Ha sido largo el viaje desde la descripción de tallas extremas en las personas, hasta la solución terapéutica ante el exceso o insuficiencia de GH
No es raro encontrar en narraciones de cuentos, novelas y leyendas a personajes de tallas extremas: ya sean extremadamente pequeños, o altos. Se podría poner de ejemplo la conocida historia de Meñique, obra infantil publicada en la primera edición de La Edad de Oro, cuya autoría es de nuestro José Martí.
Más allá de lo hermosamente imaginado, en el mundo real poseer una estatura inusual, ya sea exageradamente alta, o una «baja talla severa» —término referente al «enanismo»-, se ha prestado para burlas y segregaciones sociales.
Los ejemplos de tales hechos abundan: las vidas de Lucía Zárate y de Charles Byrne enseñan hasta dónde pueden llegar el daño sicológico y social.
Lucía Zárate nació en 1864 en un pueblo de Veracruz, México, y ha sido considerada como el ser humano más pequeño del mundo. Tuvo al nacer un peso aproximado de 230 gramos ―poco más que lo que pesa una taza de azúcar―, y una talla de 18 centímetros.
Cuentan que, al verla por primera vez, el médico la consideró «inviable». Sobrevivió a pesar de los pronósticos, y aunque su crecimiento fue lento, llegó a ser sana e inteligente.
En cierto momento hubo quien convenció a los padres de la familia Zárate a sacar beneficio económico de la talla de su diminuta hija. Por eso fue exhibida desde temprana edad en varios lugares de México, hasta llegar a Estados Unidos.
Al cumplir 17 años Lucía medía y pesaba tan solo 51 centímetros y 2,1 kilogramos, respectivamente. En ese momento empezó a trabajar en el circo Barnum, luego de que los padres asintieran a las ofertas monetarias ofrecidas por contratistas que buscaban «rarezas humanas» en todo el orbe, para hacer los show freak (espectáculos de fenómenos).
Ella recibió muchos calificativos humillantes, como el de la «maravillosa enana mexicana», utilizado por el periódico The Washington Post.
Con frecuencia Lucía se quejaba de agravios causados por la gente, entre quienes incluso estaban los que la pellizcaban de improviso para ver si, ciertamente, era un ser humano.
En 1890, el tren en que viajaba con destino a Nevada, Estados Unidos, quedó aislado por 15 días como consecuencia de un terrible temporal de nieve. La vulnerabilidad quedó demostrada: Lucía Zárate murió de hipotermia a la edad de tan solo 26 años.
El otro ejemplo es el de Charles Byrne, quien tiene otra historia de atropello similar a la de Lucía, pero con diferente talla. Él nació en 1761, en una aldea de Irlanda del Norte. Se le conoció como el Gigante irlandés, pues llegó a alcanzar, en la edad adulta, dos metros y 31 centímetros.
En el folclor irlandés los gigantes forman parte de muchas historias y leyendas, son asociados a la creación de las cuevas, las lomas y los valles.
Por su elevada talla, Byrne hacía dinero exponiéndose en ferias a lo largo de todo el Reino Unido. Pronto se ganó la admiración y el reconocimiento del público que estaba dispuesto a pagar por tan solo verlo. Sin embargo, también era una realidad que su condición se acompañaba de evidentes problemas de salud asociados a su enfermedad de base. Padeció, además, de tuberculosis y tenía adicción por el alcohol.
Tenía 22 años cuando percibió que su fin estaba cerca y manifestó que sentía pavor sobre lo que pudiera pasar con sus restos. Por tal motivo solicitó a sus amigos que al morir se le colocara dentro de un ataúd con plomo y fuese lanzado al mar. Así evitaba estar siendo exhibido como un objeto de morbo. Pero sus deseos fueron sencillamente ignorados.
En 1783, cuando un destacado cirujano y anatomista británico llamado John Hunter, pagó por el cadáver, Byrne y el ataúd volvieron a la palestra pública. El esqueleto del Gigante pasó a ser una pieza de museo por casi dos siglos, exhibido en una vitrina junto al de un adulto promedio del Reino Unido. Durante mucho tiempo fue visto como algo raro.
Charles Byrne y Lucía Zárate nacieron en un momento de la historia de la humanidad en que la ciencia y la civilización no dieron la oportunidad de que fueran vistos como reales seres humanos. Ellos fueron prácticamente obligados a exhibirse como rarezas humanas, y sufrieron en carne propia la
exclusión social. Por eso, a pesar de que algunos de ellos lograron hacer algo de fortuna, ninguno llegó a ser feliz.
En la solución de los trastornos similares a los ejemplos mostrados previamente (relacionados con la talla), la medicina ha alcanzado logros importantes. En primer lugar se logró identificar la hormona del crecimiento, también conocida como GH o somatostatina, así como la glándula que la produce: la adenohipófisis.
A principios del siglo XX se desarrollaron técnicas para tratar tumores que producían exceso de esta hormona y causaban gigantismo, mientras que otros intentaron extraer la hormona para tratar la baja talla.
Tras varios experimentos se supo que esta hormona es específica del ser humano. Inicialmente se extrajo a partir de la adenohipófisis de cadáveres y tuvo un uso para tratar a niños que la requerían.
Pero el riesgo de infecciones mortales estaba presente y se hizo realidad en algunos casos. Salvó la situación el desarrollo de la biotecnología. Hoy la GH humana que se emplea en la práctica médica se sintetiza a través de técnicas de ingeniería genética.
La estrella argentina de fútbol Lionel Messi. Foto: Tomada de Internet
Una de las historias contemporáneas más mediáticas ha sido la de Leonel Messi. Al cumplir diez años el futuro astro del fútbol tenía la estatura de un niño de ocho, y se le diagnosticó déficit de GH.
Gracias al tratamiento con GH durante la niñez y la adolescencia, Messi llegó a alcanzar los 170 centímetros de estatura, y casi seguro podría decirse que hubiera sido imposible que se convirtiera en una estrella del deporte sin ayuda de la medicina.