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El Síndrome de Beethoven

La disminución de la capacidad auditiva puede llevar a desfavorables situaciones sociales y personales, como las sufridas por el gran músico alemán Ludwig van Beethoven. Hay desenlaces en este mundo moderno que podemos evitar

Autor:

Julio César Hernández Perera

La audición es un don que nos permite disfrutar de las bellezas y ritmos del mundo, desde el canto de los pájaros hasta la música de grandes compositores. Muchas veces, sin embargo, se confiere escaso valor o insuficiente atención a cómo prevenir la pérdida de ese importante sentido.

Es vital tener en cuenta que este síntoma no solo representa la simple disminución o pérdida total de la capacidad de oír, sino que también implica graves consecuencias para la vida de los seres humanos.

Meditemos sobre los efectos de vivir en un mundo silente: se limitaría la capacidad de la comunicación y, por tanto, de adquirir conocimientos, y hasta de encontrar caminos conocidos o tradicionales para trabajar y ganarse la vida. El aislamiento social y la estigmatización acecharían permanentemente; se convertirían en desafíos que, como olas enormes, habría que sobrepasar.

Desde tiempos remotos esa dificultad ha sido sufrida por muchas personas, algunas de ellas muy célebres. Entre estas, resalta la vida de un prodigioso músico germano: Ludwig van Beethoven.

La sordera de Beethoven

El famoso músico nació el 16 de diciembre de 1770 en Bonn, Alemania, en el universo de un hogar humilde. Fue el afortunado segundo de siete hijos, de los cuales solo sobrevivieron tres.

El padre era tenor en una capilla y lo obligó a estudiar música desde muy temprana edad, bajo una férrea disciplina. El riguroso cabeza de familia había avizorado en su hijo aptitudes innatas para la música. El niño, con tan solo siete años, mostró un extraordinario talento cuando ofreció su primer concierto público.

Un lustro más tarde el pequeño publicaba su primera composición musical. En alcanzar tales destrezas mucho tuvo que ver el desarrollo de una excepcional sensibilidad auditiva, que le hacía capaz de distinguir con precisión notas musicales y sutiles matices de afinación, así como percibir y reproducir sonidos musicales con gran habilidad.

Pero algo malo sucedió con el prodigioso oído del famoso músico de Bonn: A los 27 años comenzó a notar una alarmante disminución de la capacidad auditiva —sobre todo para los tonos altos—, la cual se inició en el oído izquierdo.
Al cabo del tiempo la disminución se hizo bilateral.

Fue ese un mal presagio que solo pudo mantener en secreto durante tres años. Con el tiempo, la progresión del defecto delataba al genio, que se vio obligado a inclinarse hacia el escenario para entender a los actores o a los músicos, y que ya no alcanzaba a escuchar algunas notas.

A Beethoven no le quedó más remedio que auxiliarse de diferentes dispositivos, como trompetas de oído, para mejorar la audición, y una varilla de madera que colocaba entre sus dientes mientras que el otro extremo de la misma era apoyado sobre el piano para pretender escuchar mejor. Ninguno de esos métodos mostró real utilidad mientras la pérdida de la audición se hacía progresiva.

Como resultado, la nueva condición afectó emocionalmente al genio, que sentía cómo el sentido de su existencia, la música, se distanciaba inexorablemente. Eso llevó a la pérdida de su autoestima, al aislamiento progresivo y a la irritabilidad.

A los 50 años de edad, Beethoven estaba totalmente sordo, y su adverso estado emotivo lo llevó a beber alcohol con mucha frecuencia. Se dice que sufrió de cirrosis, una enfermedad que posiblemente lo llevó a la muerte el 26 de marzo de 1827.

Pronósticos sombríos

La anterior saga de desfavorables situaciones —personales y sociales— nacida de la pérdida de la audición, ejemplificada con la vida del famoso músico, bien podría ser llamada el Síndrome de Beethoven. Se trata de un fenómeno que de ninguna manera puede ser considerado ajeno a los tiempos contemporáneos.

Las alarmantes estadísticas publicadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) así lo prueban: más del cinco por ciento de la población mundial —cerca de 430 millones de personas— padece una pérdida de audición que puede llegar a ser discapacitante.

Para el año 2050, la cifra de personas afectadas por pérdida de audición podría superar los 700 millones, pues uno de cada diez seres humanos podría encontrarse en esa situación.

Ante tal panorama, ¿podríamos ser una de esas personas afectadas en el futuro? Posiblemente sí, si contemplamos nuestro estridente entorno y advertimos cómo cada día la humanidad vive cercada por el ruido (una de las principales causas de sordera).

Se aprecia, además, cómo la mayoría de los jóvenes tienen riesgo real de pérdida auditiva permanente como consecuencia de prácticas de audición poco seguras, tales como el uso abusivo de audífonos y la exposición a sonidos fuertes en diversos entornos.

Aunque se han alcanzado notables logros en el desarrollo de prótesis auditivas, todo hace pensar que cualquier avance será insuficiente si no se toman con mayor seriedad las medidas para reducir los factores de riesgo causantes de disminución y pérdida de la audición, cuyas consecuencias —como ya es consabido e invita a la reflexión— no solo se enmarcan en la imposibilidad creciente de disfrutar las bellezas sonoras del mundo.

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