Un amor a primera vista puede no pasar de ilusoria atracción, pero algunas de esas historias son auténticas y perduran incluso cuando la pasión química disminuye y el resto de los sentidos y los sentimientos se involucran en la relación
¿Crees en el amor a primera vista, o tengo que pasarte por delante otra vez? Chiste popular
Hace algunos meses una adolescente me preguntó en Niquero, provincia de Granma, si el amor a primera vista existía o era un invento de las novelas rosa. Ella dudaba de ese sentimiento fulminante del que oía hablar a sus coetáneas, pero se preguntaba: ¿Tendría algo que ver con ese salto en el estómago que le provoca cierto muchacho cada vez que le dirige la palabra?
Similar pregunta recibimos esta semana en la comunidad rural de Jagüeyales, en el municipio avileño de Venezuela. Llegó entre tantas otras, por escrito y anónima, durante la intervención comunitaria que realizamos junto al psicólogo colombiano Julián Gutiérrez, maestrante de la Universidad de La Habana.
Esa es una preocupación que rara vez aparece en las charlas que organizamos en universidades y centros de nivel medio, donde hay mayores probabilidades de encontrar pareja a través del correo electrónico o las redes sociales.
Según opinan integrantes del foro digital de Sexo Sentido, cuando las relaciones interpersonales comienzan virtualmente prima el conocimiento espiritual sobre el deslumbramiento físico. A veces hasta compensa desilusiones a la hora de conocerse en vivo, y si se gustan, tras el flechazo a través de las teclas aumentan las posibilidades de que la relación profundice más rápido.
Pero aun quienes emplean las máquinas para intencionar sus relaciones amorosas pueden un día sorprenderse en la calle con una mirada particularmente brillante, un rostro soñado o un andar que les corte el aliento y les lleve a pensar, decir o hacer cosas que antes consideraban peligrosas o ridículas. Si luego de la primera impresión se deciden a abordar a esa persona, tratarán de hallar el lado positivo a todo lo que venga de ella, harán hincapié en lo que los une e ignorarán las señales de lo que pudiera no estar bien en ese supuesto vínculo arrasador.
A veces las amistades alertan si el apresuramiento resulta muy obvio, pero con la cabeza ardiente es difícil aceptar consejos: la pasión domina sobre la intuición y la simpatía circunstancial llega a vivenciarse como un amor único e imperecedero... hasta que la vida demuestre lo contrario.
El origen de esa atracción erótica explosiva e involuntaria ha sido abordado desde diversas ramas científicas. Se achaca tanto al vínculo con las figuras parentales como a estereotipos de belleza propios de cada época o a la elección basada en rasgos corporales para garantizar la reproducción de la especie…
Una de las teorías más nuevas sostiene que nuestro ADN nos impulsa hacia quienes pueden reforzar el potencial positivo en la siguiente generación, tal como nos lleva a rechazar a quienes pudieran degradar esa información genética al reforzar mutaciones contraproducentes.
Todavía no hay una única respuesta, pero ninguna aproximación será válida si no toma en cuenta a los seres humanos como criaturas biosicosociales: además del factor biológico, que nos emparenta con el resto de los animales, existe un alto componente emocional que responde al desarrollo de nuestro cerebro, y además estamos muy marcados por un contexto cultural, geográfico e histórico de innegable peso en nuestras relaciones.
Un elemento curioso a propósito del llamado «amor a primera vista» es que llegamos a sentirnos cautivados incluso por personas que no se acercan a nuestro ideal de pareja, ya sea en lo físico o en su actitud ante la vida. A veces en esos casos tratamos de negar lo que sentimos, y enmascaramos esa simpatía involuntaria con una antipatía forzada, reacción que todo el mundo alrededor reconoce y por lo general se presta a burlas o malas interpretaciones.
Puede ser un mecanismo inconsciente o deliberado, pero en ningún caso es justo, porque esa persona no tiene la culpa de gustarnos y probablemente no haya hecho nada adrede para lograrlo. Incluso puede que el sentimiento no sea recíproco y el conflicto sea solo nuestro, pero aunque sea un interés mutuo no tenemos derecho a castigarle por lo que ocurre dentro de nuestro cerebro.
Otro punto para reflexionar es que el supuesto amor a primera vista es más químico que físico, no solo porque el olfato es el mayor responsable de que alguien definitivamente nos impresione, sino también porque en el proceso de disfrutar la compañía de ese ser especial (e incluso de imaginarlo) intervienen un grupo considerable de neurotransmisores muy potentes: testosterona, estrógenos, óxido nítrico, feromonas...
El neurólogo norteamericano Daniel G. Amen afirma que la atracción actúa como una especie de droga natural que proporciona placer, motivación y recuerdos agradables gracias a la acción de la dopamina, mientras la feniletilamina (PEA) acelera el flujo de esta información entre las células nerviosas, provocando ese cosquilleo y rubor que no siempre son bien recibidos.
Al decir de Amen, el cerebro es una factoría química que siempre anda buscándonos pareja porque ese es uno de los mandatos más antiguos de nuestra especie, y como cerca del 50 por ciento de su estructura se destina a procesar los estímulos de la visión, es lógico que una imagen particularmente agradable se asocie con enamoramiento, aunque este sea solo el primer paso para establecer —tal vez— un vínculo duradero.
Varios experimentos neurológicos han demostrado que los hombres se motivan mucho más que las mujeres por la apariencia física, pues aunque no sepan explicarlo, su cerebro busca señales de salud y fertilidad en cualquier madre potencial para sus descendientes.
El mayor signo de belleza, que equivale a salud según los patrones biológicos descubiertos hasta la fecha, es la simetría. Por eso lo que hagamos artificialmente para mejorar el porte puede ayudar a colocarnos socialmente (sobre todo si nos levanta la autoestima), pero no puede garantizar ese poder irresistible que algunas personas quisieran poseer.
Un amor a primera vista puede no pasar de ilusoria atracción, pero la vida demuestra que algunas de esas historias son auténticas y perduran incluso cuando la pasión química disminuye y el resto de los sentidos y los sentimientos se involucran en la relación.