Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Como un yo multiplicado

Cuando terminé de leer el Libro de los discursos, del poeta y amigo Roberto Manzano, me dije: he leído un cosmos, incluso lo he tocado

Autor:

Alberto Marrero

Cuando terminé de leer el Libro de los discursos, del poeta y amigo Roberto Manzano, me dije: he leído un cosmos, incluso lo he tocado. La sensación de vastedad es forzosa, si bien los poemas no acuden a generalizaciones para alcanzarla. El efecto sucede gracias al lenguaje esplendente que el poeta consigue y que nos mantiene subyugado en una atmósfera cercana a lo divino, o mejor, a lo terrenal divino de cualquier época. Y he ahí, tal vez, uno de los grandes aciertos de este cuaderno: su aliento ecuménico, la sabia yuxtaposición de mitos y hechos reales o recreados en el contexto de sociedades que han abandonado «la vida directa, o donde lo real es ya lo irreal: la realidad surge de la imagen: el mundo se ha invertido: lo verdadero es solo un momento muy específico de lo falso», leemos en El discurso de Guy Debord.

Nada es tan lejano, fabuloso o extraño como para que no pueda utilizarse hoy como código revelador, instrumento de identidad humana, de crítica, evaluación o aviso. El papel de la poesía sigue siendo el misterio que lanza continuos hechizos sobre la masa de lectores. Pero no solo es eso, también es una forma del conocimiento, de indagación en «la violencia con que se nos somete a simulacro», apunta en el poema citado. Manzano lo sabe muy bien desde que se paró frente a una sabana y creyó escuchar todos los cantos, absolutamente todos, como un visionario.

El poeta recurre a una suerte de yo multiplicado que funciona como recurso estilístico y a la vez como estado de hipersensibilidad o de percepción que aspira a ser total.  Para obtenerlo, se apropia de un coro de voces diferentes en espacio y tiempo, donde los personajes, ora ficticios, ora históricos, se entremezclan y discursan con honestidad, sin importarles las consecuencias. Son seres henchidos de una conciencia abisal, dichosos o irritados, no pocas veces heridos por los conflictos e iniquidades humanas, con dudas, certezas y angustias como todo mortal, aunque algunos no lo sean (el libro se encarga de borrar esas minucias).

La poesía no puede cambiar nada, pero sí puede advertir. Siempre lo ha hecho de una forma u otra con la pujanza de sus imágenes y asociaciones, lo mismo a través del poema épico que del lírico. Por otro lado, la pintura o recreación de acontecimientos en boca de personajes reales nos pone frente al dilema de la historia y su valor para descifrar el hoy y mirar hacia el mañana. 

Ante el lector desfilarán poetas, científicos, filósofos, líderes religiosos y héroes de carne y hueso. Todos hablan en tono aforístico, en ocasiones admonitorio, pero sin caer en delirios moralizadores, algo que en la literatura, y en la vida, por qué no, puede llegar a ser asfixiante. Las palabras fluyen con naturalidad a través de versículos que nos recuerdan cierta cadencia bíblica. El discurso del Jefe Seattle al Gran Jefe Blanco, por ejemplo, es de una belleza conmovedora. Casi al final del poema leemos: «Cuando desparezca el último de nosotros se poblará todo esto para siempre de nuestra invisible presencia, y los hijos de ustedes ya no podrán estar solos en ningún paraje ni en ningún momento». En El discurso de José Martí, Manzano resume con eficacia poética las ideas más cardinales de nuestro Héroe Nacional sin hacer concesiones al panfleto. He aquí una muestra: «Supe que era posible mejorar a los seres humanos, pero que urgía alzar cada día y en todas partes a cada uno y a todos juntos: hay que moverlos del insecto al ángel, levantarlos del foso al sol».

En El discurso de Gitoma, héroe mítico de un pueblo amazónico en extinción, dice el poeta: «Hijos míos, últimos hombres y mujeres de yuca y de agua, nos disolvemos como una ceniza que ha sido fuertemente soplada por el sañudo viento exterior: ya no se adivinan los signos de la boa». Este poema acusa uno de los grandes temas del cuaderno: el destino del hombre y de la tierra como un binomio indestructible. El discurso de Orishaoko, dios del panteón yoruba, reafirma este tema cuando dice: «Creo en la tierra, las plantas y los animales, y por eso mi esposa y yo trabajamos juntos, pues nos gusta tener hijos y arrodillarnos todos unidos a comer frutos en un anillo triunfante».

En otros momentos se aprecian meditaciones filosóficas, existenciales, inclusive de carácter político (matizado por la expresión poética), de una actualidad indiscutible. En El discurso de Hermes, mensajero de los dioses del Olimpo e hijo de Zeus, leemos: «Pero yo soy la unanimidad más alta, que es la convivencia de lo diverso». En el de Teseo el poeta señala: «Hay, en los palacios de todos los tiempos, Minos que producen víctimas».

Este nuevo libro de Manzano reafirma una vez más su condición de poeta extraordinario. La frase, más que un elogio, tiene la intención de celebrar esa manera suya de asumir el acto de creación poética como un sacerdocio. En cada discurso no solo está la voz del personaje que recrea, sino la suya propia, que es el resultado de una paciente deglución de la mejor poesía universal. 

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.