Un acercamiento a la relación amorosa entre mujeres que lleva implícito una reflexión más atemperada con la cotidianidad
El amor es un arte que nunca se aprende y siempre se sabe.
Benito Pérez Galdós
De momento es una relación oculta. No porque sientan que su amor sea menos creíble o respetable, sino para evitar disgustos familiares. Les basta con el duelo interior, con la sospecha que adivinan en esa manera de tratarlas como seres asexuados, sin una aparente motivación erótica.
Esa fue una de las razones para estar aquella noche en la biblioteca, hace dos años. Puesto que no han llevado novio a casa, la familia prefiere creer que solo les importa estudiar y las animan en ese esfuerzo a cualquier hora.
La más joven tiene 20 años y por primera vez se permite amar sin restricciones. Sin discutir con el espejo o la almohada porqué le ha tocado ser distinta. Sin sentirse maldecida o inferior a sus compañeras de la Universidad.
La otra le lleva tres años. Su primer amor llegó a los 16 y terminó casi sin empezar debido a que su madre se opuso a aquella «amistad» desde el primer momento y la sacó de la beca pretextando problemas de salud. Ni siquiera hubo diálogo: al tirar un velo sobre el asunto se distanciaron.
Su hermano mayor, el único al tanto de sus secretos, trató de aconsejarla: «¿Por qué no pruebas primero con un hombre? A lo mejor estás confundida». No pudo responder. Era demasiado inmadura. Más tarde pensó, muchas veces, devolverle la pregunta. ¿Acaso probó él primero con lo que no le gustaba para estar seguro de lo que sí quería?
Esa noche en la biblioteca ambas pidieron el mismo libro. Como había un solo ejemplar decidieron compartirlo, aunque estudiaban para asignaturas distintas. Luego caminaron juntas hacia la residencia universitaria. Conversaron, rieron y descubrieron cosas en común, además de la carrera y la timidez en los ojos. Al día siguiente volvieron a verse, y al otro…
«En internet he leído bastante sobre la relación amorosa entre mujeres y casi no me ayuda a entender lo que estoy viviendo. El mayor acercamiento es desde la literatura y un poco desde el cine, pero hay mucha idealización en esas historias y poca reflexión sobre la cotidianidad.
«A nuestra edad dos amigas pueden pasar tiempo juntas, pasear, dormir, vestirse iguales… Poca gente nos mira con suspicacia, como ocurre con los varones. La sociedad es tan machista que a nosotras se nos presta poca atención, sobre todo si la apariencia y los gestos no nos “delatan”.
«Parece bueno, pero no lo es: el precio de esa tranquilidad es negarnos en nuestra esencia, esconder lo que sentimos, reprimir el deseo de tratarnos amorosamente fuera de los pocos momentos de soledad que logramos.
«La intimidad de una pareja es algo que la distingue en cualquier parte. Quisiera acariciar su cara en una calle, pero temo que las mujeres nos miren con desprecio y los hombres con morbo… Sé que son estereotipos y que no todo el mundo es así, pero detesto cuando la gente se siente con derecho a cuestionar mi vida y trata de “ayudarme” imponiéndome lo que creen correcto.
«Lo correcto es amar, y eso es lo que hacemos. Es una pena si no basta para quienes deciden inventar nombretes o ver defectos más allá de la cuenta. Incluso oigo hablar de traumas infantiles o taras, como si esto fuera algo torcido y debiéramos “curarnos” para que nos respeten.
«¿Será tan difícil aceptar que todos somos diferentes en algún aspecto, pero tenemos los mismos derechos y las mismas aspiraciones como seres humanos?».
«Esto no es lo que quería para mí, porque no es lo que se proyectaba en mi casa, pero ahora sé que no hay nada sucio en amar a un alma que considero afín a la mía, y que puedo aceptarla aunque venga en el cuerpo inesperado. Mis sentidos me dicen que todo está bien: puedo disfrutar y hacer que ella disfrute.
«Intimidad no es solo el acto sexual, pero también es eso. ¿Por qué no? Mucha gente piensa que dos mujeres deciden vivir juntas para hacer más fáciles sus tareas u olvidar decepciones masculinas. Nosotras no tenemos todavía una vida en común, pero nos deseamos una a la otra y buscamos la forma de demostrarlo con ternura.
«¡Por supuesto que hay placer en esos encuentros! Hay mil maneras de acariciarse y compartir sensaciones, y no son ni peores ni mejores que las empleadas por otras parejas. Aún nos falta experiencia, pero no extrañamos a nadie ni buscamos símbolos masculinos para estar satisfechas.
«Ese es otro mito: poner al hombre como única fuente de placer femenino y asumir que una de las dos tiene que imitarlo siendo tosca o posesiva. Algunas parejas funcionan así, pero también hay muchas como la nuestra, en las que nadie finge ser lo que no es.
«La gente tiende a culpar a la de más edad por “descarriar” a la otra, pero eso también es falso. Esto nació conmigo y no voy a pedirle a nadie perdón por eso. Soy una mujer, me gusta serlo y no renunciaré a los privilegios que eso implica, incluida la belleza y la maternidad.
«Ella se graduará primero y regresará a su provincia. Cuando yo termine veremos cómo organizarnos para seguir juntas. Confío en que nuestro amor resista, como ha resistido el de otras parejas nacidas en la Universidad.
«Va a ser difícil para las familias y para algunas amistades que aún no lo saben, aunque lo sospechan. ¿Francamente…? Ese problema ya no es nuestro. Que cada quien converse con su conciencia y le dé curso a sus sentimientos como crea mejor. Eso lo aprendí aquella noche en la biblioteca, y no pasa un día sin que la vida me demuestre de muchas formas que en eso tengo la razón».