres, luego de las separaciones anteriores, él siempre te demostraba que eras el amor de su vida. Quizá, esta era la condición que necesitabas para retornar. Tal vez ahora, luego de proponer esa abrupta separación, lo ves y sientes que lo amas, pero nada te indica que eres ese amor que fuiste para él. Posiblemente no quieres regresar en esas condiciones aunque sientas las ganas.

Haces bien en abstenerte si no sientes suficiente motivación para actuar. Aunque no seas consciente de tus sentimientos, sabes que no quieres dar un paso más sin que él cumpla con determinada condición, hasta que no pase algo más significativo para ti.

Pero es probable que no consigas pareja mientras esperas que él aparezca con la soñada demostración amorosa de antes. Solo tú sabrás cuánto tiempo más le mantienes su lugar reservado, cuánto tiempo más conservas la esperanza, sin aceptar que ya su posición hacia ti cambió.

Para las mujeres, la creencia en el amor suele ser decisiva para soltar las riendas de su entrega. No es el dolor de un año atrás el que te mantiene inmóvil, sino el de cada vez que lo encuentras sin ocurrir algo de lo que esperas.

Mariela Rodríguez Méndez, máster en Psicología Clínica

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