Al ver cómo su esposo se lamentaba por sus dificultades para aislar determinados microorganismos en medios de cultivo, la señora Hesse recordó una vieja receta de cocina, fórmula que terminó abriendo un camino a la microbiología
Durante el siglo XIX la necesidad de probar la existencia de los microorganismos planteó como ineludible el desarrollo de medios de cultivo, condición en torno a la cual la humanidad pudo saber sobre más de una historia interesante y hasta «apetitosa».
Entre estas son conocidas las investigaciones emprendidas por un químico veneciano llamado Bartolomeo Bizio, quien motivado por conocer la composición de las sustancias naturales —como el café y el maíz—, describió en 1819 un nuevo microorganismo que en la contemporaneidad lleva el nombre más longevo entre todas las bacterias: Serratia marscecens, connotado en el mundo de la Medicina por su capacidad de provocar infecciones graves dentro de los hospitales.
La citada bacteria causaba manchas de color rojo, como pintas de sangre, en la polenta (comida originaria del norte de Italia, realizada con harina de centeno u otros cereales).
El término «serratia» fue dado por Bartolomeo en honor a Serafino Serrati, un italiano reconocido como el primero en operar un barco de vapor sobre el río Arno, cuyo cauce atraviesa las ciudades de Florencia y Pisa. El epíteto «marcescens», por su parte, se deriva del latín que significa pudrir.
Para aislar al microorganismo, Bizio empleó trozos de papa que le permitieron demostrar la existencia de la colonia bacteriana —la cual fue erróneamente clasificada en aquel entonces como un hongo.
Transcurrieron unos 30 años para que se acudiera a la carne fresca como medio de cultivo para aislar la serratia.
Tiempo después hicieron su aparición los trascendentales trabajos del médico alemán Heinrich Hermann Robert Koch, quien fue protagonista de notables aportes a la ciencia a finales del siglo XIX, como el descubrimiento de las bacterias responsables de la tuberculosis y del cólera. Por sus trabajos, a Hermann se le conoce como uno de los padres de la bacteriología.
En sus propósitos científicos Koch necesitaba lograr un medio de cultivo idóneo, preferiblemente sólido, capaz de proveer un sustrato para el fácil aislamiento e identificación de las bacterias contenidas en una muestra polimicrobiana (compuesta por múltiples microorganismos). Vista desde el presente la meta parecía sencilla, pero entonces constituía un verdadero desafío.
Fue en ese momento cuando surgió el aporte de una mujer llamada Fanny Eilshemius. Hija de inmigrantes alemanes, ella había nacido en Nueva Jersey, Estados Unidos, en 1850. A sus 24 años viajó a Europa y allí conoció a Walter Hesse, quien tiempo después se convertiría en su esposo.
El doctor Hesse era un médico rural alemán que había quedado fascinado con el estudio de las bacterias después de haber pasado una temporada en el laboratorio berlinés del profesor Koch: De vuelta a casa se dispuso a estudiar las bacterias que proliferaban en el aire de su laboratorio.
Hasta ese momento se empleaban regularmente los medios de cultivo ideados por Koch a base de gelatina. Estos tenían el inconveniente de licuarse a la temperatura que habitualmente se empleaba en las estufas de cultivo. Por otra parte, para algunas bacterias que eran capaces de crecer a una temperatura menor, que permitía la solidificación del medio de cultivo, estas lograban arruinar con sus enzimas el medio de cultivo, y así la posibilidad de aislar cultivos puros.
Ya convertida en Frau Hesse, Fanny era una mujer activa y abnegada en las labores hogareñas. Además de cocinar deliciosos platos y dedicar tiempo al hogar, siempre encontraba espacio para apoyar en las labores investigativas de su esposo: era ella quien preparaba los caldos para el cultivo de las bacterias.
En varias oportunidades la señora Hesse escuchaba cómo su marido se quejaba de su incapacidad para aislar los gérmenes que pretendía descubrir en su laboratorio.
Fue entonces cuando Frau Hesse recordó una vieja receta que su madre había conocido por medio de unos amigos holandeses, quienes habían vivido durante un tiempo en la isla de Java, la mayor y más poblada de Indonesia.
Allí se usaba, en lugar de gelatina, el agar-agar, una gelatina vegetal de origen marino, obtenida a partir de varias especies de algas —entre estas el alga japonesa Gelidium corneum— para hacer jaleas y embellecer entradas y postres: el producto tenía la particularidad de que no se fundía a la temperatura bacteriológica de 35 a 37 grados Celsius.
Surgió la posibilidad de usar el agar-agar —hasta ese momento solo empleado en la confección de diferentes platos de cocina— para el logro de medios de cultivos.
Podríamos imaginarnos el júbilo del doctor Hesse cuando su esposa preparó los nuevos medios de cultivo a base de agar-agar, con propiedades de brindar un adecuado sustrato, ser sólidos, transparentes y estériles, capaces de mantener sus cualidades a temperaturas en las que las bacterias podían crecer. El investigador sintió que sus zozobras habían culminado, y presto decidió comunicarlo sin demora a su profesor Robert Koch.
Koch reconoció el valor del descubrimiento. Lo aplicó casi de manera inmediata en sus investigaciones. En 1882 el agar se menciona en la histórica comunicación de Koch a la Academia, cuando anunció el descubrimiento de la bacteria responsable de la tuberculosis.
Con el paso del tiempo pocos reconocerían cómo fue que una modesta ama de casa posibilitó un verdadero salto a la ciencia y a la humanidad; un cambio cuyo primer paso se dio con el entusiasmo y la entrega de una mujer frente a su fogón.
Fuentes consultadas:
Hitchens AP, Leikind MC. The introduction of agar-agar into Bacteriology. J Bacteriol. 1939 May; 37(5):485-93.
Ghiretti F. Bartolomeo Bizio and the rediscovery of Tyrian purple. Experientia 50. 1994: 802-7
El origen de la microbiología fue más increíble de lo que muchos suponen.
El doctor Walther Hessefrau y su esposa Fanny Eilshemius.