Ha muerto el Doctor Juan Virgilio López Palacio, y pareciera como si una parte de la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas (UCLV) se fugara con él a la eternidad. ¿Cómo contar ahora la historia de esta institución sin el aliento, la palabra exacta y el inmenso caudal pedagógico de uno de sus más ilustres maestros?
Nadie como él para narrar a los estudiantes de nuevo ingreso el histórico acto de entrega al Che del título Honoris Causa en Pedagogía. Él, que vivió personalmente aquel instante de regocijo en diciembre de 1959, le ponía un énfasis especial a las palabras del Guerrillero Heroico: «Que la universidad se pinte de negro, que se pinte de mulato, no solo entre los alumnos, sino también entre los profesores, que se pinte de obrero y de campesino, que se pinte de pueblo…».
López Palacio, hombre culto y de una honestidad intelectual a toda prueba, consideraba la universidad como su propia casa. Defensor de la historia y la precisión en los detalles, le gustaba aclarar que el nombre de la benefactora de la ciudad de Santa Clara, con el que se honra la institución, «es Marta, no lleva h».
En sus aulas queda la huella del conocimiento que supo repartir, desprovisto de poses encumbradas o altisonantes, aunque en su aval tuviera también, como el Che, el doctorado Honoris Causa; el Premio Nacional de Pedagogía, la condición de Profesor de Mérito de la Academia de Ciencias, el título honorífico de Héroe del Trabajo de la República de Cuba y reconocimientos académicos de varios centros docentes de América Latina y otras partes del mundo.
Caminaba despacio por los pasillos de su Alma Mater, mientras todos los saludaban. Constantemente se le acercaba un alumno o un joven profesor para conversar sobre los más disímiles tópicos, o escuchar su criterio acerca de los últimos acontecimientos. Maestro y guía, nunca dio la espalda a quien precisaba de su consejo o de su experiencia.
Fue así que un día, cuando seleccioné el tema de mi tesis de grado —el periodismo en verso del Indio Naborí en la sección Al son de la Historia del periódico Hoy— no dudé en solicitarle que fuese mi tutor. De inmediato recibí su afirmativa respuesta. Algunos cuestionaron la decisión porque « ¿qué puede saber López Palacio de periodismo?», decían.
Sin embargo, en aquellos meses de total entrega al proyecto investigativo aprendí en la sala de su casa, donde me recibía en las tardes junto a su esposa Olga, tanto o más de lo que me enseñaban sobre la profesión en el aula. Quien había impartido docencia a distingidos colegas en años precedentes, como el destacado periodista Julio García Luis, mostraba un amor infinito, con conocimiento detallado, por el que García Márquez denominara «el mejor oficio del mundo». Sus palabras, en el momento de la discusión de la tesis, constituyeron una cátedra sobre los valores del periodismo, a la vez que un ejercicio pedagógico de alto valor ético y estético.
Desde que se conoció la noticia de su muerte en la madrugada de este sábado, los mensajes de sus alumnos, compañeros de trabajo y amigos reflejan el pesar por su partida, además del agradecimiento de todos por su obra. Nuestro presidente Díaz-Canel, al ofrecer sus condolencias, le dio un hasta siempre al maestro e Hijo ilustre de Santa Clara, a la vez que reconoció su consagración durante más de 60 años a la formación de generaciones de jóvenes, como un evangelio vivo de la educación cubana.
Se extrañarán sus llamadas en días significativos, sus consejos y alertas, su inestimable presencia en los momentos difíciles, escribió la exrectora Osana Molerio. Fue mucho lo que nos enseñó a lo largo de los años. Es un legado que estará en/con nosotros, afirmó el crítico y ensayista Omar Valiño, quien compartiera estudios con uno de sus tres hijos. Un paradigma de pedagogo de la Cuba contemporánea, señaló el colega Jesús Álvarez López, otro de sus discípulos, mientras contaba anécdotas sobre la humildad y grandeza del profesor ilustre.
Santa Clara y su universidad están de luto. Se ha ido López Palacio, uno de sus mejores hijos. Pero deja el sendero a seguir, frente a noches turbulentas y algún que otro desánimo o repliegue: el camino de la modestia y el optimismo, el de los valores que como pueblo compartimos. Seguro estoy, ante el triste hecho de su ausencia física, de que con su sonrisa limpia, su estatura moral y su mano sincera, él nos seguirá guiando desde el palacio de la Pedagogía.