La serie Glee contó con seis temporadas y se convirtió en un fenómeno de audiencia a nivel mundial con un aire festivo, de diversión, y mucho más que otras series de su tipo
A estas alturas nadie duda del poder transformador del arte. Y mucho menos lo pone en tela de juicio Ryan Murphy, el creador de la mundialmente popular serie nombrada Glee, que Cubavisión transmitió hace ya algún tiempo bajo el título de El coro. Esta absoluta verdad es la que toma el también autor de la superexitosa Cortes y puntadas para concebir el argumento de esta obra audiovisual de 2009, que se mueve entre la comedia, el drama y el musical.
Pensada sobre todo para el público juvenil, El coro cuenta, no obstante, con todos los ingredientes para atrapar a los espectadores de cualquier edad, aunque se desarrolle en uno de esos institutos poblados por auténticos adolescentes, con todos los sueños, dudas, alegrías, frustraciones, miedos, dolores, descubrimientos, que ello implica.
Los verdaderos protagonistas de El coro, como diría la siempre irónica Sue Sylvester, villana principal de la serie, son aquellos que dentro de la pirámide social del Instituto William Mc Kinley, permanecen en el subsuelo, por «invisibles» y «perdedores». El penthouse solo es digno de los «musculosos y populares». Y son estos, representados aquí por las animadoras y los integrantes del equipo de fútbol americano, quienes imponen las reglas, quienes abusan, minimizan y apartan.
¿Sus víctimas? La judía Rachel (Lea Michelle), nacida in vitro de dos padres homosexuales, dueña de un espíritu exacerbadamente competitivo y necesitada de sobresalir; el ingenuo y excesivamente tímido Finn (Cory Monteith), capaz de creer que ha podido embarazar a su novia a causa de unos espermatozoides que se le «escaparon» dentro de la piscina donde se bañaban; Kurt (Chris Colfer), adolescente gay, amante de la moda más excéntrica, que no sabe cómo vivir con su historia; Mercedes (Amber Riley), la obesa afroamericana; Tina (Jenna Ushkowitz), la asiática tartamuda; y Artie (Kevin Mchale), el discapacitado. Será la música lo que los una y les permita crecer como seres humanos. En ello juega un papel determinante la creación de New Directions, el colectivo vocal con el cual el profesor de español, Will Schuester (Matthew Morrinson), piensa revivir los años de gloria de una agrupación similar que él integrara cuando estudiaba en esa misma preparatoria.
Claro, no les resultará absolutamente fácil a Will y sus muchachos conseguir sus propósitos: llegar hasta la competencia nacional y ganar, porque para eso están la imaginativa y vengativa Sue (Jane Lynch), encargada de las cheerios (animadoras), y sus espías: la bella y rubia Quinn (DiannaAgron), capitana del equipo; además de las sensuales, provocativas y calculadoras, Santana (Naya Rivera) y Brittany (Heather Morris), la «chica fácil» que esconde su dislexia y problemas de aprendizaje, porque tiene que ser aceptada de cualquier manera.
Con estos tres pintorescos personajes que se «infiltrarán» en el grupo conformado por «los diferentes» —que como sabemos siempre ocasionan terror—, a los que se sumará un cuarto: Puck (Mark Salling), «el papi de las mamis»—, Ryan Murphy comenzó a tejer las más disímiles subtramas, haciéndose acompañar en la elaboración de los libretos por Ian Brennan y Brad Falchuk, para concebir, en su conjunto, una historia atractiva, creíble y con un gancho infalible: la música popular, perfecta para la construcción de la identidad juvenil.
Plagados de aventuras, de traspiés, están los capítulos y el camino del coro para materializar sus objetivos; un espacio donde todos aprenderán, no sin grandes sacrificios personales, a unir esfuerzos en pos del colectivo. Así, desde el buen espectáculo televisivo, sin perder de vista que este es un producto sobre todo para entretener, los guionistas aprovechan la comunicación con millones de jóvenes espectadores para invitarlos a reflexionar sobre temas relativos a la sexualidad (embarazo precoz, el noviazgo, el compromiso, homosexualidad...), la discriminación, la doble moral, la incomunicación, la violencia, la amistad, la familia, las drogas y el alcohol, la competitividad, la tolerancia, la convivencia...
En honor a la verdad habría que decir que a pesar de los diálogos ingeniosos e inteligentes, a medida que va avanzando la serie los personajes y las situaciones dramáticas empiezan a alargarse en demasía y hasta se tornan un poco artificiales, porque evidentemente lo que más importa a sus realizadores es el show, el espectáculo, de ahí que se hayan empeñado en una notable producción. Porque es innegable que el principal mérito de Glee son sus adaptaciones de grandes temas musicales, aprovechando las voces poderosas y excepcionales de los actores, y las dinámicas y vistosas coreografías.
En El coro destacan el ritmo narrativo, la puesta en escena de notable colorido visual, con esos magníficos montajes sobre todo durante los bailes, en los cuales alternan los planos en movimiento de corta y larga duración; el vestuario... Por supuesto que el casting es impresionante. Y es que uno no se puede imaginar a otros actores para encarnar a esa tropa de personajes «extravagantes». Y no obstante, algunos sobresalen más, como es el caso de la malévola y simpatiquísima entrenadora Jane Lynch (espectacular en el Vogue, de Madonna), tan parecida a las viles brujas de los animados de Disney, pero tan auténtica y exquisita.
Igual habría que decir de los extraordinarios Chris Colfer y Lea Michelle; sorprendentes no solo por la veracidad que le otorgan a sus respectivos roles, sino, además, por sus voces rotundamente privilegiadas. Y en esa línea habría que referirse a la también convincente Amber Riley, heredera de las portentosas gargantas afroamericanas, quien corta el aliento cuando asume piezas al estilo de Beautiful (Christina Aguilera); o de Bust Your Windows (Jazmine Sullivan).
Pero ya decía que la selección musical es realmente lo más impactante de El coro, donde asombran las canciones originales y las versiones de afamados hits de The Beatles, Queen, Lady Gaga (fantástica la de Pokerface), Pretenders, Billy Joel, Michael Jackson, Chicago, Journey, Aerosmith, Dionne Warwick, Celine Dion, Amy Winehouse, Barbra Streisand, Gene Kelly, Rihanna... Porque se trata de un mágico paseo que convida a escuchar rock, pop, funk, rhythm and blues, jazz...; que pone en contacto a los jóvenes con los clásicos de Broadway, o con sagaces combinaciones, como las que se alcanzan con las mezclas entre Halo, de Beyoncé, y Walkingon Sunshine, de Katrina and the Waves; o entre It’s My Life (Bon Jovi) y Confessions Part II (Usher). En fin, que en tiempo en que atormenta tanta mala música, Glee es un paradisiaco regalo para los oídos.
Sin dudas, El coro transmite un aire festivo, de diversión, y mucho más que otras series de su tipo, envía mensajes optimistas, promueve valores como positivos, y prepara a los adolescentes para que tengan conciencia de que cuando acaba el baile, empieza la vida.
Glee contó con seis temporadas (se transmitió desde mayo de 2009 hasta marzo de 2015) y se convirtió en un fenómeno de audiencia a nivel mundial: la Glee-manía, que la Cadena Fox supo aprovechar al máximo: el reparto firmó contratos para participar en tres películas, se produjeron más de diez álbumes, giras, ropas, accesorios, videojuegos...
Originalmente se pensó que la última temporada se centraría en Rachel y Finn, pero la muerte de Cory Monteith por sobredosis, en 2013, hizo que todo cambiara. En su homenaje se grabó el episodio nombrado The Quarterback (tercero de la quinta temporada), el cual fue filmado en la primera toma por lo difícil que resultó poder rodar para todos los actores. De los protagonistas de Glee también murió Mark Salling (Punk), quien se quitó la vida en enero de 2018.
De izquierda a derecha Cory Monteith y Mark Salling