Hay que trabajar en la subjetividad humana: frenar los autorreproches, lograr el permiso necesario para encauzar sensaciones, identificar esos repelentes que empañan el contacto amoroso
Todos nacemos con la capacidad de responder al placer: una voz sensual capta nuestra atención, un olor humano expande nuestras narices, el contacto con otra piel nos electriza, la lectura erótica hace bullir la sangre, la visión de ciertas zonas del cuerpo o de objetos que las sugieren dispara la imaginación... Luego, con el tiempo, aprendemos a discriminar bajo qué condiciones dejarnos envolver ¡o no! por esos estímulos, tan explotados desde siempre para vender ideas y comprar voluntades.
La educación, la época, la experiencia personal y hasta la salud son como filtros de esa respuesta erótica consciente. Pero en la medicina, y hasta en las leyes, se reconocen ciertas circunstancias en las que el individuo no es responsable de sus reacciones fisiológicas naturales y por tanto nadie tiene derecho a avergonzarle por ellas.
Entender esto es primordial a la hora de manejar una erección inoportuna (típica en la adolescencia), tanto como para tranquilizar a un hombre que se disgusta si tiene sueños homoeróticos o a una mujer que fue violada y se reprocha porque su vagina lubricó en ese momento.
Aquel proverbio que dice: «ni de chiquito, ni durmiendo, ni borracho se vale» encierra una gran verdad, pues en tales estados el ser humano funciona de manera automática, instintiva, y lo mismo ocurre en otras circunstancias como la anestesia, el terror o la distracción extrema.
Para demostrar la relación entre la capacidad de rechazar estímulos y la variabilidad de respuestas eróticas de los seres humanos se diseñó en 1973 un estudio cuyo autor, el venezolano Fernando Bianco, denominó Experimento de la Variante Fisiológica. Su conclusión se resume en la llamada Ley de Bianco, la cual establece que a mayor discriminación de los estímulos menor variabilidad fisiológica del sexo y su función.
El doctor Bianco, actual presidente de la Sociedad Mundial de Sexología Clínica, asevera que conocer esta característica humana es un paso esencial para abordar posibles trastornos de sexualidad: Mucha gente se queja de los métodos empleados por sus parejas cuando en realidad sufren por su propio bloqueo, casi siempre basado en estereotipos culturales de los que cuesta desprenderse. Por eso, como se dice popularmente, algunos sufren con lo que otros disfrutan.
Hoy resulta relativamente fácil hablar de estos temas, pero no fue así para los investigadores Master y Jonson, quienes hace medio siglo sentaron las bases de una nueva ciencia, la sexología clínica, e invitaron al mundo a enfocar las múltiples variantes de la sexualidad humana como expresiones diversas —y no siempre perversas— del fenómeno.
Al decir de Bianco, cualquier clasificación clínica debe manejarse como un código ordenador: un punto de partida que cambia a la luz de los nuevos conocimientos, pues mucho de lo que ayer se consideró patológico hoy se ve de otro modo (como la masturbación y la homosexualidad), mientras que la vida moderna generó nuevos estímulos (como el cibersexo o la pornografía audiovisual) con los que mucha gente ha hecho fijación y dieron lugar a nuevas parafilias.
Otros trastornos se mantienen en lista y se manifiestan de modo permanente o por episodios aislados: falta de deseo, fijación con una postura o sitio, apraxia (desacople en el ritmo del coito), anorgasmia, dolor coital, eyaculación tardía o precoz, síndrome del pene pequeño…
En este asunto hay tantos criterios como especialistas, así que lo razonable es considerar patológica aquella respuesta sexual —o ausencia de ella— que no cumple las expectativas de cada sujeto o pareja en consulta, propone Bianco.
Por ejemplo, si un hombre tiene erecciones espontáneas durante el sueño y luego no se excita con su pareja, el proceder médico no es el mismo que si se enfrenta una disfunción luego de un accidente que afectó la médula ósea.
También es esencial adentrarse en la cosmovisión de cada paciente para no herir susceptibilidades: ciertas culturas no permiten abordar estos asuntos en presencia de terceros, un sujeto con patrones religiosos no ve la masturbación con el desenfado de otras personas, no es ético decirle a una mujer que confirme su anorgasmia con otras parejas…
Por eso, además de reaprender el dominio del cuerpo para hacerlo fluir con los estímulos adecuados, hay que trabajar en la subjetividad humana: frenar los autorreproches, lograr el permiso necesario para encauzar sensaciones, identificar esos repelentes que empañan el contacto amoroso (falta de privacidad, prejuicios, lenguaje inapropiado) y asumir con buen humor cualquier respuesta involuntaria del cuerpo si nuestra mente anda distraída o alguien decide gastarnos una broma en presencia de colegas y amigos.