Desde aquella insoslayable Aire de luz, para muchos la recopilación histórica más completa sobre el cuento cubano publicada hasta la fecha, Alberto Garrandés ha acumulado una sólida y amplia obra como antologador. Dos ejemplos, para ceñirnos tan solo a los libros aparecidos este año, serían La ínsula fabulante, su colección de los mejores relatos cubanos escritos en medio siglo de Revolución, (Letras Cubanas), y la que ahora nos ocupa: Mundos extraños, presentada por Arte y Literatura.
Alberto G. ha hecho una cuidadosa selección; se trata en efecto de cuentos clásicos, mayormente escritos en el siglo XIX o al máximo en la primera mitad del XX. Los adeptos al terror y el fantástico más recientes, hechos a los estilos de Stephen King, Dean Koontz, Robin Cook, Clive Barker y otros, tal vez los encontrarán arcaicos y ampulosos… pero ¿cómo no estremecerse con esa historia de infinitas soledades nevadas y cósmicas que es El Mendigo, de Blackwood, y comprender cuán justamente citaba Lovecraft a este relato como una de sus influencias a la hora de crear su aterradora cosmogonía? ¿Cómo no pensar, ante la tremebunda poligamia de Barba Azul, de Charles Perrault, en la tragedia que yace en el fondo de tantas historias para niños? ¿O impedir que vengan a la mente, al leer El mortal inmortal, de Mary W. Shelley, las más profundas reflexiones sobre el tormento en que podría convertirse una vida innaturalmente larga?
Grandes y conocidas son las firmas, sin duda: Bierce, Merimée, James… Pero incluso así se echa de menos algo más de profusión en los comentarios biográficos, lamentablemente escuetos, por lo general, en esta clase de libros. Formidables algunos cuentos, apenas aceptables en cuanto que clásicos otros; el lector más avezado y exigente podría alegar que El huevo de cristal de Wells es en rigor ciencia ficción, y que textos como La muerta enamorada, de Teophile Gautier; Olalla, de Stevenson, o La casa vacía, de Hoffmann, son también más gótico romántico trasnochado que auténtico fantástico sobrenatural del que hace castañetear los dientes y cerrar temblorosos la ventana, por miedo a eso incognoscible pero pavoroso que siempre acecha en lo desconocido: palabras y ambiente, más que hechos.
Pero ¿acaso es la literatura otra cosa que palabras? Y ¿alguna vez ha logrado un recopilador ese milagro de satisfacer a todos sus lectores con su selección? Toda antología, y el mismo Garrandés lo dice siempre en sus escuetos pero contundentes prólogos, es discutible e incompleta.
Baste pues con saber, que si bien no están todos los que son, al menos sí son todos los que están.
¿Y qué más decir luego sino «¡Adelante lector!»?
Tal vez solo repetir el viejo consejo de los mercaderes romanos: Caveat emptor: que se cuide el comprador. Si estos relatos lo asustan o lo estremecen, si minan su fe en la solidez de la realidad… recuerde que no será tan solo culpa del antologador, ni siquiera de los autores, sino también, sobre todo, suya. Porque, a fin de cuentas, lo fantástico, lo sobrenatural y lo real son solo categorías de la mente.