Nunca hubo tantos casos de tuberculosis como en este siglo. Se habla de 1 700 millones, un tercio de la población mundial. En Cuba la pobre percepción de riesgo pudiera alimentar las brasas de este fenómeno reemergente
¿Quién, con un mínimo de cordura, construye fortalezas en terreno enemigo y desatiende el propio? ¿Quién se rinde antes de empezar una batalla a pesar de tener buenas armas y conocer las estrategias del contrario?
La respuesta lógica en ambas preguntas sería nadie. La más ajustada a la realidad, si el enemigo es el mycobacterium tuberculosis, es todos. O casi todos, que es casi igual.
La llamaron tisis, mal del Rey, plaga blanca, consunción… Bajo su efecto sucumbieron faraones y cortes medievales, personajes famosos del arte, la política o la religión, y también millones de seres anónimos a lo largo de varios milenios.
Pero nunca hubo tantos casos como en este siglo. Se habla de 1 700 millones, un tercio de la población mundial, alertó la Doctora en Ciencias Nidia Rojas, profesora de la Facultad de Biología de la Universidad de La Habana, durante el VI Taller Científico Nacional de Comunidades para la Prevención del VIH/sida y la Tuberculosis, celebrado en esta capital a inicios de mes.
La incidencia de los últimos años (casos nuevos anuales) promedia los nueve millones, y como mucha gente espera los peores síntomas antes de asimilar el alcance del hecho y buscar ayuda médica, al menos la mitad puede morir, no sin antes contagiar a una docena de personas, o más.
En el año 55 Antes de Nuestra Era, Lucrecio escribió: «La tisis es difícil de diagnosticar y fácil de tratar en sus primeras fases, mientras que es fácil de diagnosticar y difícil de curar en su etapa final».
Desde Hipócrates los médicos aprendieron a diferenciar las personas infectadas y las enfermas como categorías independientes. En las primeras el microorganismo logra entrar, pero el sistema inmunitario lo controla. En las segundas, la libre circulación del bacilo conduce al deterioro irreversible de los órganos comprometidos y puede salir al exterior a través de boca y nariz y contagiar a otras personas.
Resulta curioso el cambiante criterio cultural que ha rodeado este padecimiento. Siglos atrás llegó a ser «moda» el andar lánguido, la blancura de la piel y la delgadez extrema de las personas tísicas. Luego se empezó a ver con otros ojos: la familia enviaba a sus enfermos a lejanas casas sanatoriales y se inventaban excusas para eludir a quienes se sospechaba enfermos.
Todos somos susceptibles a infectarnos con el bacilo de Koch (agente causal, descubierto en 1881), pero en todas las épocas la enfermedad se ha ensañado en las capas más pobres de la sociedad, la gente que malvive en insalubridad, hacinamiento, desnutrición e ignorancia.
Las primeras referencias en Cuba de enfrentamiento a esta enfermedad datan de 1890, cuando se fundó una Liga Antituberculosis en Santiago de Cuba, cuenta la máster Jeny Larrea.
En 1928 se comenzó la vacunación gratis, pero tuvo poco impacto. El verdadero progreso ocurrió a partir de 1962, con un programa nacional destinado a atender a los enfermos y hacer pesquisaje activo entre los grupos de riesgo.
Hoy somos de los pocos países subdesarrollados que logra mantener una tasa baja (sobre los seis casos anuales por cada cien mil habitantes). El lado malo de esa virtud es que la tuberculosis no salió de Cuba, pero sí del pensamiento de la gente, incluso del personal médico, y rara vez desconfiamos de un catarro prolongado y pedimos un examen exhaustivo para descartar tuberculosis.
De cierto modo, se teme más al estigma cultural de «ser tuberculoso», que a las consecuencias de la enfermedad, pobre percepción de riesgo que alimenta las brasas de un fenómeno reemergente en todo el planeta.
Hoy la tuberculosis tiene aliados modernos, afirman especialistas del patio y expertos de la Organización Mundial de la Salud: la crisis económica globalizadora, el tráfico internacional, la vigilancia epidemiológica incompleta, el excesivo crecimiento urbano sin una infraestructura sanitaria adecuada, y el alto costo de los servicios de salud, son algunos de ellos.
La epidemia de VIH es otro factor agravante. La coinfección ha elevado las manifestaciones extrapulmonares de la tuberculosis (granulomas en piel, ganglios, ovarios, testículos, huesos), que enmascara sus síntomas y dificulta el diagnóstico temprano. La probabilidad de contagio para personas seropositivas asintomáticas se multiplica por 100, y por 170 para quienes ya están en fase sida (el 13 por ciento fallece por tuberculosis). En África, la mitad de nuevos casos de tuberculosis tiene también VIH.
Por otro lado, la dependencia moderna de los antibióticos resulta un bumerán en la lucha mundial contra la tuberculosis. Poco más de medio siglo atrás no se contaba con un tratamiento farmacológico certero y la gente moría en pésimas condiciones. Con la estreptomicina, en 1944, se abrieron muchas esperanzas, pero el uso indiscriminado de los antibióticos y la poca adherencia a tratamientos prolongados (entonces de un año, ahora son de seis a nueve meses) han malogrado el poder de estos fármacos frente a una bacteria astuta y paciente, explicó la doctora Nidia.
Quien tiene apenas para comer no piensa en curarse a largo plazo ni mide responsabilidad en el contagio. Por eso las cepas multidrogorresistentes amenazan con dominar en esta época y hacen difícil cortar la cadena epidemiológica.
A finales del año 2008, medio centenar de países habían reportado al menos un caso de tuberculosis ultrarresistente a la terapia convencional, añade el licenciado Amado Batista, también biólogo y funcionario de la dirección de Extensión Universitaria del Ministerio de Educación Superior, quien insiste junto a sus colegas en la necesidad de educar a la población para que aprenda a identificar síntomas y factores de riesgo, y sobre todo a aplicar las medidas necesarias para cortar el contagio con cautela y responsabilidad.