La poesía ayuda a vivir, esa es su razón de ser, su función social
La poesía ayuda a vivir, esa es su razón de ser, su función social. Y si no lo creen, lean a la luz de la adversidad que afrontamos, el poema de Fayad Jamís, Filosofía del optimista. En especial, estos versos: El optimista se sentó a la mesa, miró a su alrededor/ y se sirvió un poco de lo poco que halló. Y ante los comentarios de que «había demasiado nada», pensó: tengo derecho a comer con alegría/ lo pocomucho que gano mientras llega la abundancia. Por supuesto, no siempre los poemas de este poeta, pintor, editor, traductor y periodista mexicano-cubano son optimistas, como nosotros mismos en la vida real. Y suelen ser textos críticos, denunciar cualquier visión interesada de la realidad, siempre a partir de la identificación, del amor.
En 1949 Jamís publicó en Guayos, el pueblo donde echó raíces, su primer libro de poesía, Brújula. Pero su obra lírica realmente comienza con Los párpados y el polvo, publicado en 1954 por la revista y editorial Orígenes. Cintio Vitier advirtió allí «una mirada poética muy sagaz para intuir la imagen que salta venturosa de lo cotidiano o la memoria». Roberto Fernández Retamar dijo que era «una poesía real, en que la oscuridad es atributo fatal de su honradez. Poniéndole espejo fiel a un tiempo oscuro, esta poesía nos muestra un rostro desolado». Y Luis Rogelio Nogueras señaló que «ningún poemario de la literatura cubana prerrevolucionaria… es un testimonio tan auténtico y desgarrador de la alienación del escritor marginado y preterido por el capitalismo como Los párpados y el polvo».
La obra maestra de Fayad Jamís es su tercer libro, Los puentes, publicado por Ediciones R en 1962. Escrito en París entre 1956 y 1957, ofrece una de las más brillantes representaciones, en la poesía de lengua española, del intelectual y su posición ante el colonialismo y el neocolonialismo. Allí se expresa un sujeto excluido de la modernidad que, al hacerse consciente de esta condición subordinada, se convierte en agente de la descolonización. Y su principal tarea es, ni más ni menos, el asalto al poder de la representación. Esta práctica poética se realiza en un momento crítico de la historia moderna, en vísperas del auge de los movimientos de liberación nacional que, en las décadas de 1960 y 1970, llevarán a la libertad formal a cientos de colonias en todo el mundo.
En 1962 Jamís ganó el Premio de Poesía Casa de las Américas con Por esta libertad, libro donde celebra el triunfo de la Revolución. Ese mismo año apareció el cuaderno de poemas en prosa La pedrada, que da cuenta de su infancia campesina. Su último libro, Abrí la verja de hierro, aparece en 1973 y es otra obra maestra de nuestra poesía dialógica. O sea, la lírica con conciencia del otro y que entiende el lector como coautor. Entre 1973 y 1984 el poeta fue diplomático en México, donde revaluó su identidad, según los textos finales de su antología de 1995, Historia de un hombre. En todo momento, como advirtió Roque Dalton, «la obra de Fayad Jamís mantiene una tendencia hacia lo humano y una preocupación por lo que está más allá de la intimidad receptora, verdaderamente ejemplares».
El 27 de octubre Fayad Jamís Bernal cumplió 90 años, pero no estuvo con nosotros porque murió el 13 de noviembre de 1988. Nació en Ojo Caliente, un pueblito del estado de Zacatecas, en México. Su padre era un emigrante libanés, y su madre, una mestiza mexicana. Su familia lo trajo a Cuba a los cinco años de edad, en 1936, y su infancia estuvo marcada por una gran pobreza. La poesía le venía bien porque ha sido, siempre, una herramienta contra la adversidad personal o social, material o espiritual. Una manera de no quedarse con los brazos cruzados, como nos pide Jamís en su poema Mejor es levantarse: Si aún no sabes vivir no enseñes a vivir en vano. / Tritura la realidad, rómpete los zapatos auscultando las calles, / no des limosnas. Levántate y ayuda al mundo a despertar.