Una amiga acaba de pagar 20 dólares por unos espejuelos. ¡20 dólares! Y lo más llamativo, además del irrespetuoso precio de marras, es que tuvo que pagar como exigencia del optometrista-vendedor, con el afamado billete estadounidense. Contrario a lo que pudiéramos imaginar y para mayor indignación, la compraventa se consumó en la propia consulta del policlínico habanero Tomás Romay, de La Habana Vieja.
Ciertamente, esta amiga dio el dinero porque quiso y necesitaba el producto, según ella. Pero la cosa no paró ahí, pues debió dar también 3 000 pesos adicionales. O sea, todo un servicio privado, indeseable y antiético de altas consecuencias legales por realizarse a la sombra de una institución de la Salud Pública. Se trata de un hecho vergonzoso donde, al parecer, habita una cadena sólida de aprovechados. Sin dudas, no tienen otro calificativo que el de oportunistas.
Al relatarme sobre su experiencia, comentaba que pasó primero por una consulta para medirse la vista y luego fue hasta otro local donde estaban las más diversas y modernas armaduras. A simple vista, una atención muy completa, pero ¿a qué precio?
Quienes se atreven a esto todavía no sospechan realmente el delito que cometen, quiero pensar. En primer orden, porque la salud en Cuba es gratuita y universal. Para algunos, como estos personajes del policlínico Tomás Romay, quizá suena trillada la frase, pero hay que recalcarlo de forma clara: quienes cobran sus servicios dentro de instituciones médicas deben saber que pueden responder ante la justicia y enfrentar el peso de la ley.
Que un trabajador por cuenta propia venda unos espejuelos importados, por ejemplo, debido a que hoy se carece del producto para elaborarlos en nuestro país, y logre venderlo a precio asequible, no da derecho a cobrar un servicio completo (que tampoco es un lujo para nadie) dentro de las instituciones médicas. ¿Cuántas personas quedan sin ser atendidas mientras, en ese horario laboral, ellos se dedican a ciertas pillerías?
En tiempos de escasos recursos, cuando el país hace ingentes esfuerzos por colocar lo poco que puede adquirir en beneficio de la salud, aparece gente que se aprovecha de manera abrupta y repugnante de las necesidades cotidianas. No estamos descubriendo el agua tibia ahora. Mas, duele que en ciertos casos también sean desviados de su curso los insuficientes recursos estatales para ensanchar el bolsillo de un círculo cerrado de personas.
Frente a la pérdida de valores y de empatía, o la mercantilización del pensamiento en varios sectores, tenemos nosotros una cuota de culpabilidad, porque, como sucedió con esta amiga, al final terminamos tolerando y pagando acciones oportunistas.
Y aunque se quiera justificar que la necesidad lleve en ocasiones a recurrir a ello, preguntémonos hasta dónde llegaríamos como sociedad si naturalizáramos cada mal que se ramifica.
Sabemos que no solo sucede en el policlínico Tomás Romay. Las denuncias tocan a otros servicios esenciales de salud y llegan hasta la venta de medicamentos de uso exclusivo de hospitales «por la izquierda», como decimos comúnmente.
Un manojo de aprovechados no puede manchar nuestro sistema de salud, carente de recursos debido en lo fundamental a la más hostil y perversa política estadounidense, el bloqueo, ni enlodar el esfuerzo de un Estado que pone los pocos aditamentos, medicinas y servicios que alcanza a adquirir en beneficio de la población y de manera gratuita.