Todo ser humano —y desde una mirada más amplia, todo ser vivo y hasta el medio ambiente— puede ser víctima de una o varias de esas expresiones de agresión
Las arrugas solo irán donde han estado las sonrisas.
Jimmy Buffet.
La interrelación entre las enfermedades y la violencia de género al interior de muchos hogares en Cuba es un fenómeno complejo, más de lo que una mirada simplista puede ofrecer, asegura el Doctor en Ciencias Médicas Carlos G. Gutiérrez.
En un artículo redactado para el servicio de noticias latinoamericanas SEMlac, el también investigador titular e integrante de la Sociedad Cubana Multidisciplinaria para el Estudio de la Sexualidad (Socumes), apela al cuidado de aquellas mujeres con alguna enfermedad física o sicológica de base que además son maltratadas por sus parejas u otros familiares por falta de paciencia para la queja frecuente y las limitaciones lógicas que impone su proceso patológico.
El profesor consultante de la Universidad de Ciencias Médicas de La Habana añade que estas serían, apenas, las causas y consecuencias más visibles; pero el problema tiene también matices culturales y sociales importantes, que los servicios de salud para estas personas no pueden soslayar.
El experto analiza esta violencia basada en el género desde sus distintas manifestaciones: física, sicológica, sexual, económica, patrimonial, simbólica… e incluye también el bullying escolar, el mobbing o acoso laboral y la ciberviolencia.
Ciertamente, todo ser humano —y desde una mirada más amplia, todo ser vivo y hasta el medio ambiente— puede ser víctima de una o varias de esas expresiones de agresión, pero las mujeres son quienes con mayor frecuencia y agudeza la sufren, por el solo hecho de pertenecer a la mitad de la población culturalmente menospreciada por el patriarcado imperante.
Como esta violencia entroniza en múltiples espacios biosicosociales, su atención merece un enfoque holístico para entender las múltiples interrelaciones entre sus componentes y formas de manifestarse, propone el experto cubano.
O sea: es necesario ver más allá del maltrato de un hombre abusador, desconsiderado con esa mujer vulnerable por razones de salud, para leer en su conducta el mandato patriarcal tradicional que le impuso desde niño la sociedad, y aprender a verlo también como víctima de un sistema de creencias que lo marcará negativamente durante toda la vida, afectará a la familia que esté creando y, en general, a su entorno.
De acuerdo con la experiencia profesional e investigativa del Doctor Gutiérrez, las inequidades sociales, heterogéneas y múltiples contribuyen a la violencia de género, sufrida en una intensidad proporcional a su grado de vulnerabilidad.
Por ejemplo, quienes padecen una enfermedad crónica están más expuestas a muchos tipos de agresión doméstica, y todas las mujeres suelen ser vulneradas en su autoestima en la mediana edad, a tenor de síntomas climatéricos que se intensifican o aparecen, agrandados por el estigma cultural de verlas como mujeres «descontinuadas» a partir de la menopausia.
Un tema angular es el de las enfermedades cardiovasculares, primera causa de mortalidad en el mundo. Si hasta hace poco eran más frecuentes en los hombres, en el último lustro esa brecha se redujo y comienza a liderar la morbimortalidad en las mujeres, junto a las temidas enfermedades oncológicas. En ambos casos la sexualidad se ve muy afectada en su expresión más amplia: desde la autoimagen hasta las prácticas eróticas y las habilidades para convivir en igualdad de condiciones con una pareja, hijos u otra estructura familiar.
En ese contexto, la situación se complejiza aún más cuando coinciden múltiples intersecciones en una mujer enferma, alerta el catedrático. Una mujer con un padecimiento habitual puede ser blanco de mayores agresiones a medida que envejece, o si tiene limitaciones económicas serias, si tiene varios hijos o nietos a su cargo, si pertenece a una minoría discriminada en su entorno social (es bisexual o lesbiana; de piel negra o mestiza; practica una religión mal comprendida, tiene una discapacidad sensorial o motora…).
En esas circunstancias, aparentemente ajenas a su patología, esa mujer sola o con un marido machista (o con un historial de inadaptaciones sociales, agresiones o alcoholismo) puede recibir el mejor tratamiento disponible, y aun así es difícil que mejore de ese malestar que cree que es su mayor problema.
Para acercarlo a nuestra realidad, el experto detalla el caso de una mujer que luchó durante toda la vida para sostener a los suyos: durante largos años mantuvo un empleo y a la par desempeñó múltiples tareas en el hogar, entre ellos cuidadora de sus hijos, sus enfermos y ancianos…
Muchas cubanas en esas circunstancias manifiestan una resiliencia admirable y mantienen entre otros atributos un nivel de estrógenos que las protegen desde el punto de vista cardiovascular y óseo. Pero cuando pueden comenzar a recibir la recompensa por tantos años de esfuerzo, llegan al climaterio, y finalmente a la menopausia y, entre las muchas pérdidas, disminuyen los estrógenos y se incrementa la frecuencia y gravedad de la hipertensión arterial y las enfermedades cardiovasculares.
«Si además su esposo la abandonó, la mujer se deprime, deja los tratamientos para la presión y esto condiciona también un declive cognitivo, con más riesgo de demencia, padecimiento con mayor prevalencia en las mujeres y quinta causa de muerte a nivel mundial», comenta el destacado investigador.
Gutiérrez concluye el análisis enfatizando en que estos aspectos permanecen ignorados u ocultos, no solo para los hombres, las familias, el personal sanitario y las personas en puestos decisores, sino también para las propias mujeres, principales víctimas de una violencia que puede ser sutil, pero igual de dañina, como cuando el esposo usa la «broma» de «cambiar una de 40 por dos de 20», o entre vecinas miden el éxito femenino por los gramos de bótox o silicona incorporados al organismo, a costa de la salud, para «no dejarse caer» ante la mirada ajena.