Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Entre lo dicho y lo hecho…

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

«Fíjate… tienes que hacer lo que yo digo y no lo que hago», escucho decir, y no solo al padre de Fernandito. Es harto sabido que esa incitación al ejemplo a través de lo que decimos que, se supone, es lo correcto, no siempre logra el efecto deseado.

Los pequeños ven y aprehenden lo que ven. La coherencia entre lo que se dice y lo que se hace es el verdadero ejemplo. Enseñarles buenos hábitos y conductas pasa por la delgada línea del «yo lo hago». ¿Cómo aprendería un niño a ser ordenado y limpio si en su casa no ve que sus referentes más cercanos lo son? ¿Cómo podría una niña sentarse correctamente a la mesa y no gritarles a sus amigos, si ve que su padre o su madre hacen todo lo contrario?

El ejemplo de los padres es fundamental y muchas veces hasta determinante. Cierto es que los hijos, en el rumbo de su vida, tomarán sus propias decisiones, pero no hay duda de que el aprendizaje ganado desde la cuna es un elemento primordial.

Existen excepciones, me dirán. Y estoy de acuerdo. En ocasiones, hijos de iguales padres, en convivencia en el mismo hogar y bajo el mismo modelo familiar, se comportan de manera totalmente distinta entre ellos y con respecto a lo que les han enseñado. Pero, insisto, el ejemplo parental es esencial.

Pensemos en un caso específico y no muy agradable. El hijo que ve a su padre bajo los efectos del alcohol a diario y con conductas totalmente reprochables en casa, hacia su madre y hacia otros miembros de la familia, puede que en el futuro rechace de un tajo cualquier acción o contexto que lo sitúe en una situación similar, pues el trauma que ha desarrollado desde su infancia así se lo dicta. Sin embargo, los expertos aseguran que ese hijo de padre alcohólico tiene cuatro veces más probabilidades que cualquier otro de desarrollar esa misma adicción, u otra. El peso del factor hereditario puede considerarse, explican, pero ese ejemplo, aun cuando se rechaza desde el miedo o el dolor, pesa más.

Entonces, repensemos nuestros modelos de crianza. Aboguemos por hacer y no tanto por decir. Nuestros hijos no tenderán su cama al levantarse si no han visto desde siempre que sus padres lo hacen… Maltratarán a los ancianos y a los animales si han visto en la cotidianidad de su hogar que ni unos ni otros merecen cariño y cuidados…

Los adultos del mañana, desde hoy, se aferran a los modelos que tuvieron desde que sus ojos abrieron, y eso tiene mayor fuerza que lo escuchado, o importa si lo que se dice se acompaña de golpes en la mesa, volumen alto en la expresión verbal e incluso amenaza de castigos.

Los niños incorporarán a su actuar lo que han legitimado en su hogar a través de las actitudes y conductas que les han rodeado toda su vida. Para que sean como queremos, por su bien y el nuestro, reduzcamos el trecho entre lo dicho y lo hecho.

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