Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El privilegio-deber de mantenerlo vivo

Autor:

Adianez Fernández Izquierdo

Cuando el fatídico 25 de noviembre de 2016, el General de Ejército Raúl Castro Ruz, el hermano de tantas batallas, comunicaba sobre el fallecimiento de Fidel, dejaba en manos de los cubanos y de quienes en el mundo le admiraban el deber supremo de mantenerlo vivo, no con monumentos o vanos recordatorios, sino con acciones, como únicamente puede mantenerse el legado de quien tanto hizo por la humanidad.

La frase ¡Yo soy Fidel! unió a multitudes en una misma voz. La gente la coreaba entonces sin entender quizá la magnitud de esas tres palabras que implican mucho de compromiso y entrega. Y no se trata de ser tal como él, porque es una varilla difícil de saltar… sino de al menos estar a su altura.

Una altura que significa aprender y, más que eso, aplicar el concepto de Revolución, esa majestuosa definición que nos legó para todos los tiempos, una especie de agenda de trabajo que podemos aprovechar en cualquier escenario,
desde el hogar hasta el trabajo, para cambiar todo lo que debe ser cambiado, con la convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas.

Para quienes no tuvimos la suerte histórica de vivir los primeros años de la efervescencia revolucionaria, hemos de beber del recuerdo hermoso de quienes no olvidan su discurso pausado y convincente, la mano en la espalda, el ejemplo siempre por delante y la voluntad de cambiar para bien la vida al campesino, el maestro, la gente humilde y trabajadora.

Emociona saber cuánto nos legó más allá de la muerte, al punto de que tras cada logro en la salud, la educación, el deporte, la cultura, está el pensamiento de ese padre fundador que pensó a Cuba como un país de hombres de ciencia, y fundó aquí y allá escuelas de todos los niveles, centros deportivos y culturales, para que tuvieran iguales oportunidades los niños del campo y de la ciudad.

Por Fidel tenemos grandes científicos salidos de una escuelita rural allá por la serranía y campeones olímpicos y mundiales de procedencia humildísima. Por su visión tuvimos durante la Covid-19 vacunas propias que nos salvaron. Por Fidel tuvimos médicos consagrados que nos protegieron a riesgo de sus vidas mientras otros partían a tierras lejanas para salvar a quienes morían por falta de asistencia médica en un momento complejo en el que el mundo necesitaba de eso que tanto nos enseñó el gran líder: solidaridad.

Hoy, cuando ya no está, cuando a petición suya no existe aquí o allá nada que lleve su nombre, o algún monumento nos recuerde su existencia, Fidel ha de seguir vivo en lo intangible, en las buenas acciones, en la mano amiga que comparte lo poco que tiene, en la ayuda al desconocido sin esperar nada a cambio, en la voz alzada para defender las causas justas.

Lo vimos renacer en la quinta medalla de Mijaín, que unió en un solo abrazo a cubanos de todos los credos o ideologías, como igual renace en cada nuevo medicamento salido de nuestros bloqueados centros biotecnológicos, en cada gesto de solidaridad, en las medallas o reconocimientos de nuestros estudiantes, y hasta en la kufiya que nos ceñimos al cuello en solidaridad con el pueblo palestino.

Mantenerlo vivo es un compromiso enorme pero que debe ser asumido con responsabilidad y entrega por esta generación que creció reclamando un niño para su padre, que luego exigió el regreso a la Patria de cinco hombres luchadores antiterroristas, y que ha intentado subsistir a 90 millas de un Gobierno enemigo que bloquea nuestras alas para no dejarnos volar.

Hoy, que ya no está, debemos retomarlo en cada espacio, y ante cada situación difícil se impone pensar primero: ¿Qué habría hecho Fidel? Sí, porque más allá de bloqueos y carencias, de malos tiempos y dificultades, el líder histórico de la Revolución Cubana siempre supo salir de frente a las balas, al punto de ganarse el respeto, y hasta la admiración, de sus más férreos enemigos.

El reto está, la varilla es alta, pero si queremos salvarnos y preservar esta nación bajo la máxima martiana y fidelista de con todos y para el bien de todos, hay que tener a Martí y a su fiel continuador: Fidel, en el pedestal más alto de la nación. Ellos marcaron un camino invisible; a nosotros nos toca descubrirlo… y seguirlo.

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