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El divorcio también puede ser un final feliz (II y final)

Cada nuevo comienzo proviene del remate de algún otro comienzo.

Séneca (filósofo romano del siglo I)

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

El divorcio existe desde que el mundo es mundo. Las viejas civilizaciones dejaron evidencias de esos procesos, casi siempre pedidos por el marido. La diferencia venía en lo que pasaría después con el patrimonio o los hijos.

Por ejemplo, en el imperio romano el trámite era simple, pero así fuera de mutuo acuerdo o porque el hombre repudió a la esposa, los hijos se quedaban con el padre y ella regresaba a su casa con su dote conyugal.

Con la Revolución Francesa, el cese legal de la relación se formalizó y cualquiera de los dos podía pedirlo, pero debía dar razones: adulterio, violencia, abandono, mutuo interés… En la práctica, seguían siendo ellos los demandantes porque ellas no tenían recursos para mantenerse, ni a sus hijos.

La nueva ley se extendió en el siglo XIX por casi toda Europa, América del Norte y algunas colonias en África y Asia, pero siempre con la oposición del cristianismo. Para el sacramento matrimonial de por vida, la relación solo se extingue con la muerte del cónyuge, y la nulidad eclesiásticase concede solo si uno de los dos no era apto para casarse (por edad o matrimonio previo), si la consanguinidad es muy alta, o si no consumaron el vínculo carnal.

Aunque suene raro, Italia apro el divorcio civil en 1970, e Irlanda y Malta en 1995 y 2011, respectivamente. En el Estado del Vaticano y en Filipinas aún no es posible separarse de quien elegiste para esposo o esposa ante la ley.

Pareja no, Familia sí

Las estadísticas demuestran que las parejas con hijos demoran más el divorcio, aunque la relación erótica ya no exista o sea mejor para ambos seguir caminos separados por causas poderosas, como violencia, mala salud o nuevos amores.

Más allá de la incertidumbre ante el cambio, asusta saber cuánto te perderás en el día a día de esos seres que amas y necesitas educar y proteger; y te preocupa quién ocupará el rol que debería ser tuyo… y puede serlo, aún en la distancia.

No siempre un divorcio implica traumas para la descendencia, pero sí habrá ajustes complejos, en especial cuando están muy apegados a quien no seguirá con ellos, y mucho más si deben alejarse de los abuelos que les criaron, o de sus espacios cotidianos, comodidades, amistades, escuela, barrio…

En esos casos, la prioridad para los adultos debería ser el bienestar de quienes no tienen voto en esa decisión, y pase lo que pase con el ex, quien conserva la guarda y cuidado debe esforzarse por garantizar la comunicación con la otra familia (hermanos, tíos, primos), e igual debería preservar su herencia cultural, valores, historias, linaje, buenos recuerdos, gratitudes…

No es egoísta separarte si tu pareja ya no tiene sentido para ustedes y para la sociedad. Lo egoísta, y hasta peligroso, es convertir esa pérdida en batalla campal, y hablar mal a los hijos del padre ausente, los suegros difíciles, los cuñados incómodos… Es como envenenarles la comida día a día, o negarles el Sol porque tú te quemaste con la sobrexposición.

Hay un regalo hermoso que te puedes dar, y a tus hijos, durante el duelo del divorcio. En japonés le llaman seijaku: calma en medio del caos. Significa aminorar la marcha y estar en paz contigo, a solas, al menos por algunos minutos cada día. Tomar distancia de tus sentimientos para observarlos sin juzgar y medir el impacto en los demás.

Si la decisión es inminente, no le mientas a tus hijos, por menores que sean, porque alguien va a decirles la verdad sin ambages y perderás su confianza en otras áreas.

Usa el lenguaje adecuado según la edad, y no profundices en las causas, sino en cómo organizarán la vida en lo adelante, para tranquilizarlos, porque su seguridad sí importa.

Prepárate antes para aceptar sus reacciones. Lo sano es que puedan expresar sin miedo su dolor, rencor, dudas… pero no te sorprendas si lo toman con indiferencia o alivio: tal vez sí eran conscientes de los problemas de convivencia, o han visto el fenómeno en otros hogares y calculan posibles beneficios, una salida lógica a lo que no pueden controlar o evitar.

Déjales bien claro que es una ruptura entre adultos: ni es culpa suya ni les toca resolverlo. No permitas chantajes emocionales ni negocies medias verdades. Mantén en lo posible sus rutinas, potencia sus hábitos y cuida la salud de todos.

Multiplica las muestras de cariño, pero no les encargues sustituir emocionalmente al adulto ausente. No es sano ni justo para nadie. Si los llevas a tu cama para llenar ese vacío, ¿con qué moral exigirás después que duerman solos?

No pierdas la oportunidad de educarles con resiliencia y asertividad, porque en poco tiempo les tocará alejarse, y no podrán hacerlo si los cargas con la misión de hacerte feliz.

De las redes

Este es un mensaje de una mujer que ya subió a la cima de la vida y ahora disfruta el camino de regreso. De nuestras redes lo tomamos, gracias a Mire Belle, para repensarnos todos.

A partir de los 50 años, ya no puedes soportar las limitaciones. No aguantas el sujetador demasiado apretado, las cenas forzadas con la cuñada que revisa el polvo en tus rincones, los tacones sobre los adoquines y las sonrisas de circunstancia….

 A los 50 ya no quieres demostrar. Eres quien eres, las cosas que has hecho y las cosas que todavía quieres hacer. Si está bien con los demás, bien. Por lo demás, es tan igual.

A los 50, da igual si has tenido hijos o no. Seguirás siendo madre: de tu madre, tu padre, una tía que se quedó sola, tu perro o un gato que recogiste en la calle. Y si todo esto no está ahí, serás tu propia madre. Porque a lo largo de los años habrás aprendido a cuidar un cuerpo que finalmente amas, y que se vuelve cada vez más imperfecto solo a los ojos de los demás.

¿A quién le importa si la mitad del armario es del tamaño equivocado? Lo importante es que no te cruja mucho la espalda al levantarte, que al tocarte los pechos no sientas bolas y que la menstruación se convierta finalmente en un problema para los demás.

A los 50 quieres libertad: ser libre de decir no, libre de quedarte en piyama todo el domingo, libre de sentirte bella por ti misma y no por los demás.

Libre para caminar sola: los que te aman te seguirán el paso. ¿Qué te preocupan los demás? Eres libre de cantar a todo pulmón en tu coche, aunque te miren mal en el semáforo.

Ya no tendrás registros de clases que revisar ni chats de mamá que aguantar. Tendrás sueños como cuando tenías 20 años, y le pedirás tiempo a cada Dios para realizar más. Te habrás desnudado por los hombres que amabas y olvidarás las inseguridades que te hacían temblar.

Y ahora, justo ahora que te has comido la mitad de tu vida a bocados grandes y con prisas, encontrarás las ganas de saborear lentamente todo el azúcar y la sal de los días que tienes por delante.

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