El sexo ha estado siempre en la diana del humorismo criollo, tanto en la conformación arquetípica de sus personajes como en el lenguaje
«La sátira es para la sociedad como un látigo con cascabeles en las puntas».
José Martí
HOLGUÍN.—El sexo ha estado siempre en la diana del humorismo criollo, tanto en la conformación arquetípica de sus personajes como en el lenguaje, muy figurado si el tema es el sexo mismo y bien explícito si intenta hacer aflorar, tras la burla de lo aparentemente íntimo, otros males que no suelen llamarse por su nombre.
Por eso el concepto «doble sentido» es más que una metáfora en la comicidad con que asumimos las situaciones cotidianas para «tirarlas a relajo»: De la incomodidad pública nos desquitamos comparándola con el ridículo privado, y de las consecuencias de vivir sujetos a múltiples tabúes sexuales nos relajamos con parábolas que remiten a otras materias, como el deporte, la guerra, la burocracia, la cocina o la política.
Esa sonoridad de las palabras soeces, la picardía del cuento verde y la jerarquización de grupos e individuos según su conducta y rendimiento erótico en relación con el sujeto patriarcal masculino, son códigos que aprendemos a manejar desde la infancia para reír sin piedad la mayoría de las veces, o sin analizar su esencia discriminadora, a menos que hierannuestra particular visión del mundo o cuestionen las capacidades estéticas y sociales que elegimos o nos asignaron.
Decencia, ética, humanismo, inclusión y resistencia cultural son conceptos que la gente no asocia al consumo popular de productos humorísticos, mucho menos si el tema que trata y/o encubre es el sexo nuestro.
Sin embargo, hay en Cuba un circuito de eventos humorísticos que propician el debate teórico para rescatar la historia y salvaguardar el futuro de ese estilo comunicativo, tan raigal en nuestra identidad, aunque en otros espacios se socialicen obras no siempre coherentes con ese discurso.
Durante el 6to. festival de humor para jóvenes Satiricón, Sexo sentido dialogó con académicos y protagonistas de esas artes en el país.
Para el actor Luis Enrique Amador (Kike), director del Centro Promotor del Humor, la burla es, por su naturaleza, un mecanismo de resistencia y denuncia, que puede manejar desde sus propios resortes sicológicos los códigos emancipatorios actuales sin renunciar a la risa, sostén de cualquier espectáculo.
«El humor también está llamado a propiciar la inclusión respetuosa de toda la ciudadanía, pero no con los mecanismos que emplea la ciencia o el activismo, sino desde esa reflexión que trasciende la carcajada para mostrar los contrastes presentes en la sociedad», puntualiza.
La meta del humor como arte «no es desmarcarse de lo que pretende criticar, sino devolverlo a la gente con objetividad, reconocer sus múltiples herencias y ofrecer alternativas menos rígidas para pensarnos como seres humanos», insiste Kike.
Al decir de Alejandro Torres, antropólogo de la Universidad de Holguín, humor y romanticismo han sido parte de la agenda colectiva en la construcción de la identidad cubana, en la que el consenso cultural tiene aún más peso que la norma escrita. Por eso el choteo puede ser tanto despiadado como tierno, según el contexto.
Así la sátira deviene columna vertebral del humor en Cuba, con un fuerte componente seudoerótico como recurso para deslegitimizar lo que no aceptamos, no entendemos o nos asusta, pues rompe nuestras nociones de equilibrio social.
Para Ariel Zaldívar, profesor de Historia de la universidad holguinera, la complejidad de la cultura actual está marcada por el empobrecimiento del mundo espiritual, mientras que las tecnologías adquieren mayor centralidad en la vida de las personas, los proyectos, las realidades y los imaginarios sociales.
En esa dualidad de lo concreto y lo virtual, se pueden tener múltiples identidades ¿ficticias? en las que no siempre coinciden género, edad, apariencia, prácticas e intereses.
Sin embargo, varios estudios de ciberetnología demuestran que ningún sujeto logra desligarse totalmente de sus referentes emocionales, en especial su sentido del humor. Por tanto, sus valores, tabúes y juicios emergen en las redes sociales a través de una irreverencia que puede ser lacerante o racional.
Alegra ver nuevas miradas sobre fenómenos en los que humor y sexo comparten tabú, como la violencia de género, las diferencias raciales y generacionales, la homofobia y la distribución de roles entre hombres y mujeres. Al humor no le toca dar la solución, pero sí puede asumir el compromiso de manejar el tema con más inteligencia y dignidad, advierte Kike, y en sus espectáculos así lo demuestra.
El peligro, al valerse de los resortes del sexo para la llamada sátira social, viene sobre todo de esa corriente hegemónica que banaliza el arte, en tanto expresión de vida, y lo desmoviliza en su función de crítica social; una hegemonía, que no viene solo «de afuera», dice Kike, sino de una tendencia interna sesgada por la subjetividad de quienes proponen, producen, consumen, promocionan y deciden en estos serios asuntos.