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Ozono: el agujero bate récord

En 2015 el agujero de la capa de ozono sobre la Antártida terrestre se formó más lentamente, pero se expandió con rapidez cubriendo un área mayor que en los últimos años

Autor:

Patricia Cáceres

Junto a los tradicionales festejos navideños, diciembre trajo novedades para el planeta. Según un estudio de la Universidad de Santiago de Chile y el Instituto Chileno Antártico (Inach), en el último mes del año el agujero de la capa de ozono en la Antártida alcanzó un tamaño récord, al registrar una extensión de diez millones de kilómetros cuadrados, más del doble del promedio para estas mismas fechas.

Los datos se obtuvieron durante una expedición celebrada entre noviembre y diciembre de este año a la Estación Científica Polar Conjunta Glaciar Unión, situada en la latitud 79 Sur, a unos mil kilómetros del Polo Sur. En ella participaron cuatro investigadores de la Universidad de Santiago, y se enviaron alrededor de 600 kilos de equipamiento de la mejor tecnología radiométrica posible, según precisó la institución docente en un comunicado.

«La destrucción de la capa de ozono está provocada por la presencia en la estratosfera de sustancias nocivas que se generan por la actividad industrial en las latitudes medias. Esa destrucción se manifiesta de manera más clara en las latitudes altas, especialmente en la Antártida», manifestó Raúl Cordero, uno de los responsables del estudio.

El fenómeno —dijo— se produce de manera masiva entre septiembre y diciembre debido a las bajas temperaturas que se dan en la zona durante la primavera y el vórtice polar antártico, un persistente «ciclón» que impide que el ozono de otras latitudes cierre el agujero. La destrucción se paraliza con la subida de temperaturas al final de la primavera, momento en el que el debilitamiento del vórtice permite que el ozono de otras regiones cierre el agujero.

«Una mejor comprensión de la interrelación entre cambio climático y agujero de ozono es necesaria. Ese es el objetivo último de nuestro trabajo», sentenció el científico.

Octubre tiene el récord

Los datos obtenidos en diciembre se suman al récord registrado en octubre, cuando el agujero alcanzó los 28 millones de kilómetros cuadrados (un área mayor que América del Norte). Utilizando los valores registrados por satélites durante las últimas tres décadas, los científicos concluyeron que el de este año fue el cuarto tamaño más extenso desde que existen datos satelitales, de acuerdo con un comunicado del Inach.

En tal sentido, investigadores de la NASA y de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica señalan que el agujero sobre la Antártida, que normalmente alcanza su área de pico anual entre mediados de septiembre y principios de octubre, se formó más lentamente este 2015, pero se expandió con rapidez cubriendo un mayor área de valores bajos de ozono que en los últimos años.

El científico principal de la División de Investigación de la Atmósfera y el Medio Ambiente de la Organización Meteorológica Mundial, GeirBraathen, explicó en un   comunicado: «Esto nos muestra que el problema del agujero de la capa de ozono está todavía presente y tenemos que permanecer atentos. Pero no hay motivo para una alarma excesiva.

«No obstante, podremos seguir viendo grandes agujeros de ozono en la Antártida hasta alrededor del 2025, debido a las condiciones climáticas en la estratosfera y porque los productos químicos destructores del ozono permanecen en la atmósfera durante varias décadas después de haber sido eliminados».

Podría haber sido peor

La capa de ozono se extiende aproximadamente de 15 a 50 kilómetros de altitud. Reúne el 90 por ciento de este gas presente en la atmósfera y absorbe del 97 al 99 por ciento de la radiación ultravioleta de alta frecuencia. En las últimas décadas, la disminución de su grosor ha sido objeto de preocupación para los científicos.

Según recuerda el diario El Confidencial, la primera señal de alerta la dio en 1985 un equipo de científicos del Estudio Británico de la Antártida en Cambridge (Reino Unido), al publicar en la revista Nature que la capa de ozono de la Tierra estaba disminuyendo drásticamente en la Antártida.

A causa de este desgaste aumentarían los casos de melanomas, de cataratas oculares, supresión del sistema inmunitario en humanos y en otras especies. También afectaría a los cultivos sensibles a la radiación ultravioleta.

Para dar respuesta a esta situación, los Gobiernos firmaron el 16 de septiembre de 1987 el Protocolo de Montreal (Canadá), en el que se obligó a los países firmantes a disminuir el uso de los clorofluorocarbonos (CFC), como refrigerantes industriales y propelentes, y fungicidas de suelo, como el  bromuro de metilo, que destruyen la capa de ozono.

La mayor concentración atmosférica de estas sustancias se observó en 1993, y a partir de ese momento comenzaron a      disminuir.

Sin protocolo «habríamos tenido una catastrófica reducción del grosor de la capa de ozono en todo el mundo para mediados del siglo XXI», declaró a la agencia Sinc el  investigador en la Universidad de Leeds (Reino Unido), Martyn Chipperfield.

El tratado internacional de Naciones Unidas ha evitado importantes aumentos en los niveles de la radiación UV en la superficie, «que habría provocado grandes incrementos de la incidencia de cáncer de piel en humanos y daños en otros órganos», acotó el investigador, quien recalcó que el agujero de ozono del Antártico se podría haber incrementado un 40 por ciento para 2013 si no se hubieran tomado las medidas oportunas.

Chipperfield y su equipo usaron un modelo químico-atmosférico en 3D para calcular qué habría pasado si los contaminantes CFC u otros gases destructores del ozono hubieran seguido creciendo sin     protocolo.

Según la simulación por ordenador, «ahora mismo tendríamos agujeros regulares en la zona del Ártico, en la Antártida los agujeros serían mucho más grandes y la reducción de la capa de ozono en latitudes medias sería más del doble comparado a las que se han observado en realidad en los momentos de mayor concentración», subrayó.

A pesar de lo alcanzado, aún falta crear una mayor conciencia colectiva contra la contaminación ambiental, y que los países cumplan los acuerdos internacionales que suscriben en virtud de ello, pues los rayos ultravioletas siguen provocando efectos negativos en el ecosistema.

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