Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Tomasita para rato

Autor:

Darian Bárcena Díaz

Me quedé con la encomienda de entrevistarla. Luego de su primera estancia en el hospital, recibí el encargo de Juventud Rebelde para dibujar, quizá en códigos octosílabos, la trayectoria de su vida. Pero decidí esperar a que se recuperara para que nos brindara su relato hasta que, hace unos días, supe que la habían internado nuevamente.

De nuevo a la espera del momento propicio, a la incertidumbre de materializar el diálogo con ese personaje único de nuestra poesía antillana. Por eso, la noticia de su muerte me sorprendió como un bofetón en plena mejilla, como un jab al centro del estómago que me ha dejado sin aliento, quizá porque vino a recordarme que la vida no espera, que hay que aprovechar el hoy.

Se apagó de golpe la vida de la payadora de Madruga. Aunque sus orígenes la sitúen en tierra holguinera, Juana Tomasa Quiala abandonó los límites de toda pertenencia geográfica para alcanzar la más sublime de las condiciones: la de hija ilustre de Cuba toda, que aún la venera con la devoción de quien resguarda un arcano.

Tomasita no solo se erigió sobre humilde cuna a fuerza de talento, sino que consiguió sobreponerse a la invidencia que desde pequeña la aquejó, aunque no necesitaba la claridad en sus pupilas, porque veía demasiado. Con su propio modo de observar, oteaba el panorama y conseguía embellecer las cuestiones más aparentemente intrascendentes, con esa sensibilidad que le es inherente a los poetas.

Más allá de transitar por el repentismo, dejó su huella profunda y consiguió encumbrar su nombre y su condición de mujer entre los grandes de ese arte, casi siempre destinado solo a los hombres. Su estatura se erigió a la par de Justo Vega, Adolfo Alfonso, Jesús Orta Ruiz (El Indio Naborí), Francisco Riverón, Luis Paz o Alexis Díaz-Pimienta.

Precisamente este último, el padre de Chamaquili, rememora la relevancia tremenda de la Reina del Repentismo. «(…) Tomasita no improvisaba: conversaba en versos, respiraba en versos. Su facilidad versificadora era tan apabullante para todo el mundo, que los colegas no teníamos más remedio que aplaudir y aceptar y aprender (los menos ególatras). En el repentismo, en el punto guajiro de los años 80, existía Tomasita Quiala y los demás éramos áreas verdes. Sí, era una gran época. Eran los tiempos de Chanchito Pereira, de Ernestico Ramírez, de Tuto García, de Jesusito y Omar, de Candelita, pero no nos engañemos: llegó Tomasita y mandó a parar».

Y ciertamente fue un parteaguas. Contó la realidad de un país desde la décima. Tal vez por eso entendía tan bien el amplio espectro de la cubanidad, pues siempre disfrutó de los guateques y las canturías, de todo lo genuinamente tradicional de esta ínsula, incluso, de la virgiliana «maldita circunstancia del agua por todas partes».

De esa manera, trenzó sus destinos a la par del pálpito insondable de esta tierra, a la cual le dedicó sus mejores estrofas y recibió por eso el cariño incondicional e incondicionado de sus connacionales.

Así, la voz mulata quedó prendida en el patrimonio sonoro cubano y cultivó su poesía desde todas las variantes, incluso algún que otro haiku, que, pese a su condición nipona, en Tomasita alcanzaba todo el calor de nuestras veredas tropicales. Ha muerto la fiel novia de Espinel, la cronista octosilábica de nuestras certezas y angustias. Desde hoy, el selecto grupo de los poetas se siente incompleto, sin lado izquierdo. Pero el fárrago mayor lo cargamos los asiduos «tomasianos», que hemos quedado huérfanos de tus provocaciones, de tus picardías y de tus estampas.

Lloran el laúd y el güiro. Languidece la tonada y sufre la redondilla. La tristeza lanza otra estocada al miocardio y tu voz se eleva, desde otra dimensión, para convencernos de que perduras en todos nosotros, como proféticamente anunciaras, en unos versos improvisados a la colega Yunet López Ricardo:

«A veces me ven caer,/ bajo el alma y la cabeza,/ mas mi ave fénix regresa/ cuando lo tiene que hacer./ De las cenizas de ayer/ sacar una brasa trato./ Y aunque ya el mismo retrato/ el corazón no me llene,/ nuestro repentismo tiene/ Tomasita para rato»

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