Durante años EE.UU. ha financiado y alentado transmisiones ilegales de radio y televisión que promueven el terrorismo y la subversión, olvidando que fueron ellos mismos quienes auparon leyes internacionales que reiteradamente pisotean
Supongamos que en los próximos días la siguiente información recorre el mundo, emitida por los grandes medios de prensa:
«Las autoridades estadounidenses e inglesas han proclamado su oposición total a las transmisiones de las llamadas Radio y Televisión Martí, con sede en territorio norteamericano, y proponen una reunión en La Habana para que los directivos de la radiodifusión en la región, apoyen este llamamiento condenatorio».
Según explicarían a la prensa, la razón de esta decisión se debe a la ilegalidad que representan estas transmisiones, al generarse desde territorios externos al lugar hacia el cual van dirigidas y que, además, se conciban con contenido e idioma del país destinatario.
Aunque con algunas variantes, una noticia similar ya se produjo hace unos 80 años. Permítanme recordar algo de historia.
El 8 de junio de 1931, el periódico Excélsior publicó que el doctor John R. Brinkley se encontraba en México. Este especialista norteamericano se había hecho famoso por implantar glándulas de chivo en hombres necesitados de resolver sus disfunciones eréctiles.
Su nunca demostrado invento nació una década antes en Mildford, Kansas, y de ahí en lo adelante este señor se convertiría en una celebridad mundial, con el apodo de «el Hombre de las glándulas de chivo».
Durante septiembre de 1923, él obtuvo en Estados Unidos una licencia de radiodifusión para la emisora KFKB. A través de esta, tres veces al día generaba programas con diversos temas «médicos», con la característica principal de surgir como un gran comunicador, dotado del imán necesario para triunfar frente a audiencias que llegaron a ser multitudinarias. Dos años después, cuando casi 3 millones de familias contaban con aparatos de radio en Estados Unidos, la KFKB se había convertido en una de las más populares del país.
En enero de 1928, la revista de American Medical Association comienza una serie de artículos críticos contra Brinkley y sus remedios, los cuales llevan a que en 1930 se le revoque su licencia como radiodifusor y después la de médico. No obstante, Brinkley es considerado uno de los cuatro locutores más importantes de la historia de la radio norteamericana.
Sin opciones en Estados Unidos, el «doctor» se traslada a México y en el pueblo de Acuña, muy cercano al Río Bravo como frontera natural, funda una compañía de radiodifusión, con la XER como emisora líder para transmitir programación en inglés dirigida hacia los habitantes del vecino norteño.
Esta emisora llegó a tener una potencia efectiva de 150 000 watts, interfiriendo las transmisiones radiales estadounidenses y también las canadienses. Sumándole una real capacidad comunicacional, en términos de promoción comercial la llevó a ser una de las más grandes de su época.
Estados Unidos, afectado por las transmisiones y sin jurisdicción sobre estas actividades que se realizaban desde suelo azteca, inicia gestiones mundiales para buscar la aprobación de alguna legislación que prohibiera cualquier tipo de transmisión, originada de forma externa al país hacia el cual se dirigiera y con claros objetivos de destino sobre los habitantes receptores.
Inglaterra en esa década del 30 libraba una batalla similar, pues recibía las transmisiones de Radio Luxemburgo, una emisora comercial de 200 000 watts dirigida al pueblo británico.
En la Conferencia de Radio, efectuada en Madrid en 1933, ingleses y norteamericanos defendieron a capa y espada el principio de que la potencia de las radiodifusoras de cualquier país, debería ser tal que no rebasara los límites del propio territorio.
En aras de agotar las opciones diplomáticas, el embajador norteamericano se entrevista con el presidente mexicano y le traslada la preocupación del Departamento de Estado sobre las estaciones radiales de la frontera, llegándole incluso a preguntar sobre los sentimientos mexicanos si Estados Unidos les dirigiera programas con contenidos indeseables.
En realidad no se obtiene ningún acuerdo. Previendo males mayores, en una reunión de la Unión Internacional de Telecomunicaciones de 1938, Estados Unidos propone realizar en La Habana una conferencia regional que resolviera los problemas de radiocomunicaciones en el continente.
Finalmente, en esta conferencia de la capital cubana se firma el Convenio Regional Norteamericano de Radiodifusión, que significó la sentencia de muerte para las ya reconocidas como emisoras fronterizas. Este acuerdo sufrió muchos contratiempos para llegar a llevarse a vías de uso.
Luego del 1ro. de enero de 1959, el Gobierno de Estados Unidos, profundo defensor de su soberanía radial y de telecomunicaciones, pero de la misma forma mucho más profundo y ampliamente demostrado enemigo de los procesos sociales que no se avengan con sus designios, desata una batalla total contra el proceso cubano en todos los órdenes, incluyendo la radiodifusión.
Uno de los casos más conocidos fue el de Radio Swan, ubicada en la isla caribeña del mismo nombre. Esta emisora surgió como parte de los planes de la CIA para el apoyo a la Operación Pluto, o sea, la invasión mercenaria por Playa Girón, en abril de 1961.
En 1960 ya se había empezado a transmitir desde un yate que navegaba entre los cayos del Estrecho de la Florida. Estas transmisiones habían sido autorizadas por la Comisión Federal de Comunicaciones de Estados Unidos.
Aunque durante años han surgido emisoras de este corte, las cuales, según las leyes norteamericanas, no pueden ser calificadas como «piratas», pues reciben el obvio apoyo del Gobierno, es en 1983 que el Congreso aprueba el Acta de Transmisiones Radiales para Cuba, documento que sería el progenitor de la llamada Radio Martí, inaugurada el 20 de mayo de 1985.
Esta emisora dispone de un millonario presupuesto, el cual en reiteradas ocasiones ha sido cuestionado con respecto a su destino.
Para marzo de 1990 la agresión electrónica se amplía y comienza sus transmisiones TV Martí, desde los cayos de la Florida. Aquí el proceso se hace más complejo, pues la curvatura terrestre entre la Florida y La Habana no permite una transmisión directa y se han valido de variantes sobre avión y en globo aerostático para lograr sus objetivos.
Como ha denunciado el Gobierno cubano en foros internacionales, estas transmisiones ilegales de radio y televisión buscan promover por todas las formas posibles el desacato al orden constitucional y a las autoridades del país.
Estas transmisiones, entre otras tantas violaciones, incumplen con la Declaración de Principios de Derecho Internacional, relativos a las relaciones de amistad y cooperación entre los Estados, consagrada mediante la Resolución 2625 (XXV) adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1970 y, asimismo con la Constitución, el Convenio y el Reglamento de Radiocomunicaciones de la UIT, en particular su numeral 23.3, que limita las transmisiones televisivas más allá de los límites nacionales.
De esta forma el proceso que se hizo famoso cuando el citado doctor Brinkley popularizó transmisiones externas hacia Estados Unidos, violando sus leyes, y que llevó a este país a una campaña para, primero limitar y después prohibir, ese tipo de transmisiones, con un hito importante de esa batalla sobre soberanía realizado en la capital cubana, ha sido, precisamente, en estos últimos 50 años, un proceso pisoteado por el promotor de ese mismo esquema de agresión, ahora bendecido por las autoridades norteñas.