Las revelaciones de un ex analista de la inteligencia norteamericana sobre el espionaje global son un nuevo capítulo de la vieja estrategia de meterse en la vida de todo el mundo impulsada por el Gobierno de Estados Unidos y sus aliados
En lenguaje técnico, «pinchar» una red de comunicaciones se refiere a la interferencia de las mismas en cualquier punto del trayecto de los cables que la forman.
Por extensión puede indicar también intercepciones en las redes satelitales, ya sea durante el proceso de envío o recepción de mensajes.
En 1948, concluida la II Guerra Mundial e iniciada la Guerra Fría, Estados Unidos y Gran Bretaña concretaron en papeles una larga trayectoria de pactos y colaboraciones para el espionaje militar, conocido como Ukusa, a los cuales, años después, se sumarían abiertamente Canadá, Australia y Nueva Zelanda.
Otro grupo de países europeos y de otros continentes participarían de forma más o menos encubierta en dicha red, todos con la presión de pagar muchos favores recibidos del imperio norteño.
Lejos habían quedado las colaboraciones para desenmascarar claves alemanas y japonesas de la pasada conflagración mundial, sustituidas entonces con el fin común de combatir el comunismo liderado por la Unión Soviética y el Pacto de Varsovia.
Antenas de gran tamaño y capacidad de recepción de señales de radio, equipamiento tecnológico diverso para interceptar los cables submarinos que poco a poco iban comunicando al mundo, fueron el «armamento» cotidiano de este tipo de enfrentamiento.
El desarrollo de las comunicaciones y el envío de los primeros satélites artificiales con fines comerciales elevaron el nivel de sofisticación de las técnicas de escucha y dieron lugar al nacimiento de la gran red de espionaje conocida como Echelon, hija legítima de un proceso iniciado, como se dice en el argot popular, cuando las comunicaciones eran todavía «de palo».
El naciente sistema se equipó con las mejores computadoras existentes en aquel momento y dispuso de programas, especies de diccionarios, con la suficiente cantidad de términos de interés para seleccionar los mensajes que pudieran resultar atrayentes, ya que en función de sus objetivos contenían algunas de las palabras o frases allí recogidas.
Era obvio que, debido al desarrollo tecnológico, fue necesario dotar al análisis clásico de herramientas automáticas que facilitaran su trabajo. El desarrollo había llegado a niveles tales que era posible realizar este entramado incluso por control remoto.
Cuando en los primeros días de septiembre de 2001, una semana antes del ataque a las Torres Gemelas, el Parlamento Europeo aprobó una resolución histórica condenando la existencia de la red global de espionaje Echelon, rápidamente los implicados tomaron distancia, respaldados en la justificación de su existencia cuando solo estaba dirigida hacia la Unión Soviética y sus llamados países satélites.
En aquel entonces aseguraron que exactamente diez años antes todo eso se había desarmado. Incluso algunos investigadores que profundizaron en el tema de Echelon siempre habían recibido como respuesta la desarticulación de la misma a partir de la inutilidad de su existencia.
Todo parecía entonces cosa del pasado, pero es bueno recordar que con ese nombre de Echelon se designaba el control de señales destinado al espionaje satelital, que pronto se convirtió en la denominación del proceso completo de intercepción de información, cualquiera que fuera el origen, el destino y la vía por la que esta viajara.
Incluso en el cine se exhibieron películas dedicadas al tema como Los tres días del cóndor (1975), con Robert Redford, El enemigo público (1999), protagonizada por Gene Hackman y Will Smith, o más recientemente, Echelon Conspiracy (2009), donde una persona recibe un teléfono totalmente manipulado a distancia y pensamos, con cierta incredulidad, en la capacidad de los guionistas para recrear la ficción.
Recientemente, una mañana nos despertamos con la bomba del espionaje de las comunicaciones haciendo explosión, y los nombres de Julian Assange y Edward Snowden se han convertido en las estrellas protagonistas de una saga, no de espionaje hollywoodense, sino de la denuncia de un ataque real y en todas las dimensiones posibles, dirigido a la violación permanente de la privacidad de las personas y también a la privacidad de los Gobiernos, ya no de los enemigos, sino de aquellos conocidos como «amigos» y también cocreadores de una red destinada, inicialmente, al espionaje antisoviético.
Lo que era pasado, no solo en términos gramaticales, sino en la justificación práctica, se ha convertido de la noche a la mañana en parte real de nuestra vida cotidiana.
Por una parte, Assange, con su portal Wikileaks, inició el destape de la Caja de Pandora y divulgó solo una parte de los cientos y cientos de mensajes secretos o al menos privados y confidenciales, donde con solo leerlos se descubre la real posición de intento de sometimiento del mundo a los intereses de la dominación global por parte de las fuerzas gobernantes en Estados Unidos.
Mientras personalidades y Gobiernos trataban de hacer el «control de daños» y buscar las más inverosímiles justificaciones para juzgar a esta persona, pasan los meses y entonces, ya no un sitio web acusado de promover el sensacionalismo, sino un conocido periódico inglés, The Guardian, el que da a la publicidad las informaciones de Edward Snowden, un ex analista de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA).
Sus revelaciones han hecho que la más calenturienta de las mentes creativas de ficción literaria o fílmica quede a nivel de un juego de niños, comparada con el real, permanente y actual sistema de intercepción de información mantenido a nivel global por Estados Unidos.
Prism y Tempora ya son palabras conocidas como denominación de los sistemas de búsqueda de información a través de Internet.
De las acusaciones de Snowden no se ha salvado ninguno de los grandes proveedores de servicios en la red de redes, y la suciedad resultante ha cubierto a muchos y salpicado a casi todos, no importa que se llamen Google, Facebook, Twitter o cualquiera de los símbolos del intercambio público de información.
Si bien los sucesos del 11 de septiembre de 2001 opacaron los resultados de aquellas declaraciones del Parlamento Europeo sobre la existencia de Echelon, no son muchos los analistas que hoy se arriesgan a pronosticar una rápida solución para este problema.
Hoy, al decir del viejo refrán, aquellos polvitos y las posteriores lluvias, tienen al mundo cubierto de un fango cada día más difícil de limpiar.
*Especialista en Redes informáticas.