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El divorcio también puede ser un final feliz (I)

No puedes comenzar el próximo capítulo de tu vida si sigues releyendo el último. Anónimo

 

Autores:

Mileyda Menéndez Dávila
Taymí Bautista García

«Quiero vestido, anillo, pastel y divorcio si es necesario, pero de que me caso, ¡me caso!», escribió una lectora guantanamera en el grupo de WhatsApp de Senti2.

La confesión vino de la mano de la sección Curiosidades, que cada jueves compartimos en esa red, dedicada esta vez a la historia de los divorcios y consejos para superarlos, tema que generó anécdotas y reflexiones en quienes ya pasaron esa experiencia, incluso más de una vez.

Con la ley no se juega, nos decía una abogada días atrás, a propósito de unos clientes que se divorciaron en un arrebato y luego siguieron juntos, pero ahora los trámites se les complican para disponer de lo que es suyo de hecho, no por derecho, mientras no lo validen nuevamente.

También hay parejas con años de convivencia en las que al menos uno de los dos tiene aún pendiente romper los lazos oficiales con alguien más, y por tanto mucho de lo logrado en conjunto puede ser reclamado por ese tercero en determinadas circunstancias, con perjuicio de quien sí lo merece.   

Tal pudo ser el caso de esta lectora: «Después de siete años, la separación, y al cabo de 20, el divorcio oficial». Por suerte mantuvo con el ex una relación de «tan amigos como siempre» y no hubo dilemas materiales. Ella está negada a casarse de nuevo, pues «con una experiencia es suficiente», tanto para abrir como para cerrar convivencia legal, asegura.

Un final sin final

¿Por qué son tan traumáticas algunas rupturas? En el grupo afloraron casos tradicionalmente dolorosos, como el dejar ir a los hijos y verlos «dar tumbos» por los nuevos hogares del progenitor a cargo de su custodia (generalmente la madre).

Otro enredo puede ser la ayuda económica que pudiera exigir quien tenga menos recursos para mantenerse, un derecho que muchos no entienden y rara vez los hombres piden, sobre todo por prejuicios, pero tiene un sentido de justicia innegable.

Cuando la mujer dejó sus propios estudios para que su esposo se hiciera profesional (o viceversa) porque no había recursos para que ambos progresaran; o si ella (o él) quedó a cargo de la familia y la casa mientras el otro se abría camino en los negocios, dentro o fuera del país, ese estatus y patrimonio fueron amasados con sacrificio de los dos cónyuges, y lo adecuado es que ambos se beneficien a largo plazo, hasta lograr el equilibrio justo, si es posible.

No hablamos de la manutención de los hijos (esa obligación es de todos, cualquiera que sea su poder económico o cercanía física), sino de una retribución por los desvelos de años anteriores, fácilmente demostrables ante un tribunal de Familia. 

Igual de traumático puede ser un divorcio que se percibe como doble, porque romper el vínculo sentimental lleva a un cisma también en su trato como socios del mismo emprendimiento, proyecto artístico o cualquier otro espacio social donde se les consideró una unidad funcional e inspiración del colectivo por mucho tiempo.

¿Se puede, en ese caso, mantener un vínculo y disolver el otro? La madurez, el compromiso con ese fruto en común, la capacidad de ser pragmáticos y éticos, la confianza, las expectativas, las prioridades, influirán mucho.

También el motivo de la separación marca pautas. Cuando la relación muere por caracteres incompatibles (frase de moda en el lenguaje jurídico desde el pasado siglo), pero el aprecio se sostiene y ambos valoran lo construido en común, todo es salvable, mucho más si tributa al sostén de la familia.

Pero si la ruptura fue precedida por acciones desleales, faltas de respeto o incomunicación, o si una parte se siente atrapada o cree que merece más, o hubo entre ellos violencia económica, física, simbólica o de cualquier otra variante… las relaciones posdivorcio pueden ser complicadas, y hasta peligrosas, mientras no se supera el duelo de la pérdida en lo íntimo y ante la sociedad.

Un par de datos curiosos: el primero es que más de la mitad de los divorcios en el mundo ocurren entre el cuarto y el octavo año de relación, incluso si la unión fue formalizada tiempo después de convivir.

Y el segundo: las diferencias de hábitos (sobre todo alcoholismo, tabaquismo y otras adicciones) pesan más en los rompimientos tardíos que la edad, el nivel intelectual, los problemas económicos, sexuales, de salud o de enemistad con las suegras, a quienes se suele culpar injustamente.

De la historia del divorcio como institución, antecedentes familiares y su efecto en los hijos, te contamos en la próxima página.

Promotora de la plataforma Senti2Cuba

Cuando un matrimonio se vive como restricción personal, sin gratificación ni crecimiento, el divorcio es mejor solución. Obra digital Malika Favré.

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