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Salud sexual, también en las redes (II)

El uso excesivo de las redes sociales y el consumo acrítico de material pornográfico impacta  a nivel afectivo-conductual en la adolescencia y juventud

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

Los hijos se parecen más a su tiempo que a sus padres. Marc Bloch.

¿Quiénes son los centennials?, preguntó un lector mayabequense de 54 años a raíz de la página pasada. Otras personas se nos acercaron con similar duda, y una joven nacida en 2007 dijo no saber en qué generación inscribirse, porque siente más afinidad con personas de al menos dos décadas mayores que ella.

Para la sicóloga y docente andaluza María del Mar Díez Simón, es importante entender que, en esta sociedad, cada vez más global y digital, los también llamados adolescentes 3.0 o «Gen Z» viven, aprenden, socializan e incluso descubren su sexualidad a través de las redes sociales, y no precisamente las que dominan sus figuras parentales.

De acuerdo con varios expertos, esta es una etapa signada por la búsqueda de una identidad propia, más allá de las expectativas familiares, y eso implica gestión emocional, experimentación, polarización, compromiso y acción hacia valores que construyen según sus experiencias y conflictos, inentendibles a veces para sus mayores.

La Asociación Americana de Sicología denominó generación centennial a las camadas nacidas entre 1997 y 2010, quienes son más flexibles en cuanto al género, el cuestionamiento medioambiental y la participación en el debate y ejercicio social de temas como el feminismo o el racismo, aplicado de manera más pragmática a su cotidianidad.

Su crecimiento está marcado por las secuelas de innegables crisis climáticas y sociopolíticas internacionales, y por una pandemia que afianzó su dominancia virtual para mantenerse en contacto con amistades, amores, estudios y hasta familiares.

En su cosmovisión, el futuro es inestable por naturaleza, la vida tiene sorpresas y está bien disfrutar con intensidad, independencia y madurez. Valoran su tiempo libre y proyectan destinos de placer o desarrollo profesional con menos limitaciones geográficas o ataduras al clan familiar.

En su apariencia cultivan más autenticidad y varían de look con facilidad, en busca de una imagen individualizada a través del cuidado (o no) de su vestuario o cabello, y con atributos estéticos despojados de connotaciones pasadas, como los tatuajes y los piercings.

Las muchachas, en mayor medida, pueden verse atrapadas en la incoherencia de creer en la diversidad física y a la vez sucumbir a la obsesión por encajar en una imagen artificial.  De ahí que caigan muchas veces en patrones sexistas y adopten poses o empleen filtros que las acerquen a las influencers favoritas en las redes, aunque en la práctica no cuenten con los atributos expuestos.

Por lo común, apenas se acercan a la edad laboral se labran un camino financiero en emprendimientos que muchas veces se asocian a sus talentos y pasiones (programación, monedas virtuales, juegos competitivos, promoción de eventos o productos en redes sociales…), lo cual les retiene ante pantallas muchas horas, pero sin perder (al menos la mayoría) el ancla a sus grupos de pertenencia presencial.

Otros caen en un extremo enajenante y «viven» solo en la virtualidad, prolongando la dependencia de padres o parejas ocasionales para solventar necesidades básicas, como techo, comida o aseo. La renovación tecnológica es su única pasión, y están más identificados con su avatar o identidad virtual que con las características físicas y sicológicas proyectadas en el mundo concreto que (a veces) les rodea.

A la familia cubana le cuesta entender por qué estos jóvenes imitan a sus coetáneos de otras latitudes y deciden alquilar una vivienda entre varios, aún sin ser parejas, o prefieren transportarse en ciclos y motorinas, y cómo es que la idiosincrasia regional es menos marcada en este grupo etario.

También llama la atención su capacidad para no responder a la presión familiar o grupal en cuanto a mostrar sus intereses sexuales o seguir patrones de género. Suelen experimentar con rasgos y roles de hombre, mujer o cualquier identidad fluida, y lo mismo viven una vida intensa de prácticas eróticas por imitación a sus ídolos musicales, que defienden el derecho a ser asexuales, o célibes, o a vivir en pareja sin jerarquizar el eros en esa relación.

Como nativos digitales, les resulta más atractivo un teléfono conectado que cualquier otro incentivo familiar (paseos, ropas, equipos de música…), y bien empleados, esos medios potencian su independencia y capacidad de aprender.

Sin embargo, el uso excesivo de las redes sociales y el consumo acrítico de material pornográfico impacta en esas edades a nivel afectivo-conductual, con una marcada distorsión de «lo real» en sus vidas y las de otros, lo cual resiente su autoestima y aumenta su vulnerabilidad.

En la próxima entrega de este seriado les contaremos más implicaciones del consumo de redes sin el debido control parental, los mitos que se perpetúan en detrimento de la dignidad y equidad como valores sociales, y las estrategias a aplicar por los adultos para acompañar a esta generación.

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