Pocos lectores tan tenaces ha habido como Mirta Aguirre (1912-1980), a quien le dio el infarto masivo mientras leía sentada en un butacón. He conocido que algunos actores y actrices han soñado con que la muerte les llegase mientras actuaban, sobre un escenario. Algunos han cumplido fielmente con ese ideal. Una gran lectora como Mirta Aguirre debió morirse así, leyendo. Pero hoy día ella no está «de moda». Yo la he leído mucho durante años, he aprendido de sus libros, de su peculiar manera de ver dentro de la poesía, y sobre todo de su propia obra poética. Y en todo caso le agradezco el «contagio» de la búsqueda del saber a través de la poesía.
Ante el volumen de su Poesía (Editorial Letras Cubanas, 2008) uno recuerda a aquella mujer que disfrazaba su sensibilidad extrema con actitudes de dama fuerte y enérgica, y que terminó por serlo. En cambio, su poesía nos habla de otra mujer capaz del rubor y la mirada suave y acariciante sobre objetos y personas, de sutil entusiasmo erótico ante un mechón cayendo sobre la frente amada, o de detalles tan prístinos y singulares como: «Arena entre los dedos, / salada, muda, / como dispersa sed entre los dedos».
En Poesía está agrupada casi toda su obra poética, con la sola exclusión de los poemas para la infancia reunidos en cancioneros de Olga de Blanck y Gisela Hernández. Denia García Ronda y yo mismo, nos dimos a la tarea de rescatar el legado lírico de la gran ensayista que Mirta Aguirre fue, y buscamos y rebuscamos en su archivo personal, atesorado en la Biblioteca Fernando Ortiz del Instituto de Literatura y Lingüística. Allí descubrimos que la doctora Aguirre se había preocupado por ordenar toda su producción ensayística, pero la poeta Mirta solo había bosquejado, emborronado, hecho algunos esquemas, sobre cómo reunir su poesía dispersa, publicada o inédita.
No importa que la labor no haya sido fácil y que incluso el volumen ofrecido sea mejorable en futuras ediciones, porque por fin pudimos ofrecer al lector (y al patrimonio de la cultura literaria cubana) un conjunto de textos líricos que forman parte del legado poético cubano del siglo xx. Ignorarlo sería inopia y hasta necedad, sobre todo por quienes no lo deben ignorar.
Pero también es gratísima lectura de una poesía que fluctuó entre un vanguardismo atenuado en sus temas políticos y un tono neorromántico e intelectivo en los textos de amor. Manejó bellamente el verso libre, pero el lado fuerte de su obra se desarrolla casi siempre en los metros tradicionales, de los que fue maestra, no solo porque explicara métrica hispánica en la Universidad, sino porque restableció los valores expresivos de formas tenidas por arcaicas de la tradición lírica de la lengua española. Si el que dedicó al Che Guevara es uno de los mejores poemas políticos sobre figuras históricas escritos en Cuba, los bellísimos sonetos de Mirta Aguirre, o mejor aún, sus seguidillas, villancicos, coplas, zéjeles, redondillas, y otras estrofas de arte menor, son en su poesía regalos de alegre y reflexivas propuestas.
Si alguien me hiciera caso y si fuese yo un consejero, recomendaría, aconsejaría la lectura plena de Poesía de Mirta Aguirre. Poesía del saber, y saber por medio de la poesía, sus poemas muestran una sensibilidad refinada capaz de conmovernos.