La gran ola de Kanagawa, libro de cuentos del reconocido narrador Sergio Cevedo, fue galardonado en el 2015 con el premio Alejo Carpentier
La gran ola de Kanagawa, libro de cuentos del reconocido narrador Sergio Cevedo (La Habana, 1956), fue galardonado en el 2015 con el premio Alejo Carpentier. El volumen recoge ocho narraciones de las muchas que ha escrito el autor durante varios años de aparente silencio. Y digo así porque Sergio no es un escritor que publica asiduamente; sin embargo, nunca ha dejado de crear y, sobre todo, de meditar en torno a la literatura como un acto de fe y de vida.
En largas y mutuamente provechosas conversaciones que hemos sostenido, me he percatado de su devoción por los misterios del lenguaje y el deseo de atrapar con palabras los instantes fugaces de la existencia. Por eso tal vez sus narraciones producen la sensación de un largo y demorado paneo de una cámara de cine, como si pretendiera captar detalles significativos que muchas veces soslayamos en medio de la agitación y la celeridad de la vida moderna. Un lector suspicaz y atento podrá entender esto que afirmo si lee con detenimiento, disfrutando la cadencia de una prosa que acaricia sin cesar la poesía, escudriñando en los entresijos de la conducta y la mente.
Es amplio el espectro de asociaciones y afinidades que se desprenden de estas páginas cinceladas con ojos y manos de orfebre. Sus historias sugieren más de lo que muestran a través de un conflicto casi invisible, o mejor, siempre invisible, pero que subyace como bomba de reloj a punto de estallar. La ambigüedad nos lleva a múltiples lecturas. La yuxtaposición de imágenes y las mudas temporales y espaciales (sin evidentes costuras) lejos de abrumar, enriquecen el discurso que por momentos se torna lento, pero jamás aburrido ni sentencioso. Nada es definitivo. Nada es inmutable. Todo cambia y fluye como auguró Heráclito de Éfeso y otros materialistas griegos. Sergio posee una visión que le permitiría sostener sin reparos aquella brillante (y poética, por qué no) idea de Marx cuando expresó que «todo lo sólido se desvanece en el aire».
De regreso a la casa es el cuento que inicia el libro. No creo que el autor lo haya situado al principio de manera arbitraria, sino ex profeso, toda vez que el texto encierra en sí mismo las claves de lo que vendrá después. Algunos de los rasgos de su narrativa, esbozados en el párrafo anterior, están presentes en este relato. Narrado en primera persona, es una introspección del narrador —personaje que viaja en ómnibus todos los días de la casa a la facultad y de esta nuevamente a la casa. Un rutina implacable que el profesor acepta «satisfecho, generoso, feliz como si el universo fuese mío y no tuviera dentro de él ni la más nimia responsabilidad». El silbato de un tren que corre paralelo al ómnibus se funde con la descripción del paisaje que el protagonista va rumiando desde la ventanilla, y a partir de ese momento constituye una amenaza potencial, una probabilidad de colisión, o quizá una metáfora del azar que el narrador adivina en la mente de los viajeros como fantasía o como morbo.
En esa misma cuerda se mueve el extraordinario relato A la orilla del mar. Aquí la historia se concentra en un joven que intenta lograr un aventón en una carretera hasta que una rastra por poco lo atropella. El muchacho reacciona lanzando una piedra que destroza el espejo retrovisor derecho del vehículo. Perseguido por los choferes, logra escabullirse en un bosquecillo aledaño a la playa donde aparecen otros personajes, y ahí comienza una cadena de sucesos sorprendentes (¿alucinantes?), cuyo desenlace es todo un reto a la sensibilidad e inteligencia del lector.
Las reuniones es otro de los textos que hacen de este libro una verdadera fiesta del intelecto y del lenguaje. En él se describe a dos matrimonios vecinos que entablan una relación, al principio intrascendente, diríase inofensiva, pero que luego se irá enrareciendo hasta convertirse en una rara «comunidad» donde afloran sentimientos y aproximaciones insospechadas. No considero que sea un cuento de tesis ni de un erotismo malsano, sino una profunda indagación en ese terreno tan sutil —y a veces engañoso— que es la pareja humana con sus contradicciones, desgarraduras, dobleces y falsas convenciones. Por eso recomiendo leerlo despojado de cualquier prejuicio o moralina. El simbolismo de las imágenes y de los episodios que se narran desborda el texto, y he ahí uno de sus grandes aciertos.
Con gusto podría comentar cada uno los cuentos de este volumen, pero el espacio no me lo permite. Me limitaré a concluir con un breve esbozo del último relato, el que además da título al libro. Y más que una glosa sobre la trama o la maestría narrativa (un aspecto notorio en el texto), se me ocurren preguntas como estas: ¿qué es la vida sino una gran ola que nos arrastra y no pocas veces nos traga?, ¿cuántas cosas perdemos o dejamos de hacer enredados en trivialidades, intolerancias, desidias, cobardías y otros episodios estúpidos?, ¿cómo se puede despejar la culpa?, ¿acaso esa gran ola fantástica que el célebre pintor y grabador japonés Hokusai Katsushika nos legó es el símbolo de la fugacidad de la vida y de nuestros actos ante las fuerzas descomunales de la naturaleza? Muchas interrogantes surgen con la lectura de este y en general de todas las narraciones del cuaderno, entre cuyas virtudes resalto la sinceridad desprovista de afeites, el trabajo riguroso (metódico) con el lenguaje y un estremecimiento de vuelo alto, sin concesiones de ninguna índole, que oscila entre lo real y lo fantástico, entre lo poético y lo más crudo de la subsistencia cotidiana.