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Cartas de Alejo Carpentier a Toutouche

Autor:

Juventud Rebelde

Escritas entre 1927 a 1937 (época en que el escritor cubano se vio obligado a exiliarse por su compromiso con la lucha contra el tirano Gerardo Machado), estas cartas del autor de El siglo de las luces a su madre son un anticipo de las que verán la luz próximamente publicadas gracias a la labor de la Fundación Alejo Carpentier. De origen ruso y conocida como Lina Valmont, Ekaterina Vladimirovna Blagroovazova (1884-1964) fue llamada siempre por su hijo con el apelativo de Toutouche. El Tintero regala a sus lectores dos muestras de este legado conservado por la Fundación y que, tras la muerte de Alejo, fue hallado en una maleta junto a otros documentos de invaluable valor

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Ag. 1928?

Toutouche, Toutouche,

La noticia es, en efecto, sensacional. Gracias a la revista colombiana en cuestión, hemos logrado localizarlo. Escribiré a Antiga dándole las gracias.

Me pides consejo acerca de lo que debe hacerse: yo creo que el problema solo tiene una solución: Tú no debes escribirle. Tampoco debes decir nada a la gente de Burdeos.

Ellos solo complicarán el asunto (tú comprende que el otro se sentirá enormemente molesto ante los reproches que pueda hacerle Adolphe). Además, nosotros no podemos controlar lo que ellos van a decir, y por otra parte, él no tiene la menor estimación por la gente de aquí. Así es que, por ese lado, todo intento me parece inútil.

Solo veo, pues, una solución. Si alguien puede tocarlo, actualmente, soy yo. Por muy disolventes y agriadas que sean sus ideas, siempre debe quedarle algún reparo en lo que respecta a su hijo. Al menos curiosidad: saber lo que hace.

Por ello, después de reflexionar, he pensado en lo siguiente: le escribo una larga carta, en tono amistoso, carta más bien de carácter intelectual. ¿Por qué? Porque es la única salida. Si le hago reproches duros, no querrá contestar, porque toda la culpa está de su lado. Si le pinto negra nuestra situación, podría jactarse de que nos ha castigado (si es que sigue en el mismo espíritu de hace ocho años). Si adopto el tono de las lamentaciones, y vive, por ejemplo, con una mujer, podrá enorgullecerse de lo mucho que hemos perdido. Si parezco demasiado necesitado, creerá a lo mejor que me dirijo a él para pedirle algo.

Así es que solo hallo una solución posible: escribirle una carta que lo interese en mí. Que tenga la sensación de que he variado mucho; de que soy una fuerza, y que llegue a la conclusión de que no le conviene perderme irremisiblemente. Como es culto y artista, el aspecto intelectual de mi carta (hablarle de mis próximos libros, enviarle el programa del Beriza, etc., etc.) lo interesará y lo inducirá a ponerse en contacto conmigo… Y según sea el tono de su respuesta, podré, en una segunda carta, adoptar la actitud que nos parezca —a ti y a mí— más conveniente. Por ahora, creo que toda solución de otra índole es una equivocación. Si sigue chiflado, no debe dársele el gusto de que se le implore o se le llore.

En mi carta no pienso hacerle reproches concretos, pero hacerle sentir con extrema sutileza toda la falsedad de su posición, y la maldad de su acción de hace siete años. Le haré ver cómo me hallé un día, a los diecisiete años, débil, sin oficio, sin dinero, sin recursos, ante la vida. En fin, creo que tú aprobarás la solución que doy a este problema.

Creo en la conveniencia de enviar esta carta cuanto antes, ya que no sabemos en qué estado se encuentran las obras del teatro y si, a lo mejor, se acaban y él cambia de ciudad, será difícil encontrarlo. He aquí, Toutouche, lo que creo que debe hacerse. Yo cuento muy poco con él. Me espero de antemano no recibir respuesta. He vivido muy bien siete años sin él, y puedo seguir viviendo otros tantos. Lo único útil que podría hacer —si no quiere oír hablar de ti— sería ayudarme un poco a vivir mientras estoy en Europa. Fuera de esto veo nula su utilidad. Si regresara a Cuba, solo nos complicaría la existencia. Yo me siento ya demasiado fuerte y demasiado seguro de mí mismo para aceptar la menor autoridad paterna sobre mí. Yo creo que tú no estarías dispuesta a recomenzar la vida en común con él. Somos pobres, es cierto, pero tenemos un bien que vale por mucho: nuestra independencia y nuestra tranquilidad espiritual… Por otra parte, en lo que se refiere a reglas de vida, métodos de trabajo, ayuda en la existencia, creo que yo le sería más útil a él que él a mí. Tú comprendes que de los dos, el que está por recibir consejos es él. Creo que mis siete años de vida independiente están más llenos de lógica, de probidad y de acercamiento hacia el éxito, que todos los años en Cuba… Si regresara, todavía sería yo el que debería ayudarlo a comenzar la vida de nuevo, a hacerse relaciones, y a implantar nuevos módulos en su vida y en su trabajo… ¿Entonces?...

Su descubrimiento tiene pues una importancia muy relativa. Es desde luego interesante saber cómo está y en dónde está. Pero te confieso que le escribo la primera carta con muy poca confianza de éxito. Veremos lo que él contesta, y de esa contestación deduciremos una regla de conducta.

He ahí, Toutouche, lo que pienso. Creo que estás de acuerdo conmigo sobre este asunto. Dile a Antiga que me ha hecho un efecto enorme el recibir su revista, y que le escribiré enseguida. Dale además, las gracias en mi nombre, por el esfuerzo que hizo buscando la publicación.

Toutouche, te envío un beso muy tierno. No estés triste,

Toutouche. Un beso

AC

 

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Toutouche, Toutouche,

Hoy por la mañana recibí tu carta con los 2,50 francos.

Nunca podrás imaginarte la tristeza enorme que me causó esa carta ¡Es una verdadera tragedia! Tu mudada, sobre todo, es algo terrible. ¿Es decir, que, por seis pesos, no pudiste seguir viviendo con gente que te quería y te cuidaba? ¿Y vives ahora en un cuarto de doce pesos? ¡Cuando pienso que lo único que me tranquilizaba respecto a ti era que vivieras con la vieja y con Oscar, como en familia! ¡Ahora vives sola! ¡Y por seis dólares! ¡En qué estado de miseria debes vivir!

Toutouche, es absolutamente inútil seguirse ilusionando: yo no puedo seguir viviendo en Europa. Esto tiene que acabar. Desde ahora mismo voy a comenzar a arreglar mi viaje de regreso. Esto que yo estuviera en París y tú allá, no pasa —me doy cuenta de ello— de ser un mero sueño. Y de un sueño no se vive. Cuando las realidades cotidianas se plantean con la rudeza que me revela tu carta, no se puede pensar en éxitos ni en gloria. Y no creas lo más mínimamente que considero que me perjudicas en algo. Toutouche, tú has hecho por mí todo lo que hubieras podido; has hecho cosas superiores a tus fuerzas. Eres lo único de valor que tengo en el mundo y no voy a dejar que, a estas alturas, después de tu abnegación, de tu heroísmo, estés padeciendo por querer mantener una situación que no es más que una situación falsa. Vives mal, muy mal; tu mudanza lo revela. Pero no tienes el valor de decírmelo, porque temes dañar en algo mi carrera. Estás haciendo nuevos gestos de heroísmo. Pero eso no puede durar; te lo repito, nuestra situación es falsa; enteramente falsa. A través de tu carta, he descubierto toda una tragedia. Por no pasar ratos como el que me dio tu carta, esta mañana, leyendo entre líneas, valdría la pena regresar.

Es cierto que todo me va bien aquí; que he llegado con una suerte maravillosa. Pero las cosas no van todo lo pronto que deberían… y mientras tanto, te veo sola, delicada, triste, encerrada en un cuarto pequeño, con mala luz, teniendo apenas con qué vivir (si necesitabas seis dólares ello lo prueba).

No Toutouche, eso no puede seguir. Te ruego que no me mientas más, pintándome una situación de bienestar y de comodidades que no tienes. Ya veo toda la verdad.

Déjame estar aquí unos meses más. Quiero poder arreglar desde París cosas que podrán hacerse más fácilmente a distancia, y después regreso. Yo, moralmente, no puedo seguir en esta situación.

No creas que te culpo de nada; te repito que has sido de un heroísmo y de una abnegación admirables. Mi cariño por ti aumenta cada día. Por ello me declaro incapaz de seguir viviendo gratamente en Europa con la imagen de ti que adivino entre tus líneas. ¡Mi último consuelo era, hasta hace poco, que estuvieras con la vieja Rita y esa gente que dan un calor de familia! ¡Y te has tenido que mudar! ¡Y por qué cantidad!

Toutouche, te mando esta carta con la muerte en el alma. Cuando pienso que tu respuesta tardará por lo menos un mes, no sé qué hacer.

Lo que te ruego es que no me ocultes nada. Invoco tu cariño de madre para que me digas la verdad, toda la verdad. Y desde hoy mismo voy a comenzar a arreglar lentamente las cosas para mi regreso.

Te mando un beso, querida Toutouche, te mando un beso muy grande.

Alejo Carpentier.

P. S. Escribí al otro en el tono que te dije. Veremos si contesta.

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