En un planeta cada vez más interconectado, donde pululan los servidores, páginas web, aplicaciones para móviles… las fallas en los sistemas informáticos pueden ser muy peligrosas debido al incremento de las infraestructuras críticas que son controladas por las computadoras
Miles de pasajeros varados en sus destinos de origen, otros a medio camino entre dos países, e incluso muchos que no llegaron a viajar por haber perdido definitivamente sus vuelos fue el panorama que dejaron los errores registrados desde el pasado sábado en los sistemas de control de vuelos de la aerolínea regional de las Américas, Copa Airlines, debido a la «la falla inesperada en un equipo de red clave para los servicios de despacho, planes de vuelos y seguimiento de aeronaves y tripulaciones desde la sede de operaciones de Panamá», según un comunicado de la compañía.
Lo cierto es que la rotura provocó la cancelación de 110 vuelos en 18 países, con lo cual se afectó a más de 10 000 pasajeros, y además la empresa aérea debió asumir, con lo que se presume serán pérdidas millonarias, los reclamos por los atrasos, facilitar hoteles, comida, condiciones diversas a los pasajeros e, incluso, un minicaos en el Aeropuerto Internacional de Tocumén, en Ciudad de Panamá, donde se produjeron las mayores congestiones.
Aunque hasta el momento no se conocen mayores detalles sobre el supuesto incidente tecnológico ni cuál fue su real naturaleza, debe haber sido bastante grave para que el propio personal directivo de Copa, en declaraciones a la prensa, haya reconocido que «el incidente ha impedido llevar a cabo las operaciones regulares de la aerolínea, y realizar los vuelos de forma segura».
En algunos casos, la espera fue más larga, pues la propia empresa reconoció que entre sábado y domingo más de 2 000 personas habían sido hospedadas en hoteles de la capital panameña y cerca de 2 500 habían sido atendidas en el centro de reservas.
La obligada espera afectó incluso a pasajeros de alto nivel, como la presidenta de Costa Rica, Laura Chinchilla, quien estuvo varada la noche del sábado por más de cinco horas en Tocumén, y finalmente debió regresar a San José en un avión mexicano.
Lo más peligroso, sugieren la mayoría de los analistas y medios de comunicación, es la pérdida de credibilidad que pudiera sufrir Copa, una aerolínea internacional que vuela a 66 destinos en 29 países, y que ha logrado convertir en pocos años a Panamá en el «Hub de las Américas» y ganarse el respeto y la credibilidad por la seriedad de sus operaciones.
El colapso de los sistemas informáticos de Copa Airlines, más allá de sus efectos inmediatos y de la relativamente rápida respuesta que permitió restablecer totalmente los servicios en apenas 72 horas, ha puesto en evidencia una vez más los efectos que pueden tener las fallas en el mundo virtual.
En un planeta cada vez más interconectado, donde pululan los servidores, páginas web, aplicaciones para móviles, todas con el fin de facilitar la vida de las personas, estas «roturas» pueden ser muy peligrosas, debido al incremento de las infraestructuras críticas que son controladas por las computadoras.
De hecho, muchos organismos y expertos internacionales han acuñado el tema de «desastre tecnológico» para referirse a estos incidentes de grandes dimensiones, que si bien en el caso de Copa Airlines no tuvo consecuencias mayores, no siempre se han podido resolver de forma satisfactoria.
Entre ellos, por ejemplo, los más conocidos son los debidos a errores humanos en el manejo de la tecnología, como los que provocaron el desastre nuclear de Chernóbil, o el más reciente de Fukuyima, en Japón, luego del arrollador paso del maremoto que afectó esa región.
Pero más allá de esas catastróficas situaciones relacionadas con la tecnología, en especial con los sistemas informáticos, hay otras que son menos conocidas, o se han resuelto a tiempo, pero han sido igualmente muy peligrosas.
Una de las primeras fue la destrucción del cohete Mariner 1, valorado en 18,5 millones de dólares, el cual se desvió de su trayectoria de vuelo hacia Venus poco después de su lanzamiento, y debió ser destruido 293 segundos después del despegue.
Todo se debió a que un programador codificó incorrectamente en el software una fórmula manuscrita, saltándose un simple guion sobre una expresión. Sin la función de suavizado indicada por este símbolo, el software interpretó como serias las variaciones normales de velocidad y causó correcciones erróneamente en el rumbo, que hicieron que el cohete saliera de su trayectoria.
En 1990 otro error de un equipo, el fallo de un conmutador, provocó más de 75 millones de llamadas telefónicas afectadas y 200 000 reservas de vuelo perdidas al caerse las líneas de comunicación de la AT&T, la mayor compañía de su tipo en Estados Unidos.
En el año 2000, se propagó el programa informático maligno más dañino hasta ahora conocido, el LoveLetter (carta de amor en español), que eliminaba archivos, modificaba la página de inicio de los usuarios y el registro de Windows, y causó aproximadamente 8 750 millones de dólares en pérdidas.
LoveLetter infectaba a los usuarios vía correo electrónico, chats y carpetas compartidas, y enviaba a través del correo electrónico un mensaje con el asunto «ILOVEYOU» y un archivo adjunto, que cuando el usuario lo abría «por error» se autoinfestaba y se autoenviaba a todos los contactos de la libreta de direcciones.
No obstante, el peor desastre tecnológico, por suerte evitado por un humano responsable, ocurrió en 1983, cuando el mundo estuvo a punto de la Tercera Guerra Mundial. Por un desperfecto, un software soviético tomó los efectos de la reflexión de la luz solar en las nubes como misiles lanzados por Estados Unidos en su contra. Afortunadamente, el oficial soviético de servicio, con un gran instinto, razonó que si realmente los estuvieran atacando les habrían lanzado más de cinco misiles, por lo que informó del aparente ataque como una falsa alarma.
Aunque los accidentes en ocasiones pueden ser impredecibles, en el caso del mundo tecnológico muchos de ellos tienen su raíz no en las máquinas o sistemas, sino en los humanos que los conciben, programan y operan.
No mantener actualizados los softwares, violar las normas y procedimientos de uso, abrir correos con archivos adjuntos de dudosa procedencia, o absurdamente reenviar cartas cadenas inútiles que solo sirven para exponernos digitalmente, están entre algunas de las causas más comunes que finalmente han generado desastres tecnológicos de mayor o menor envergadura.
Sin embargo, más allá de las millonarias y publicitadas fallas, existen muchas que apenas son contabilizadas y ocurren de forma cotidiana, provocando el bloqueo de computadoras y sistemas, la pérdida de información o la sustracción de esta por personas ajenas, y cuya causa no difiere mucho de las anteriores.
Es la cultura informática de la cual seamos capaces de apropiarnos la única capaz de revertir estos problemas, o al menos minimizarlos, y no se trata solo de la que tengan expertos o informáticos, sino los usuarios comunes, pues muchas veces ellos, sin quererlo, pueden provocar un minidesastre en el mundo de los bytes.