La sensación de culpabilidad que nace cuando la relación de pareja termina contra los deseos propios, es una idea absurda que suele formar parte de la herencia cultural de muchas mujeres
Un día podré hablar de un amor que tuve, que no será inmortal, puesto que es fuego, más que será infinito mientras dure.
Vinicius de Morais, poeta brasileño.
María Karla miraba hacia el piso como buscando algo nuevo. No tenía ganas de verle la cara a nadie. Creía que nada la iba a sacar de ese bache, que nada lo haría olvidarlo. Lágrima tras lágrima esperaba desahogar su desconcierto, pero en realidad se sentía más triste al no lograr entender en qué se había equivocado.
Quince días antes había discutido con su novio, quien le rompió el corazón diciéndole que ya no sentía amor desde hacía varios meses, y como ella no cumplía sus requisitos no podía seguir a su lado.
Bien sabía que en lugar de echarse a llorar como una niña debía reponer sus fuerzas y seguir adelante, pero le estaba resultando muy difícil. Sobre todo por lo inesperado del suceso. Aquel era un final terrible para una bella relación y ahora creía que no habría para ella más camino por recorrer.
En el fondo sabía que no era así: siendo tan joven seguro tenía un futuro prometedor. Además contaba con el apoyo de sus seres queridos para enfrentar esa crisis. Su mamá, por ejemplo, la veía sufrir y le decía: «Él se lo pierde, muchacha. Deberías darte más valor a ti misma y continuar tus proyectos con más tenacidad que nunca».
Lo peor —le confesó a su padre— era el sentimiento de culpa: creía que algo faltó de su parte para retener al ser amado y eso la paralizaba, incluso al punto de que en esos días se enfrentaba a varias pruebas en la escuela y no tenía ánimos ni para estudiar.
La sensación de culpabilidad cuando las relaciones terminan contra los deseos propios es una idea absurda que suele formar parte de la herencia cultural de muchas mujeres, opina la mexicana Josefina Vázquez Mota, experta en temas de género y política.
Según esta autora, es natural el deseo de mantener una pareja estable, pero cuando una mujer se aferra a ello no por amor, sino para encontrarle sentido a su vida o cumplir parámetros sociales, es muy dañino para su autoestima.
En esos casos la soledad y el abandono generan inseguridad y resquebrajan la imagen femenina. Así lo concibe la idiosincrasia machista, dominante durante siglos, según la cual una mujer no está completa sin un hombre a su lado… o sobre ella, jerárquicamente hablando.
Tal esquema patriarcal se manifiesta incluso cuando un grupo asiste a un evento social de cualquier naturaleza y alguien les pregunta si vienen solas, aunque sean muchas, porque no hay un hombre «que las represente», comenta.
Aceptar esos dogmas sin cuestionarlos es permitir que las circunstancias dominen nuestras vidas y reproducir miedos en los que hemos sido educadas, dice Vázquez Mota. Sobre todo el miedo a ser una misma, a perder el afecto ajeno por lo que decimos o pensamos, a vivir como sentimos, a expresar nuestros deseos, a decir sí… y también no.
Para deconstruir esos miedos debemos mirarnos al espejo cada despertar y sentir orgullo por la imagen que este nos devuelve. Ese es un acto terapéutico que revitaliza la autoestima y nos prepara para el siguiente paso: el de la reflexión sobre nuestras virtudes y defectos en aras de definir nuevas metas para mejorar, pero por deseo propio, no para ajustarnos al ideal de «mujer perfecta» que cierto caballero ha diseñado en función de sus necesidades y caprichos.
Para romper con los viejos esquemas la familia moderna debe fomentar seguridad en sus adolescentes y jóvenes, y no idealizar la relación amorosa como única meta en la vida, a la cual se supeditan los demás anhelos y oficios.
En esa trillada senda, dependencia y miedo se retroalimentan para generar vulnerabilidad, pues nada agota más a una mujer que tratar de ajustarse a un patrón de conducta y renunciamiento pensado desde la perspectiva masculina, a veces sin otro aliciente que recibir del hombre el «honorable» título de ser suya, como bien refleja la película egipcia Mujeres del Cairo, presentada hace algunas semanas en el cine capitalino La Rampa.
Cuando una relación se termina, gustarte y aceptarte tal cual eres te ayudará a abrir tus horizontes afectivos, dará sentido a los riesgos que asumas y aumentará tus probabilidades de conocer a otras personas que nutran tu existencia más allá del ámbito erótico, asevera la experta.
Si aparece otra relación ¡qué bueno! Disfrútala al máximo y trabaja por perfeccionarla. Pero como el concepto de pareja humana tiene fecha de caducidad, no es lógico que te eches a morir cada vez que un amor se termine, porque no estarás lista para los nuevos desafíos de este mundo.
Como mujeres del siglo XXI, hoy tenemos más recursos, motivos y conocimientos para sabernos únicas y valiosas, sin supeditarnos al prisma machista de la pertenencia. Ante un conflicto como el de María Karla tal vez te ayude esta reflexión: «Me hubiera gustado ser siempre su mujer… pero no a costa de dejar de ser “mi” mujer, esa que he ido construyendo desde que nací sobre la base de mis ideales, anhelos y capacidades para enfrentar la vida».