Las disfunciones sexuales son más frecuentes en pacientes de entre 31 y 50 años, y el 80 por ciento de los casos estudiados tenía pareja estable, cifra más elevada en hombres (84,5) que en mujeres (72,1) pues aumenta significativamente la correlación entre los tipos de malestar sexual y trastornos siquiátricos según edad, género y calidad de vida
A veces, incluso el vivir
es un acto de valor.
Séneca, filósofo
de la Grecia antigua
La expresión erótica de la sexualidad es tan susceptible a los cambios en el estado general de las personas que cualquier trastorno físico o mental puede provocar su disfunción, y viceversa. Lo que impide a veces establecer ese vínculo son los tabúes culturales, tanto propios como del personal médico que diagnostica cada caso.
Afortunadamente hay evidencia científica para explicar tales nexos. En un estudio reciente desarrollado en el Hospital Clínico Quirúrgico Comandante Manuel Fajardo, el doctor Raúl Manuel Martínez Albacete, especialista de Primer Grado en Siquiatría, encontró una significativa correlación entre tipos de malestar sexual y trastornos siquiátricos según edad, género y calidad de vida.
En el evento capitalino previo al 8vo. Congreso de Educación, Orientación y Terapia Sexual, este especialista explicó que los asuntos relacionados con la sexualidad suelen aflorar en el transcurso de la hospitalización, las entrevistas individuales y terapias de grupo, aunque no se exploren en el diagnóstico siquiátrico inicial.
De manera general las disfunciones sexuales son más frecuentes en pacientes de entre 31 y 50 años, y el 80 por ciento de los casos estudiados tenía pareja estable, cifra más elevada en hombres (84,5) que en mujeres (72,1).
Otra característica interesante es la distribución por edad de los hábitos tóxicos: pacientes de entre 18 y 30 años lideran los grupos de quienes abusan del alcohol o del tabaco con casi el 40 por ciento, mientras el grupo de los que tienen ambos vicios a la vez lo acaparan personas entre 41 y 50 años, datos similares a los de otras naciones.
Al analizar las enfermedades crónicas más frecuentes encontraron hipertensión arterial en ambos sexos, seguida de Diabetes Mellitus en las mujeres y cardiopatías isquémicas en los hombres, tres afecciones incluidas entre las causas de morbilidad y mortalidad más importantes del país y en gran medida asociadas a estilos de vida autodestructivos, asumidos por mandatos sociales que actúan de forma diferenciada en cada género, según demuestran otros estudios internacionales.
No es casual entonces que el doctor Martínez Albacete identificara el trastorno ansioso como entidad siquiátrica más relevante en hombres con eyaculación precoz, mientras que en sujetos con trastorno depresivo prevaleció la disfunción eréctil. En mujeres resultó más frecuente la asociación entre el trastorno ansioso-depresivo y el deseo sexual hipoactivo, aunque también se detectaron anorgasmia o dolor durante el acto sexual.
A la hora de elaborar un plan terapéutico debe tenerse en cuenta esa correlación (aun cuando no haya salido a flote en el diagnóstico inicial) para ayudar eficazmente a la persona y no herir sensibilidades en esa área tabú.
Así lo confirma otro estudio encabezado por la máster Annia Duany Navarro, diseñado para explorar cómo ven la gente sus propios malestares sexuales y en qué medida inciden en los trastornos de ansiedad o depresión, desde su perspectiva particular de lo que significa ser hombre o ser mujer.
Los resultados de ambos estudios invitan a la población, especialmente la juvenil, a reflexionar sobre el impacto que el estilo de vida presente tendrá a largo plazo en su salud sexual y mental, sobre todo sus hábitos tóxicos y el descontrol de factores que predisponen a enfermedades crónicas por herencia familiar o condición medioambiental.
La recomendación del doctor Martínez es crear grupos de sicoterapia con enfoque en sexualidad en los hospitales de día del Sistema Nacional de Salud, teniendo en cuenta el peso de esa área en la mejoría general y la reinserción social de personas con trastornos siquiátricos.
También se reafirma la urgencia de defender el enfoque personalizado y multidisciplinario en otras especialidades para generar el clima de confianza que propicie un diálogo más amplio sobre el estado de salud del paciente, no solo del órgano o la función que se percibe afectada, pues muchas veces lo que más duele es lo que menos se ve, y sin cambios integrales de comportamiento no habrá éxito en los tratamientos aislados.